Elecciones 2024
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Desde hace poco más de ocho años que comencé a escribir esta columna en El Economista -¡caray, cómo te tardaste en entregarla!, me dice el chistoso que llevo dentro-, corrijo: Desde que El Economista me abrió sus puertas, hace poco más de ocho años, para publicar mis textos dos veces a la semana -martes y jueves- advertí a los lectores que en mis escritos encontrarían la opinión de un ciudadano común -lo de corriente no me gusta- sin más información que la que está al alcance de cualquiera. Esto es: No tengo ninguna relación con la dirección de comunicación social de ninguna dependencia gubernamental. Evito establecer vínculos de amistad o de trabajo con la estirpe política. No asisto a los lugares donde los políticos ‘pican piedra’ como diría el Alazán Tostado, Gonzalo N. Santos, uno de los padres fundadores de la corrupción moderna -la que se forjó durante y después de la Revolución-. En pocas palabras: No hago rondanas con hojalateros. (Sin ir muy lejos -por mí quédate en tu casa, opina el mismo chistoso que raya en la mamonería-, hace unos días, vía telefónica, me invitaron a la presentación del libro La fuerza del cambio de Rafael Moreno Valle -una publicación que a kilómetros de distancia huele a campaña para ser candidato del PAN a la Presidencia de la República-. Decliné la invitación, le dije a la persona que amablemente me convocó: Lo siento señorita, pero tengo mucho trabajo y no acostumbro ir a ese tipo de reuniones. Colgué. Alicia, mi mujer, que estaba presente y que sabía con quién hablaba porque ella contestó el teléfono, me interrogó: ¿Por qué no vas? Es que me imagino que ahí estarán muchos políticos; me vayan a contagiar -contesté-. Deberías ir, a lo mejor te contagian de cleptomanía y nos hacemos millonarios, me propuso mi morena que además de guapa es ágil de mente -¿insinúas que se le van las cabras?, me interroga el insoportable mamón que habita en uno de mis hemisferios cerebrales y que a partir de este momento queda cancelado-).

Retomando el tema, jamás creí llegar a saber un chisme o un dato de lo que acontece en la surrealista política mexicana, para publicarlo antes que nadie. Pero quiso el destino que el pasado viernes asistiera yo a una comida de concurrencia variopinta, en una mesa contigua a la mía escuché a alguien decir: “Se lo dije a Javier: te estás pasando, ya párale. Estoy blindado, me dijo sobrado, yo le entré con dos mil quinientos millones de pesos para la campaña. La verdad es que se pasó, por eso lo agarraron de chivo expiatorio”. (Yo, que disimuladamente escuchaba, pensé: si es el Javier que yo imagino, más que chivo fue marrano expiatorio). Todavía alcancé a oír: “A huevo que hizo un arreglo, por eso dejaron ir a su mujer”.

Después de escuchar lo aquí narrado, no pude evitar un interrogatorio interno: ¿Con cuánto dinero le habrá entrado Humberto Moreira, quien como gobernador de Coahuila incrementó la deuda estatal con documentos falsos y a quien la justicia mexicana no lo ha tocado ni con el pétalo de una acusación? Por el contrario, nuestro gobierno movió varias palancas para sacarlo con bien de la prisión española en la que por algo cayó.

Enseguida vino a mi mente el nombre del exgobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, quien sólo estuvo en la cárcel de pisa y corre. De él puede pensarse que le entró con cientos de millones de pesos “para la campaña” -cualquier cosa que ésta sea-. En ese orden de corruptos vienen a la mente de este redactor los nombres de Roberto Borge y César Duarte, quienes, luego de ser orgullosamente presumidos como emblemas del nuevo PRI, se convirtieron en prófugos de la justicia. ¿Con cuánto dinero público deben de haber comprado su impunidad?

Líneas arriba afirmé que la política mexicana es surrealista. Una prueba. En el diario La Jornada de ayer una nota de Víctor Ballinas informa que Emilio Gamboa, coordinador de la bancada tricolor, reconoció que algunos estados del país viven una situación crítica por la ordeña de ductos de Pemex y la comercialización ilegal. Manifestó que “el Congreso de la Unión está obligado a proporcionarle al Estado mexicano las herramientas legales que le permitan prevenir, combatir y sancionar esos delitos”. En la parte de arriba de la misma página, la reportera Patricia Muñoz Ríos escribió que el compañero de bancada y partido de Gamboa, el senador Carlos Romero Deschamps, y miembros de su comité ejecutivo del sindicato de Petróleos Mexicanos (Pemex) “están involucrados en la red de robo de gasolinas en todo el país”, aseguran el Frente Nacional Petrolero y la Gran Alianza Nacional Petrolera, en denuncias presentadas ante la Procuraduría General de la República (PGR). Denuncias que no prosperan.

Ahora me imagino a la hija de Romero Deschamps, quien se hace llamar Pauli Rod, presumir en Facebook sus viajes en yates de lujo y en aviones privados acompañada de sus tres perros, hospedándose en los mejores hoteles del mundo, descorchando botellas de vino Vega Sicilia, ostentando sus bolsas Hermes y diciéndoles a los proles: “¿Saben qué, nacos? Yo vivo así porque mi papi le entró con una lanísima a ‘la campaña’. Compró cien años de impunidad”.

Así es nuestro querido México. ¿Cuánto costará hoy un mes de impunidad?

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