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Después de una breve pausa entre marzo y abril, las tasas de interés a largo plazo en Estados Unidos han retomado su tendencia alcista, experimentado un agresivo aumento en los últimos tres meses.

De finales de junio a la fecha, la tasa del bono del Tesoro a 10 años (T10) ha subido de 3.71 a 4.67%, mientras que la del bono a 30 años (T30) ha pasado de 3.86 a 4.79 por ciento. Estos movimientos han llevado la tasa del T10 a su nivel más alto en 16 años y la del T30 a su máximo en los últimos 13 años.

El aumento se aceleró notoriamente en septiembre, especialmente después del anuncio de política monetaria de la Fed. A pesar de que mantuvo la tasa de referencia sin cambios, como ya anticipaba el mercado, tanto el tono del comunicado como la conferencia de prensa, junto con las nuevas proyecciones macroeconómicas, enviaron una clara señal de que la Fed no tiene planes de reducir la tasa de fondeo en el futuro cercano.

Esto provocó un ajuste en las expectativas del mercado, que anteriormente anticipaban hasta cuatro recortes de un cuarto de punto en la tasa de fondeo para el 2024. Si las tasas a corto plazo se mantienen en el rango actual de 5.25-5.50% o incluso más alto, las tasas a largo plazo podrían continuar ajustándose al alza.

Aunque las tasas del T10 y T30 han alcanzado niveles no vistos en más de una década, aún se mantienen por debajo del promedio histórico de la década previa a la crisis financiera del 2008-09. Adicionalmente, los niveles actuales son significativamente inferiores que el promedio de los 20 años previos a esa crisis.

Entre el 2008 y 2020 vivimos un periodo de tasas extraordinariamente bajas. Durante dicho lapso, la política monetaria se enfocó en combatir la deflación y fomentar el crecimiento económico, manteniendo tasas de interés a corto plazo cercanas a cero y aplicando programas de estímulo cuantitativos inusitados.

En contraste, en la actualidad enfrentamos una economía en expansión, un mercado laboral en pleno empleo y niveles de inflación por arriba de la meta de la Fed.

En este contexto, la Fed está enfocada en procurar la estabilidad de precios, implementando el aumento de tasas más agresivo en décadas y reduciendo gradualmente la posición en bonos del Tesoro a largo plazo que acumuló entre el 2008 y 2021. Además, los últimos tres años se han caracterizado por un nivel sin precedentes de estímulo fiscal en la época posguerra.

Aunque el déficit fiscal en Estados Unidos ha disminuido desde su punto máximo de 15% del PIB en el 2020, actualmente se ubica en alrededor de 9% del PIB, un nivel desproporcionadamente alto para una economía en expansión. Como consecuencia, la deuda pública como porcentaje del PIB se incrementó de 63% en el 2005 a 123% a la fecha.

Estas crecientes necesidades de financiamiento del gobierno de Estados Unidos han generado un incremento importante en la oferta de bonos de largo plazo.

Al mismo tiempo, parece haber un menor interés por parte de los inversionistas en estos instrumentos, ya que la Fed está vendiendo bonos en lugar de acumularlos como en la década pasada y otros grandes inversionistas de deuda gubernamental estadounidense, como los gobiernos y bancos centrales de China y Japón, también están diversificando sus portafolios de activos.

En este escenario de mayor oferta y menor demanda de bonos, acompañado de expectativas de inflación, por encima del promedio de los últimos 20 años, y un deterioro en las finanzas públicas, no sería sorprendente que las tasas a largo plazo continúen aumentando hasta alcanzar los niveles observados entre 1997 y 2007, cuando el T10 promediaba cerca de 5% y el T30 5.2 por ciento.

Los aumentos en las tasas de los bonos a largo plazo generan un endurecimiento considerable en las condiciones financieras y pérdidas considerables para los tenedores de estos instrumentos que acumularon posiciones importantes durante la época de tasas bajas, incluyendo varias instituciones financieras.