Elecciones 2024
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Anduve en busca de un tema agradable para que mi colaboración postrera del 2014 llevara un mensaje de esperanza y optimismo. Con desánimo confieso no haberlo encontrado.

Me gustaría, por ejemplo, escribir que el presidente Peña Nieto luego de dos años de intenso entrenamiento ya le encontró el “tranquillo” -así dicen los toreros cuando logran dominar una suerte- al poder y a partir del 2015 su actuación será menos mediática y más efectiva. Congruente con lo que el Ejecutivo expresó: “Debo decir con toda honestidad que, con razón y urgencia, los mexicanos exigen que la ley se cumpla. La sociedad, con razón, está harta de sentirse vulnerable, está cansada de la impunidad y la delincuencia”. Pero, desde que lo oí, percibí que sus palabras sólo fueron un compás de espera retórico en busca del olvido del difícil otoño al que su gobierno se enfrentó. Días después del conato de autocrítica manifestado, EPN emitió un decálogo que, desde su punto de vista, bastará con cumplirlo para “cambiar lo que no ha funcionado”. El decálogo sólo es una reiteración de promesas que hiciera durante su campaña; un catálogo de buenas intenciones en donde lo más novedoso es la posibilidad de contar con el número telefónico 911 para pedir auxilio en casos de urgencia. (A 33 días de su anuncio, tal número no se ha podido implementar. Márquelo usted y se dará cuenta de que era más fácil que ET se comunicara a su planeta a que usted logre contactar el 911. Vamos, ni siquiera contesta una grabación referente a las bondades de la campaña “Mover a México”).

Soy hombre de buena voluntad y por lo general los hombres de buena voluntad pecamos de optimistas. Quiero imaginar que estos días de vacaciones le han servido al presidente Peña Nieto para, además de descansar -pues terminó el año evidentemente extenuado- replantear su estrategia de gobierno y hacer un objetivo examen de las labores realizadas por sus hombres de confianza y, “tope donde tope”, darles aire a los que no estén funcionando.

De repente llega a mi mente la ilusión de que el inquilino de Los Pinos -y otra mansión del rumbo- va a empezar el 2015 con una serie de actos que serán una demostración de sus intenciones para que en los cuatro años que le restan a su período presidencial logre hacer que la ley se cumpla; obtenga la minimización del hartazgo de la sociedad para que ésta se sienta invulnerable; y consiga la extinción de la impunidad y la delincuencia. Pero luego regreso a la realidad y me doy cuenta de que el ánimo ciudadano es de impaciencia; que con la caída en el precio del petróleo y el alza del dólar se viene un tsunami inflacionario; que el resultado de las reformas no llega a la cartera del padre de familia, ni a la bolsa del mandado de la señora de la casa; que existe una crisis de credibilidad entre gobierno y sociedad y que esta crisis no es sólo local, ha logrado traspasar nuestras fronteras, lo que va a dificultar que inversionistas de otras latitudes, a pesar de las reformas, depositen con confianza sus capitales en un país donde reina la inseguridad y la simulación.

Entrevista con el Año Viejo

Al llegar a esta altura de la columna, recordé que el año pasado le hice una entrevista al 2013 en las postrimerías de su vida. Fue por eso que le pedí a mi editora, Areli Quintero, un favor: que en lugar de publicar mi colaboración el día martes, como es la costumbre, la publicará el miércoles para hacerle una entrevista al moribundo 2014 y con eso proseguir con la tradición que inauguré el año pasado.

Me encontré al viejito en una marcha de protesta por los desaparecidos de Ayotzinapa. Supe que se trataba del personaje que buscaba por su aspecto físico de la tercera edad, también porque cuando los marchistas contaban coreando los números del uno al 43, él agregaba a la exclamación: ¡y pronto seremos 44!. Otra cosa que delataba a mi personaje es que la banda con la que llegó, que iba de su hombro a su cintura, con la cifra 2014 impresa, ahora la traía amarrada a la cabeza a la manera de los hippies. Traté de apartarlo del bullicio y de la gente y le propuse la entrevista.

-Mira, mijo, yo no tengo ganas de hablar con nadie- me dijo familiarmente.

-Ándele- le supliqué -, al fin que en mi columna sólo me queda espacio para un par de preguntas.

-Pero a mí ya no me queda tiempo para ninguna respuesta-, me dijo, al tiempo que retenía el humo del cigarro de mariguana al que recién le había dado una fumada. Eso sí -agregó-, que conste que fui un año muy alivianado, pugné por la legalización de la mariguana y otras causas progresistas.

-¿Qué le recomienda a su sucesor el 2015?

-Que mejor ni venga porque las cosas se van a poner gruesas.

En ésas andábamos cuando un grupo de elementos policiacos dedicados a restablecer el orden “le guste a quien le guste” encapsularon al viejito, al que cada elemento le daba su madrazo en el orden en que iban llegando.

-Amigo- me alcanzó a gritar el viejo-, nada más cuídame no me vayan a meter en una fosa estos hijos de su rechinar de muelas.