Los mensajes fueron claros: el canciller fue conminado a la prudencia, ante la amenaza de exigir una “fórmula ad hoc” para seleccionar al candidato morenista, mientras que la jefa de Gobierno fue exhortada a la humildad
El primer domingo de junio del 2023 será recordado por el triunfo de Delfina Gómez en el Estado de México, pero también por la decisión presidencial de encausar su sucesión.
Esa tarde dominical, en Palacio Nacional se prefiguró el acuerdo que deberá cerrar el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado. Para los dos presuntos punteros de la carrera por la nominación, hubo un cordial pero incuestionable llamado de atención, ante las tensiones generadas en las semanas previas por sus simpatizantes.
Los mensajes fueron claros: el canciller fue conminado a la prudencia, ante la amenaza de exigir una “fórmula ad hoc” para seleccionar al candidato morenista, mientras que la jefa de Gobierno fue exhortada a la humildad.
¿Piso parejo o un dedazo disimulado? AMLO ha insistido en que habrá “continuidad con cambio” y que entregará la banda presidencial a un compañero del movimiento. Con alegría y resolución, Marcelo Ebrard optó por la congruencia y decidió adelantar su renuncia a la Secretaría de Relaciones Exteriores.
AMLO instauró la modalidad de la encuesta para definir las candidaturas de su movimiento hace dos sexenios. En el 2011 quería ir por la revancha y competir por segunda vez por la Presidencia de México, pero Marcelo Ebrard, el último titular del GDF, era un rival poderoso.
Era un ranking, basado en una encuesta. Un índice construido a partir de una valoración sobre los atributos —popularidad y expertise— de los aspirantes, quienes previamente se comprometieron a respetar el resultado y no impugnar.
Paradojas de los líderes carismáticos. Aquella vez, Ebrard Casaubón aceptó un índice ponderado, pero con una condición: que el cuestionario (de cinco preguntas) incluyera un reactivo sobre las opiniones negativas hacia los aspirantes. Con sus propias encuestas, el exlíder del PCD había identificado que AMLO tenía peor imagen, entre los electores. Y que al ser menos conocido, generaba menos rechazo.
La segunda derrota de AMLO, ante Enrique Peña Nieto, podría explicarse por la traición de la facción dominante en el perredismo. Pero esa es otra historia. Hace una década, el político tabasqueño emprendió la ruta que lo llevó a construir un partido-movimiento y en el 2015 innovó, con la aplicación de una peculiar insaculación —la famosa tómbola— para definir las candidaturas al Congreso de la Unión.
Exorcizar al fantasma de la división implicaba medidas extraordinarias. Y ahora, en víspera de la selección del sucesor de AMLO, los aspirantes demandan equidad y transparencia, ante la irrecusable aparición de Claudia Sheinbaum, como favorita de Palacio Nacional.
Tras de anunciar su renuncia a la SRE, Ebrard insistió en la definición de un método de selección “amplio y verificable”. Una encuesta con una sola pregunta. Aunque el Consejo Nacional de Morena deberá definir —el próximo domingo 11— la convocatoria y los requisitos de elegibilidad aplicables a los contendientes.
Desde hace cuatro años, la dirigencia partidista ha recurrido a evaluaciones para definir a los coordinadores de los Comités para la Defensa de la Cuarta Transformación, quienes en automático —y previo acuerdo entre los contendientes— se erigen como precandidatos únicos.
Una decena de categorías, definidas por una batería de preguntas —no siempre han sido las mismas— que sirven para construir un índice. El aspirante mejor evaluado se lleva los puntos asignados a cada variable. Al final, se suman los puntajes ponderados y aquel con mayor puntaje se queda con la nominación. Un scoring voting, relativamente complejo que evita conflictos, pues un aspirante tiene garantizada la victoria si obtiene cinco o más votos.
Pero Ebrard quiere voto categórico. Una pregunta simple —¿Usted a quién prefiere como candidato de Morena a la Presidencia de la República?—, fácil de comunicar. Morena podría optar por un modelo de voto aprobatorio (los aspirantes deben buscar el consentimiento de minoría de encuestados para ser los más aprobados) que en escenarios de polarización afectiva, se vuelve categórico.