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Creo que a diferencia del affaire de la casa de Las Lomas, esta ha sido una decisión acertada. Korenfeld, no podía abultarle la cuenta al Presidente y a un gobierno con déficit en la imagen de rectitud.

Es en realidad la segunda, la primera fue la primera dama.

Porque si Angélica Rivera aportó públicamente la información sobre la compra de su casa de Las Lomas; si fue una estrella en las áreas donde la televisión y la publicidad pagan muy buen dinero; si tenía para comprar una casa de ricos; si pagó a valor de mercado; si eligió al agente inmobiliario que quiso; si cubrió las obligaciones fiscales; si saldaba las mensualidades, ¿por qué anunció que vendería la casa?

Se equivocaron entonces, noviembre, los estrategas de Los Pinos al calcular el mal menor y pedirle, u ordenarle, que se deshiciera de la propiedad para tratar de mitigar las suspicacias de corrupción. Vender la casa era avalar que algo olía feo. Y un sacrificio inmerecido para una profesional exitosa. Pero en el gobierno se impusieron los temores. Y las culpas.

A cinco meses de distancia, los hechos enseñan que el descrédito sigue manchando a Angélica Rivera. Que cada aparición suya viene acompañada por las secuelas de la casa. La primera dama se volvió carne de cañón de la prensa “seria” y la prensa “basura”, como vimos el martes en un programa de Telemundo. Nadie está para entender el drama de quienes en vida se han convertido en símbolos de oprobio ante los ojos de sus semejantes, escribió, en una de sus novelas Ignacio Padilla. Impecable.

David Korenfeld, eso sí, es el primer funcionario de alto nivel que se marcha derrotado y por la puerta de servicio por un asunto que no valía más que una reparación del daño, una sanción proporcional y una amonestación enérgica y visible, pero que amenazaba con desbordarse en quién sabe qué. Todavía el martes se revisaron en Los Pinos las variantes jurídicas para que se quedara. Pero la Presidencia decidió que la menos mala de las decisiones, la que calmaría un poco al graderío deseoso de corazones humanos, era que renunciara ya. Pesó mucho la figura de desvío de recursos.

Creo que a diferencia del affaire de la casa de Las Lomas, esta ha sido una decisión acertada. Korenfeld, un funcionario de notables calificaciones, no podía abultarle la cuenta al Presidente y a un gobierno con déficit en la imagen de rectitud.

¿Qué sigue? En el mejor de los casos, el arribo de una austeridad franciscana en el gobierno que ahuyente las prácticas indebidas, porque los riesgos y los costos políticos y sociales están subiendo de precio inconteniblemente.

Una austeridad que sirva asimismo para darle dimensión y legalidad a las cosas. Porque no deja de ser oneroso e injusto que “errores de-ocho minutos-en-un-helicóptero” priven al servicio público de buenos elementos.

Que el episodio Korenfeld sirva también para que el gobierno del presidente Peña Nieto pare de sucumbir a las culpas. La conciencia culpable hace a los hombres cobardes.

MENOS DE 140. El IFT seguía confiando anoche en la palabra de Francisco Aguirre, quien prometió pagar. Llegó así el viernes 10.