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          Solo hago cuentas políticas sin comparar, porque ya sé que no le gusta, de las diferencias de tiempos, espacio, condiciones y personalidad: de la indignidad del apoyo a aquella frustrada reelección, al encuentro, puedo decir, entre iguales, aunque por la disparidad de países, parecería imposible

Es difícil decir si estamos más impresionados por su fragilidad o por su resiliencia.

El 2017 nos ha enseñado mucho de la economía mexicana. Es difícil decir si estamos más impresionados por su fragilidad o por su resiliencia. Las primeras tres semanas del año vimos esta fragilidad en todo su esplendor: no estábamos preparados para un escenario en el que nuestro vecino y mayor socio comercial nos ninguneara. Un tuit de Donald Trump bastaba para derrumbar el valor del peso y para poner en duda el futuro de la relación comercial con Estados Unidos. El proyecto económico definido hace tres décadas parecía ser un edificio con grietas.

Los meses de febrero y marzo han sido pródigos en ejemplos de resiliencia de la economía mexicana: el peso ha sido la divisa que más se ha revalorado frente al dólar en el mundo, a pesar de las alzas en las tasas de la Fed y de la incertidumbre sobre el futuro del TLCAN. Las cifras de empleo, ventas al menudeo y exportaciones han mostrado un vigor inesperado. El primer mes completo de la administración Trump incluye un aumento de más de 5% en las exportaciones de autos hechos en México hacia Estados Unidos, a pesar de la obsesión del mandatario con el déficit y con el sector automotriz. No es casual que, en este contexto, el IGAE, un indicador diseñado para arrojar luz al futuro próximo, lanza señales de fortaleza relativa.

¿En qué quedamos? ¿Cómo será el 2017? El año comenzó de una forma tan terrible que nos dio permiso de imaginar lo peor: habría enfrentamiento diplomático y comercial con Estados Unidos. La manía antimexicana del presidente Trump produciría una caída dramática de inversiones y traería problemas para alcanzar un crecimiento positivo del PIB. En el radar estaba una depreciación gigante del tipo de cambio, con espiral inflacionaria incluida.

A punto de concluir el primer trimestre, casi todo parece indicar que las peores pesadillas no se volverán realidad, cuando menos en el ámbito económico. El discurso de la administración Trump hacia México se ha moderado y manda señales de que habrá una renegociación “razonable” del TLCAN. Los agentes económicos han empezado a poner al presidente estadounidense en su lugar: no es Superman ni podrá hacer todo lo que anuncia por tuit. Hemos dejado de pensar en Trump como un huracán categoría 5; ahora lo vemos como una tormenta tropical que de seguro traerá chubascos y quizá algo más.

¿Hay condiciones para pasar del pesimismo al optimismo? No, entre otras cosas porque el escenario sigue siendo extremadamente complicado: las finanzas públicas deben pasar la prueba de las agencias calificadoras. Hay dudas razonables sobre la capacidad del sector público de lograr un equilibro entre gastos e ingresos, en un contexto donde pegarán duro factores externos como el precio del petróleo y el alza de las tasas de interés. Un indicador a seguir con mucho cuidado en las próximas semanas será la recaudación del SAT. Un estancamiento en la captación de impuestos complicará mucho las cuentas porque la reducción del gasto ha demostrado ser una tarea extremadamente complicada.

No todo dependerá del gobierno. El comportamiento de los consumidores y de los empresarios será clave en la “definición” de este 2017. Más de 80% del PIB depende de decisiones de agentes privados y lo único claro es que hay incertidumbre entre consumidores e inversionistas. ¿Cómo será el 2017? La moneda está en el aire. Veremos ciclos de dudas y confianza. ¿Ganará la fragilidad o la resiliencia?

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