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Desde la tribuna mañanera se habla de carestía, de fuertes incrementos en los precios, y el presidente Andrés Manuel López Obrador alarga el tema durante más de una semana para anunciar su plan que, dice, va a contener la inflación.

Mientras tanto, en todo este tiempo que transcurre, hasta este miércoles que anunciará su acuerdo antiinflacionario, hace del tema de la inflación una discusión presente entre su feligresía, que anticipa que los precios seguirán subiendo.

Pero también deja en el limbo a los mayores productores de mercancías agroalimentarias y manufacturadas del país, que no saben bien a bien si eso de “precios justos” es un eufemismo para imponer un control de precios.

Tampoco tienen conocimiento en los mercados de la manera como este régimen va a involucrar a las cadenas de distribución. Porque López Obrador habla de llegar a acuerdos con las cadenas de tiendas departamentales, hay que suponer que lo que el Presidente quiso decir fue cadenas de autoservicio. Pero realmente nadie lo sabe.

Habla de precios de garantía, cualquier cosa que eso signifique, en 24 productos básicos. Dice López Obrador que va a costar lo mismo una canasta básica en la Ciudad de México que en una población yucateca de 50,000 habitantes, sin tomar en cuenta los costos de transportación.

Todas estas empresas que aceptaron hacer negocios en México en un libre mercado no saben hoy cuál será su destino a partir del plan antiinflacionario de la 4T. Los precios de las acciones de las empresas que pueden resultar afectadas tienen obviamente comportamientos erráticos.

Y en medio de todo esto la gran pregunta es, ¿en dónde está el Banco de México?

Ese organismo, autónomo por ley, que se ha vendido como el paladín de la lucha contra la inflación no está hoy en la discusión pública sobre la estrategia contra la inflación.

Un banco central que quiera mantener su poder de influencia en una economía debe hacerse acompañar de sus instrumentos de política monetaria, pero también de una voz fuerte y respetada que haga que los agentes económicos le crean que ellos, los verdaderos expertos, pueden controlar las presiones inflacionarias y que no necesitan de medidas populistas y peligrosas desde el poder ejecutivo.

En diferentes momentos de presiones inflacionarias en lo que va de este siglo, que coincide con la autonomía del banco central, se han escuchado las voces desde el Banxico que convencen de que tienen con qué reaccionar.

Al menos a lo largo de todos estos días en que el monopolio declarativo del combate a la inflación se lo ha llevado el Presidente se ha extrañado al banco central mexicano en la discusión.

Eso le resta fuerza al poder monetario y financiero del Banco de México que bien puede ahora recibir la crítica de que no hacen falta sus tasas de interés tan altas, que afectan el desempeño del crecimiento económico, cuando el líder de la 4T resultó tan bueno para controlar la inflación.

Claro que es imposible que el control de precios de una veintena de productos de la canasta básica acabe con las presiones inflacionarias, pero este régimen es de discursos y muy proclive a controlar todo el poder, con ese marcado desprecio a otros poderes y a las autonomías.

Por eso la pregunta, ¿en dónde está el Banco de México?