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Ronda la cabeza y se asoma a los discursos del presidente López Obrador el fantasma del golpismo militar.

El Día del Ejército agradeció a las fuerzas armadas no haber caído en la tentación golpista, con un toque discursivo donde no quedó claro si habla de momentos de la historia pasada, por ejemplo el 68 mexicano, o de civilidades recientes, es decir, de recientes descartes de la tentación militar de dar un golpe.

Menos ambigua es la alusión presidencial a un cierto paralelismo histórico entre los golpes militares sufridos por Madero, en México, en 1913 y por Salvador Allende, en Chile, en 1973.

En las dos evocaciones de esos golpes militares, cruentos, desalmados, el presidente deja correr la sugerencia de una similitud histórica con su propia figura.

Madero y Allende querían un país mejor, eran vistos por sus contemporáneos como unos soñadores o unos utopistas, y por sus adversarios como una amenaza al orden de privilegios constituido.

La consecuencia de su sueño transformador y del rechazo de los conservadores a ese sueño, fueron dos sangrientos golpes militares, que aplastaron los sueños a sangre y fuego.

La analogía histórica sugerida por el presidente entre estos golpes de Estado y su situación, falla en dos cuestiones claves.

Primero, tanto el golpe de Madero como el de Allende fueron dados por sus fuerzas armadas. Segundo, los dos fueron incubados en conspiraciones de las embajadas estadounidenses de los respectivos países.

Ninguno de estos actores aparece en el escenario mexicano de hoy como amenazante para el gobierno. Las fuerzas armadas no han recibido mejor trato presupuestal y político en muchos años.

La embajada estadunidense tiene hoy poco nada que reclamar al gobierno mexicano, pues éste ha cumplido con lo que le pide el presidente Trump, quien se ha declarado en trance de un love affair con México.

Con los militares y la embajada de luna de miel con el gobierno, ¿de dónde podrían venir las fuerzas de un golpe de Estado?

¿Del crimen? ¿De los empresarios? ¿De la prensa? ¿De las mujeres? ¿De las víctimas? ¿De los enfermos no atendidos? ¿De los conservadores? ¿De la imaginación del presidente?