Elecciones 2024
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En el entendido que soy columnista de la sección Política y Sociedad, de El Economista, por segunda ocasión consecutiva haré a un lado la política para abordar el futbol, un auténtico fenómeno social.

Empezaré con una fe de erratas. La frase: “El futbol es un juego en el que se enfrentan once contra once y siempre gana Alemania”, que según yo la dijo Jorge Valdano, no es verdad. Tal vez la leí en algún escrito de Valdano, pero en realidad, luego de investigarlo, la expresión corresponde al futbolista inglés, campeón goleador en México 86, Gary Lineker, quien expresó: “El futbol es un juego simple: 22 hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y, al final, los alemanes ganan”.

Recurriré a otra frase, esta si estoy seguro de su autor, aunque la haya leído en libros y artículos de Juan Villoro, el apotegma es creación del escritor y periodista español Javier de Marías: “El futbol es la recuperación semanal de la infancia”.

Cavilo el enunciado en su dimensión exacta y retorno a la etapa de mi vida en la que comencé a tener uso de la razón y hacerme aficionado al futbol.

Mi abuelo paterno, el actor del cine nacional, don José Morcillo (algún día explicaré por qué yo me apellido Rodríguez, por parte de padre, y él era Morcillo); vivió con nosotros hasta su muerte ocurrida el 15 de mayo de 1949 —un mes y un día antes de que yo cumpliera cuatro años—. Por ser el primer hijo varón de la familia mi padre, decidió adaptar para mí la recámara del difunto. Sin poder precisar cuándo ocurrió eso, sí sé que ahí desperté al uso de razón cuando ya sabía leer. Un escudo, mitad negro y mitad rojo, con una letra A en medio adornaba la pared de mi habitación, era el del equipo Atlas, campeón de liga 1950-51, según se leía en la parte inferior del emblema. De esto, deduzco que tenía seis años. También recuerdo una fotografía recortada de la portada de un periódico en la que un futbolista pateaba espectacularmente un balón, el título:  “Todavía ídolo, Horacio Casarín”. Sin haber asistido a un estadio, mi equipo era el Atlas y mi ídolo Horacio Casarín.

Un año después nos cambiamos de casa pero no de colonia. A dos casas de la nuestra vivía una familia –le diré los Naros- cuyo padre era sumamente aficionado a todos los deportes. Un día nos invitaron a mi amigo Pancho del Valle y a mí, al futbol al estadio de la Ciudad de los Deportes. ¿A qué equipo le vas? –me preguntó don Naro. Al Atlas –respondí-. Ellos eran necaxistas y ese día vi jugar a mi ídolo de fotografía Horacio Casarín, que jugaba con los electricistas. El partido fue contra el Toluca. Recuerdo a Arenaza, al “Platanito” Hernández, a Wedel Jiménez, a Malanchane y a Carús, por los choriceros y a Jorge Morelos –porterazo-, el “Picao” Arnauda, Portugal y Salazar, Alfredo del Águila, Julio María Palleiro, el “Güero” Jasso y Molina, acompañando a Casarín, por los electricistas.

¿Y el Atlas? Coincidió que todos sus partidos en la capital eran nocturnos así que jamás lo vi jugar. La temporada siguiente los Naros decidieron acudir al beisbol. Mi amigo Pancho y yo seguimos yendo al futbol. Como el escudo más parecido al del Atlas era el del Atlante me volví atlantista. Con un peso que nos daban de domingo, íbamos de Guadalupe Inn a la Ciudad de los Deportes en camión (15 centavos), 50 centavos de entrada. Cooperábamos con 20 centavos con la porra de Moralitos, para los cohetes que aventábamos cuando salía el equipo. “Les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre, Atlante es su padre”. Ahí terminaba la porra a la que ahora se le agregó una mentada de madre. En el Atlante jugaba Salvador Mota, Chicho Ávalos, Telmo, Esperanza, Héctor Gandini, Felipe Rosas, auténtica ave de las tempestades; el “Bombero” García Vélez, Ligorio López, Carlos Calderón de la Barca, el poeta del futbol; Rico y el “Loco” Sesma.

En enero de 1956 la familia nos trasladamos a vivir a León, Guanajuato. Por primera vez fui al futbol acompañado de mi padre. Obvio me hice aficionado al León que esa temporada obtuvo su cuarto campeonato: Carbajal, Nova, Bravo y Gutiérrez; Luna y Marik; “Fello” Hernández, Marcos Aurelio, Mateo de la Tijera y Leonel Bossa, inolvidable alineación.

Al respecto Juan Villoro escribió en “Dios es redondo”: “Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos. Unos optan por una escuadra de sólido arraigo familiar, otros se inclinan con claro sentido de la conveniencia por el campeón en turno. En ocasiones, una fatalidad regional decide el destino antes de que el sujeto cobre conciencia de su libre albedrío y el hincha nace al modo ateniense, determinado por la ciudad”. Esto fue lo que pasó conmigo: Sesenta y dos años después, el León es el equipo de mis amores. Amo a la ciudad de León, donde están los restos de mi abuela, mi padre y mi madre y está vivo el recuerdo de una época feliz de mi vida.

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-Amor, creo que estás muy obsesionado con el futbol. Me haces falta.

-¿Cuál falta? ¡Ni siquiera te toqué!