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El 2020 nos ha dejado claro que no somos invencibles, que la tecnología, la ciencia no estaban preparadas para enfrenar a un virus que ha contagiado a millones de hombres, mujeres y niños.

Se ha perdido una de tantas batallas médicas y estamos recluidos de nueva cuenta en casa, con las mismas medidas preventivas y un estilo de vida totalmente distinto.

Pasa lo mismo que a principios de año, vemos a Europa con un rebrote y con más contagios que deberían de ser tomados por el resto de los países, en principal el nuestro, como una clara advertencia de que eso será lo que nos espera en cuestión de semanas.

El COVID-19 nos vino a cambiar el escenario que imaginamos tener en aquella noche de 31 de diciembre del 2019. Los viajes, los planes, los proyectos, la familia, las relaciones y la lista de pendientes por hacer, se han quedado guardadas para un “después” atemporal.

Los fotoperiodistas en el mundo continúan buscando y contando historias visuales de personas que se han contagiado y son sacados de sus casas en estas largas cápsulas de plástico para llevarlos al hospital, como si fueran un espécimen raro, un ser de otro planeta o una amenaza a todos.

Hoy vemos una fotografía del fotoperiodista italiano Ettore Ferrari de la agencia EPA-EFE en Roma. Mientras tres paramédicos trasladan a un paciente infectado por COVID-19 de la ambulancia al hospital donde será internado en el área de infectados.

Trajes de cuerpo completo, caretas, cubrebocas, botas, fundas para zapatos, como si quisieran estar encapsulados por todo su cuerpo para que no quedara ningún ligero espacio en donde se pudiera colar ese virus que no se ve, pero que causa de pronto los más tortuosos síntomas hasta terminar entubado en una cama en solitario, inconsciente, al desnudo y sin tener ningún tipo de cercanía o motivación física de su familia.

Roland Barthes, semiólogo y escritor, decía que observar una fotografía podría ser objeto de tres prácticas o de tres intenciones: hacer, experimentar y mirar.

El fotógrafo es el que hace una serie de acciones para estar en ese momento, observando a esos personajes y siendo testigo de la acción de trasladar a un paciente de una ambulancia al interior de un hospital.

Estas tres personas, que quizá son dos mujeres y un hombre ataviados con un traje como de astronauta, trasladan a una persona que se contagió del virus y que fue extraído de su casa para llevarlo al hospital y ser tratado con la mejor intención de que sea salvado.

Pero en este momento, al entrar en este trío de emociones o intenciones, yo le preguntaría a Barthes si pudiéramos intercambiar al mismo tiempo experimentar y mirar, porque a estas alturas todos nos hemos vuelto testigos, más que lectores o espectadores, de lo que pasa allá afuera.

No solo en nuestro país, sino en el mundo entero ante una pandemia que no le halla ni pies ni cabeza, que no sabemos si el cubrebocas es el escudo principal, o el aislamiento más extremo que nos aleja de lo que por años creímos normal.

Entonces miramos y experimentamos la angustia de quien va allí adentro de la cápsula sintiendo que se le va el aire y que se cree muy cercano a la muerte, que la ansiedad no le permite tener pensamientos claros y el reflejo del plástico que lo envuelve lo traslada a estar en un ataúd y viendo pasar su vida entera frente a sus ojos.

Miramos y experimentamos el agotamiento y quizá un poco de normalidad para los paramédicos que recogen cuerpos infectados y los llevan a un “lugar mejor”, como si la gente prefiriera morir en un hospital que en su propia casa.

No lo sabemos, entonces experimentamos un montón de emociones y sensaciones a partir de que miramos lo que alguien se atrevió a fotografiar para llevarlo hasta nuestros ojos.

Usted podría pensar que esta foto no tiene nada de nuevo, que es una más a la serie de traslados de infectados, sin embargo, yo le invito a que la observe con detenimiento y se autodescubra con la misma mirada con la que lo está mirando la paramédico de en medio.

La pandemia indomable - covid-19-italia-hospital-pandemia-epidemia
Trabajadores de la salud con trajes protectores transfieren a paciente infectado con COVID-19 desde una ambulancia al hospital San Filippo Neri de ASL Roma. Foto de EFE / EPA / ETTORE FERRARI

Una mirada seria, avisando indirectamente que ha encontrado el lente de Ettori y que se siente observada por un desconocido detrás de un cuerpo fotográfico oscuro.

Pareciera que se toma el tiempo de mirar, aunque bien pudo haber sido un segundo en el que coincidió el acto mecánico del “click” con el movimiento de la mirada de la mujer tras la careta y el cubrebocas.

Barthes también decía que cuando uno se siente observado por una cámara, todo cambia, porque en automático viene el acto de posar y nos fabricamos instantáneamente en otro cuerpo, nos “transformamos” por adelantado a una imagen, que no sabemos siquiera, si la veremos.

¿Ella habrá posado? ¿Habrá sido intencional esa mirada, esa inclinación de hombros? ¿Ese instante que pareciera haber durado un minuto? ¿Habrá querido sonreír?

Se dice que previamente a tomarnos una foto, es como si nuestro “yo” se desprendiera de nuestra personalidad, de lo tangible, de quienes somos en la cotidianidad y en lo ordinario.

Pareciera que tanto “cubrerostro” nos lleva a usar la imaginación o a reinterpretar un lenguaje donde solo la mirada cuenta, la postura de los ojos, el acomodo de las cejas y la duración del parpadeo.

Los fotógrafos y sobre todo los fotoperiodistas que están allá afuera documentando una pandemia indomable están obligados a atender la sociología y la semiología en cada escena que miran.

Son lenguajes que por sí solos cada fotógrafo hemos trabajado, estudiado y llevado a cabo, pero hoy es más. Hoy no cuenta solo salir a probar suerte y dar unos cuantos clicks en un hospital COVID y contarlo como la mayor valentía, sino entrar, mirar, observar y leer las miradas y los cuerpos.

Entender que quien posa en esta situación, se aleja de una realidad donde la muerte es una constante, y que el miedo de quien padece el contagio es como cuando un niño se ha perdido en pleno supermercado de su madre.

Somos los ojos, somos los testigos, somos quienes enseñamos lo que pasa y los que llevamos emociones tan distintas unas de las otras, a miradas desconocidas como la suya y como la mía.

Con información de López-Dóriga Digital