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La visión que hoy mantiene México de lo que quiere para su industria petrolera se remonta a aquellos tiempos en que Estados Unidos dependía de las importaciones de crudo para poder mover su economía.

Fueron aquellos días en que un bloqueo árabe creó una crisis energética sin precedentes en Estados Unidos, y fue justo cuando el gobierno populista mexicano de aquellos años se preparaba para administrar la abundancia, ante los altos precios del hidrocarburo.

Pero mientras hoy la 4T quiere regresar a los viejos tiempos de la empresa estatal de petróleo que sostenía los ingresos de este país, Estados Unidos, el principal consumidor de hidrocarburos del mundo, ya dio un giro radical a su condición de nación dependiente de energéticos importados.

Estados Unidos no sólo ha logrado satisfacer 100% de su consumo energético interno con producción propia, sino que se ha convertido en un exportador neto de petróleo.

No significa que ya no compre hidrocarburos al mundo, sino que ahora lo hace por mera conveniencia de mercado, no por una dependencia del extranjero.

Mientras tanto aquí, el pobre y tardío intento mexicano por abrir su sector energético, el sexenio pasado, es ahora bloqueado desde el gobierno federal que intenta, a través de la empresa petrolera más endeudada del mundo, regresar a las viejas glorias de los tiempos de Echeverría o López Portillo.

Construir una refinería en los inviables terrenos de Dos Bocas, en Paraíso, Tabasco, es tan sólo el emblema de una mala estrategia. Hay decisiones que serán mucho más costosas para este país en materia energética.

Estamos horrorizados porque, con las prisas de aprobar a como diera lugar el T-MEC, al negociador único y al Senado mexicano les metieron un gol con aquello de los inspectores laborales. Pero la visión dogmática que tiene la actual administración sobre los energéticos dejó a México fuera de un acuerdo que sí suscribieron Estados Unidos y Canadá para crear una integración de los mercados energéticos.

Este acuerdo bilateral, del que México decidió quedar fuera, permitirá impulsar las inversiones y el mercado energético común en el entendido de que hay fortalezas energéticas para Canadá, como el gas natural, y otros sectores fuertes en Estados Unidos como el petróleo de esquisto.

México, por razones ideológicas, decidió mantenerse al margen de este desarrollo norteamericano y tarde o temprano pagará las consecuencias. Las escalas energéticas que podrán lograr canadienses y estadounidenses tendrán como competencia de la cerrazón mexicana la refinería de Dos Bocas.

Incluso, con la necesidad de impulsar la industria siderúrgica para cubrir las reglas de origen del sector automotriz, algo que faltará será justamente acceso a energéticos oportunos y baratos.

La parte más delgada del hilo en la relación de México con sus socios de América del Norte no se dará tanto por la parte laboral o por las reglas de origen del sector automotriz.

El lado flaco de nuestro país será el bajo desarrollo del sector energético, que le impone esa visión cerrada que mantiene la 4T a la industria petrolera y de generación de electricidad.