México tiene consumidores desconfiados, enojados con su país, pero que siguen comprando toda suerte de mercancías. Decía un escritor francés que se sentía muy optimista respecto al futuro del pesimismo. Es evidente que hoy en México podemos estar seguros de que esos sentimientos de malestar y desesperanza gozan de cabal salud. Hay quien vive de … Continued
México tiene consumidores desconfiados, enojados con su país, pero que siguen comprando toda suerte de mercancías.
Decía un escritor francés que se sentía muy optimista respecto al futuro del pesimismo. Es evidente que hoy en México podemos estar seguros de que esos sentimientos de malestar y desesperanza gozan de cabal salud.
Hay quien vive de mantener ese estado anímico entre el número más amplio posible de personas, porque en ello llevan su propia ganancia. Pero también es cierto que la impericia política que priva desde el poder contribuye a que crezca esa desmoralización colectiva.
No es casual que hasta las firmas calificadoras hagan eco en sus análisis sobre este país de la situación social y sus complejidades políticas actuales, en el entendido de que eso puede influir en la confianza en la economía y por lo tanto en la manera de financiar el pago de las deudas.
En el mercado interno hay un fenómeno que vale la pena estudiar. México tiene consumidores desconfiados, enojados con su país, pero que siguen comprando toda suerte de mercancías. Lo mismo autos y otros bienes duraderos que alimentos y abarrotes.
El Inegi y el Banco de México se dan a la tarea cada mes de salir a preguntar a la gente, con estrategia metodológica, por supuesto, sobre la condición actual y futura de su hogar y el país, además de las opciones que tienen de comprar en ese momento algún bien duradero.
Realmente esta pregunta sobre si pueden los encuestados comprar una televisión o una lavadora es la que implica que hagan un poco de cuentas con sus ingresos y sus gastos y lleguen a la conclusión que tienen el poder de compra para hacerlo.
La posibilidad confesada de comprar ha mejorado sostenidamente durante los últimos años y las cifras del consumo interno lo avalan. Pero al mismo tiempo, cuando las respuestas son anímicas, ahí es donde brota todo ese pesimismo que tiene al Indicador de Confianza del Consumidor del pasado mes de agosto en unos increíbles 35.9 puntos, que es un nivel propio de un ambiente de crisis económica.
La desconfianza es reflejo de un enojo. Eso se nota bien en las respuestas que evalúan la condición del país, tanto presente como futura.
Como elementos de análisis, lo que debería haber para valorar la situación económica del país presente y dentro de un año, están la inflación, las tasas de interés, el desempeño del Producto Interno Bruto, la tasa de desocupación, en fin. Y en todos estos casos hay datos positivos, ninguno boyante, pero tampoco en niveles críticos.
Pero si las consideraciones a esta respuesta pasan por la CNTE, por Trump, por la tesis de Peña Nieto, por Nochixtlán o Ayotzinapa, habrá un enojo en ciertos sectores que encuentra una posibilidad de expresión en esta encuesta.
Porque la realidad es que los encuestados revelan que la situación actual del hogar no es muy diferente de lo que han tenido por años y nada que ver con las expectativas de catástrofe económica que anticipan para el país.
El desánimo social parece convertirse en una profecía autocumplida, donde los consumidores se quieren convencer de que todo está tan mal que acabarán por actuar en consecuencia, a pesar de que una vez atendido el encuestador de Inegi se den media vuelta y continúen alimentando muy buenas cifras de consumo interno en este país.