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Éste es momento de convulsión. El mundo está en una fase de emergencia por la propagación del Covid-19 y eventualmente aquellos países que por razones políticas o de incompetencia no lo han hecho tendrán que hacerlo.

Por ahora, hay que lidiar con el pánico en los mercados financieros y en los mercados públicos; entender que las cadenas de producción y abasto no están rotas y que no tiene sentido hacer compras apresuradas. Eso llevará un tiempo, pero al final se logra.

Muchas actividades económicas sufren ahora mismo interrupciones importantes, por ejemplo, el sector turístico, y esto implicará una factura para el crecimiento del país que ya enfrentaba una marcada debilidad incluso antes del contagio.

Las estimaciones del comportamiento del Producto Interno Bruto de México empiezan a sufrir la suerte de muchos indicadores que repentinamente se descompusieron. Ya hay pronósticos que anticipan una recesión, en compañía de muchos otros países del mundo.

Pero todo eso tiene que pasar. La nueva cepa del coronavirus no está llamada a provocar una enfermedad de dimensiones apocalípticas. El hecho de que por ahora esté fuera del control humano es lo que ha generado esa reacción de pánico.

No hay duda, hasta ahora, que se habrá de encontrar una vacuna y quizá algún tratamiento, la pregunta vigente es cuándo.

Y a partir de ahí podrá iniciar una recuperación de las actividades económicas que mostrarán una velocidad de recuperación diferenciada, dependiendo de las respuestas de cada país ante la crisis.

Estados Unidos y su presidente en campaña buscarán que sea lo antes posible para que para noviembre la mayoría de la población lo pueda dar como un asunto superado.

Y en México va a depender de con qué seriedad se tome el asunto de la recuperación económica.

Ayudará que, para la parte final del año, con la reciente aprobación del Parlamento canadiense del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ya pueda estar vigente.

Otra medida que puede resultar positiva, si cabe la prudencia, es renunciar por ahora a tener un superávit primario en el presupuesto de este año. Más vale generar incentivos fiscales que mantener ahorros en tiempos de crisis.

Pero lo que es básico es generar confianza, el gran pendiente de este gobierno, desde antes del coronavirus.

No puede el presidente, por ejemplo, frenar inversiones productivas con encuestas amañadas, como sucedió con el aeropuerto y como le pasa a una planta cervecera en Baja California.

Esta enfermedad debe hacer cambiar a este gobierno en su discurso antiempresarial y el retrasado programa de inversión en el sector energético es un momento ideal para mostrar que finalmente lo entendieron.

No hubo ningún complot en que el coronavirus Covid-19 llegara a México; nadie quería que se contagiaran. Lo que cuenta en ese intento futuro de recuperar la normalidad es la sensatez y asertividad de las medidas gubernamentales que se tomen para esa tan deseada recuperación tras la crisis que hoy mismo vivimos.