Compartir la intimidad de la pérdida y la vulnerabilidad del dolor no lo hace cualquiera, y a veces hace falta un mucho de realidad para sensibilizarnos que no todo es perfecto
Hay quienes piensan que el dolor no debe fotografiarse, o todo aquello que nos coloque en el escaparate de la vulnerabilidad y de lo que no es aceptado en nuestra sociedad. Nos hemos acostumbrado a fotografiar los momentos felices, los cielos más coloridos y las sonrisas más contagiosas, porque claro, quién quisiera estar recordando los días en que no nos sentimos tan bien o la tristeza se nos transparenta en los ojos.
Sentirnos débiles y frágiles no es algo que nos guste expresar de ninguna manera, nadie nos ha enseñado a expresarlo con la claridad y certeza de que también es válido y normal.
El acoso o el bullying siempre ha existido, no es algo que esté de moda, ni mucho menos algo de estas nuevas generaciones. En todos los grados escolares hay un “lidersillo” que se encarga de reclutar a más compañeros para generar un grupo de choque, una barrera entre ellos y el resto y para dejarlo claro, comienzan a insultar, a faltar el respeto, a robar el lonche, a imponer su voluntad, y a desprestigiarte en cualquier momento.
Los niños siempre tendrán ese peligro, y los padres tendremos la preocupación que al dejar a nuestros hijos en la puerta de la escuela, están solos sin que nadie los defienda y más si les aparece un personaje como esos en el camino.
Cada niño reacciona de manera diferente al bullying, hay quienes lo ocultan, quienes hasta defienden a los gandallas para no tener más problemas y hay los que se envalentonan y se ponen al tú por tú; y también los que con el tiempo intentaron ser de todas las maneras y no pudieron contra él o contra ellos.
Y los que se quedaron en el intermedio, porque fueron valientes para enfrentarlos diariamente sabiendo el daño interno que le causaba pero que no encontraron otra salida, mas que desaparecer.
Esta semana Drayke Hardman, un chiquito de 12 años que vivía en Estados Unidos, exactamente en el condado de Tooele en Utah decidió quitarse la vida por el constante acoso durante un año que recibía de uno de sus compañeros.
Los papás estaban al tanto, las autoridades tenían el registro, estaban advertidos del hostigamiento que vivía su pequeño diariamente, y ni así fue suficiente para detener el infierno que Drayke vivía.
La foto de sus padres despidiéndose de su hijo, es dura y dolorosa. Tenía 12 años, unos ojos verdes hermosos, era un niño del que jamás hubieras imaginado que fuera acosado y que peor aún, que en su corazón se fuera haciendo un hueco tan grande, que lo llevara a decidir quitarse la vida.
El 9 de febrero el pequeño llegó a casa con el ojo morado, le dijo a su hermana que había tenido una pelea y días después, trató de quitarse la vida con la correa de su sudadera. Por suerte las hermanas lo encontraron con vida y alcanzaron a llevarlo al hospital.
Solo aguantó un día y Drayke prefirió morir, aún y con sus padres desechos sobre su pecho, no encontró razones para quedarse, para seguir enfrentando lo que por más de un año le había presionado el pecho y le había causado tanta tristeza.
Sus dos hermanas desconsoladas lo abrazaban en el cuarto del hospital como intentando detenerlo; el cariño lo tenía, la familia estaba con él, pero su corazón no quiso sentir más dolor.
Las fotografías publicadas por sus padres, son un acto de valentía, de coraje y de amor. La despedida de su hijo menor, el dolor irreparable de perder a un hijo y bajo esas circunstancias, y las ganas de gritar lo suficientemente fuerte para poner un ALTO a la permisividad en el interior de las escuelas.
Una llamada de emergencia a los padres para voltear a atender y tratar de entender a sus hijos, a mostrarles que ser vulnerable, diferente, grande, chico, gordo, flaco, moreno, blanco, hábil o torpe no son razones para acosar y señalar.
La mamá le besa la frente, el beso de la despedida, del respeto, del amor, de la entrega de una madre aunque él ya no esté presente. Lo deja ir con el corazón y el alma destrozada, enojada, y dolida. Su hijo tomó una decisión para estar mejor, para descansar de la batalla diaria, él fue el valiente que decidió saltar.
Compartir la intimidad de la pérdida y la vulnerabilidad del dolor no lo hace cualquiera, y a veces hace falta un mucho de realidad para sensibilizarnos que no todo es perfecto.