Elecciones 2024
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Parecería que el gobierno de Enrique Peña Nieto estaría ya en el panteón, pero por ningún lado aparece una lápida que contenga la leyenda “Aquí yacen los restos del sexenio 2012-2018”. No existe, porque técnicamente a esta administración la entierran hasta el último día de este mes.

Por lo tanto, hay que agregar a la larga lista de desaparecidos en México al gobierno en funciones.

Pero no es la única muerte que lamentar en estos días en la vida política y económica nacional.

En pleno Halloween, la firma calificadora Fitch Ratings tomó la pala del enterrador y decidió iniciar el proceso de inhumación de la economía mexicana.

El cambio en la perspectiva de la calificación crediticia de México de Estable a Negativa es un clavo más en este ataúd que insiste en confeccionar el gobierno que todavía no inicia funciones.

De alguna manera, esa transición que gozaba de cabal salud, que compartía inéditas fotografías de dos presidentes caminado juntos en Palacio Nacional, que tranquilizaban a los escépticos con mensajes de madurez y mesura. Esos días rebosantes de optimismo, en los que dos gobiernos mexicanos le plantaban cara al presidente de Estados Unidos en la negociación comercial, murieron de forma incluso violenta.

Repentinamente los rayos y centellas se apoderaron del ambiente y salieron los espantos.

Como una legión de zombis, cientos de miles de simpatizantes del próximo gobierno rellenaron las urnas de una consulta amañada con boletas tachadas con escasa información, pero con alta carga dogmática y marcaron el camino al averno.

Con ese resultado predecible en la mano, se abrieron las tumbas de los viejos espantos que parecían enterrados desde el siglo pasado y los fantasmas de la depreciación cambiaria y la especulación financiera regresaron a rondarnos.

Dr. Jekyll se transformó en Mr. Hyde y los espíritus chocarreros despertaron los temores devaluatorios a los que hoy con la corrección política que impone el siglo, hay que llamarles depreciación o desliz cambiario.

Como en una pesadilla, los precios de las acciones se derrumban y se pierden miles de millones de pesos. Todo para que esas acciones caigan en el cazo de los hechiceros de la especulación que obtendrán ganancias en el rebote de sus precios.

La muerte del Nuevo Aeropuerto Internacional de México ha dejado almas en pena. No sólo los inversionistas que hoy sienten auténtico terror, sino aquellos interlocutores como Alfonso Romo, que repentinamente se volvieron invisibles en la cuarta transformación.

Pero el miedo que produce esta cancelación no es suficiente para producir un ataque cardiaco a la economía. Hace falta un susto mayor para convertir en cadáver la estabilidad.

El problema es que los demonios que se han desatado amenazan con alcanzar con su trinche lo mismo la autonomía del Banco de México que la frágil salud de Petróleos Mexicanos. Eso sí produce un miedo paralizante.

Los que vivimos en el panteón nacional tendremos que lidiar con esos espectros, pero los capitales que se espantan con facilidad están preparando maletas para salir despavoridos.

Veladoras y flores de cempasúchil para adornar el camino de la cuarta transformación.