Elecciones 2024
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Por segunda ocasión en tres meses, AMLO regañó a sus legisladores. La primera vez, en un salón del hotel aledaño a la Alameda Central.

La segunda vez, en el Salón Tesorería de Palacio Nacional, el presidente de México dejó que Mario Delgado y Ricardo Monreal abrieran la reunión. Ambos coordinadores parlamentarios hicieron un recuento puntual de los asuntos de la agenda ya resueltos, en lo que ha transcurrido del periodo de apertura del segundo año de la LXIV legislatura del Congreso de la Unión. Sobre los pendientes, poco profundizaron.

En su turno, el Ejecutivo federal confirmó que en breve presentará su libro sobre la economía moral, y el domingo 1 de diciembre convocará a una concentración popular, en el zócalo, para rendir su cuarto informe.

Cuando empezaba a referirse al despliegue de la Cuarta Transformación y la entrega directa de los recursos del erario a los beneficiarios de los programas sociales, comenzaron las interpelaciones. Al menos dos diputados federales —del PES, según algunas versiones no confirmadas— a grito pelón trataron de hacerse escuchar.

AMLO tenía el micrófono. Y por eso fue notorio que subió el tono de la voz. “¡Ya hablan como los conservadores!”, replicó. Y sin pausa, desaprobó a los inconformes, a quienes reclamó referirse a asuntos de los que ni siquiera estaban bien informados.

“Hay de prioridades a prioridades —había reconocido el Ejecutivo a finales de septiembre pasado— pero les pido nos den la confianza y nos apoyen en la propuesta (de presupuesto 2020), porque en caso contrario no tendríamos recursos y no podríamos darle respuesta a la gente”.

Al resto de los asistentes también les tocó la peroración presidencial. “Les recomiendo que informen a la gente de lo que se está haciendo”, requirió, “y recorran los caminos. Salgan a las comunidades. Escuchen al pueblo”.

“Le tocaron el nervio”, resumió Gerardo Fernández Noroña, el combativo parlamentario en una videocolumna. El Ejecutivo objetó las interpelaciones y de plano —de acuerdo con las versiones de otros de los asistentes— llamó “conservadores” a sus compañeros de partido. “Muchos se pusieron el saco”, observó uno de los informantes. “Algunos movían el brazo de un lado a otro, en señal de negación. Unos pocos alzaban la voz para pedir respeto”.

Antes fueron las quejas sobre las actividades de los superdelegados. Ahora eran las objeciones a la instrucción presidencial para que los legisladores se abstuvieran de intervenir en la definición del paquete presupuestal 2020.

En el primer tramo —la confección de la Miscelánea Fiscal y la Ley de Ingresos—, los parlamentarios desobedecieron las sugerencias presidenciales y capitularon ante grupos de interés —vía cabilderos— y de gobernadores de distinto signo partidista.

“Resistan a las presiones”, decretó el presidente. Pero no tenían oídos para recomendaciones éticas. En San Lázaro —refieren los morenistas consultados— hay más de 150 legisladores de distintas bancadas que pugnan por una reorientación del presupuesto, para canalizar recursos suficientes para las entidades más necesitadas.

Apenas una hora en el Salón Tesorería. AMLO, acompañado por Mario Delgado y Ricardo Monreal, se retiró a su despacho, sin selfies ni despedidas afectuosas.

Fernández Noroña —uno de los pocos legisladores que públicamente habló sobre el desencuentro entre AMLO y las bancadas morenistas— de plano propuso un cambio en el formato. Debería tratarnos como a la prensa, sugirió. Que exponga y luego responda preguntas y respuestas.

La bronca del jueves 7 habría dejado daños colaterales. Y es que las diatribas contra el coordinador de los programas para el desarrollo, Gabriel García Hernández, habrían socavado su autoridad y obligado a su mudanza. Su oficina, en el tercer piso de Palacio Nacional, ha quedado vacía. Y los rumores sobre su salida corren, incesantes.