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La consulta popular del domingo sobre el misterio de lo que hay que hacer contra actores políticos del pasado fue un fracaso de público.

El respetable desairó groseramente el espectáculo.

Acudió a votar 7.1 por ciento de los convocados. Imaginen el Estadio Azteca con 7 mil espectadores. Es un revés para quienes armaron el juego y para quienes se empeñaron en llenar la plaza. Es decir, para el gobierno y su partido.

Concientes del insulso juego que habían montado, los organizadores se empeñaron en presentar la fiesta como un plebiscito para enjuiciar o no a ex presidentes.

Es un dilema ocioso desde el punto de vista legal, pues el Estado puede y debe enjuiciar en todo momento a quien cometa delitos, sean ex presidentes o ex presidiarios.

No era eso lo que decía la confusa pregunta hecha a los votantes pero era más atractiva: le echaba unos huesos con tuétano al caldo insustancial ofrecido por la Corte con su párrafo cantinflesco que a la fecha sigue siendo un enigma digno del oráculo de Delfos.

Conciente de la pobreza del cartel ofrecido, el Presidente recordó que la figura de la consulta popular se estaba apenas inaugurando, que los boleteros habían boicoteado el acto y que habría desde luego más espectadores en el siguiente cartel: la revocación de mandato en marzo entrante.

Con eso el Presidente dijo dos verdades, o anticipó dos hechos: que habrá consulta de revocación de mandato y que la gente comprará entonces más boletos porque habrá una corrida mucho menos desairada que la del domingo pasado.

En otras palabras, que está probando sus fuerzas para marzo próximo. No le ha salido bien su convocatoria de agosto porque lo consultado era inentendible o trivial.

Pero la pregunta de marzo será una bomba: si se va o se queda el Presidente, y el respetable acudirá a votar, a la vez entusiasta y espeluznado.

El Presidente sigue en campaña, buscando votos más que resultados. Nos queda claro ya que habla más de lo que hace, pero él quiere matar o morir en las urnas. Parece que, inevitablemente, así será.