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Ya sabemos que a Agustín Carstens lo convencieron de quedarse seis meses más respirando el smog de la Ciudad de México antes de irse a la tranquila ciudad suiza de Basilea.

Y aunque estará al frente del Banco de México hasta finales de noviembre, ya va encontrando los momentos de hacer un balance y de proponer un legado.

Uno de los foros al que ya no regresará como gobernador del banco central mexicano, posiblemente lo puedan invitar como gerente del Banco de Pagos Internacionales, es a una convención bancaria, que es el encuentro entre el sector financiero y público más importante del año.

Así que ese marco fue muy adecuado para hacer un balance, en tiempos de turbulencia y sobre todo para dejar entre autoridades y banqueros una inquietud.

En cuanto al balance, ahí está la inflación de la que gozamos durante 15 años por debajo de 5% y ni hablar de la inflación inferior a 3% que conocimos durante tantos meses desde el 2015.

Entre los factores internos y externos que han influido en las presiones inflacionarias el Banco de México ha tomado medidas preventivas y correctivas para regresar a todos a la idea de que una inflación de 3% más-menos un punto porcentual es posible sostenerla en México.

De hecho, el pronóstico del propio gobernador Carstens es que llegará el 2018 y tendremos entonces de vuelta la inflación dentro de la meta establecida.

Pero lo más interesante que empieza a delinear un plan que ciertamente no le tocaría implementar pero que constituye un cambio estructural que podría ser del tamaño de aquel que le dio autonomía al Banco de México a mediados de los noventa.

La política monetaria no opera en el vacío, dijo Carstens, es parte de la política económica del Estado y debe buscar mayor complementariedad.

En diferentes momentos, ya sea en discursos o en las minutas de las reuniones de decisión de política monetaria, desde el banco central ha habido quejas del manejo fiscal y de la descomposición de la salud macroeconómica. Trascendió incluso que el reclamo fue razón para desavenencias entre funcionarios de Hacienda y del propio banco.

Pero más allá de lo evidente del diagnóstico Carstens parece dirigir al Banco de México hacia una ampliación de sus facultades para que pueda, como dijo ante los banqueros, existir mayor sinergia entre la política fiscal y la monetaria para que el banco central pueda lograr su objetivo de manera más eficiente y con un menor costo para la sociedad.

Hay que buscar el balance en una combinación idónea entre la política fiscal y la política monetaria, remató el gobernador.

Hay institutos centrales como la Reserva Federal de Estados Unidos que además de procurar el poder de compra de la moneda buscan el pleno empleo, o sea estabilidad de precios y crecimiento económico. Dos objetivos, un solo banco.

¿Puede México estar en el camino de un banco central que desde su autonomía, ajeno a los intereses políticos del gobierno en turno, procuren la estabilidad fiscal y monetaria?

Parece que Agustín Carstens sugiere que sí.