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La semana pasada, el candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador, escribió una carta a El Financiero donde propone, entre otras cosas, un modelo económico semejante al aplicado durante el periodo conocido como el Desarrollo Estabilizador.

López Obrador aclara que el propósito no es “revivir un modelo del pasado” y que el objetivo principal es “retomar las lógicas que funcionaron, ajustarlas a las condiciones actuales” para tomar en cuenta factores como la globalización y la transformación tecnológica.

Asimismo, López Obrador afirma que el Banco de México mantendría su autonomía y que las finanzas públicas se mantendrían en equilibrio. Para entender mejor lo que pretende el candidato de Morena con esta propuesta, vale la pena hacer un breve recuento del Desarrollo Estabilizador.

Este periodo, que comenzó en 1954 y concluyó en 1972, arrojó resultados muy positivos en términos macroeconómicos: la economía mexicana logró crecer a una tasa promedio anual de 6.5%, mientras que la inflación se mantuvo en niveles muy moderados y el PIB per cápita creció a una tasa anual de 3.7 por ciento.

El modelo se enfocó en impulsar una política industrial de Estado encauzada en estimular el mercado interno. Dicho impulso se logró mediante grandes apoyos al campo y una política de sustitución de importaciones para desarrollar la industria doméstica.

La política industrial se complementó con una política fiscal muy ortodoxa concentrada en mantener un equilibrio en las finanzas públicas y una política monetaria enfocada en la estabilidad de precios, manteniendo un crecimiento moderado en la base monetaria.

En términos macroeconómicos, este periodo es, sin duda, uno de los más exitosos en la historia de nuestro país. Sin embargo, resultaría miope atribuir todo el éxito del Desarrollo Estabilizador a las medidas de proteccionismo, la sustitución de importaciones y los apoyos al campo.

El Desarrollo Estabilizador se dio en un contexto global de crecimiento muy dinámico y gran estabilidad que, sin duda, contribuyeron a que la economía mexicana creciera en la ausencia de choques externos.

Por otro lado, la política industrial impulsada por el Estado tuvo consecuencias negativas importantes, ya que la ausencia de una competencia real en varios sectores contribuyó a la subsistencia de empresas ineficientes que eran subsidiadas por el modelo económico.

Asimismo, muchas industrias se dedicaron más a la búsqueda de rentas, destinando recursos a mantener el status quo y promover la imposición de barreras de entrada a productos extranjeros en lugar de destinarlos al desarrollo e investigación.

A pesar del éxito macroeconómico del Desarrollo Estabilizador y el crecimiento en el PIB per cápita, los resultados en cuanto a redistribución del ingreso y reducción en los niveles de pobreza fueron mixtos.

El coeficiente de Gini que mide la distribución del ingreso —los valores del coeficiente de Gini van entre 0 y 1, donde 0 se interpreta como la perfecta igualdad (bajo el supuesto de que todos los individuos tienen ingresos idénticos) mientras que 1 es cuando todo el ingreso se concentra en una sola persona— se mantuvo cerca de 0.52 entre 1950 y 1963, para después presentar una mejoría a 0.50 para 1968.

El objetivo principal del nuevo Desarrollo Estabilizador es acelerar el crecimiento, reducir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso mediante una activa participación del Estado en áreas estratégicas donde puede haber un alto impacto social y una reducción en la dependencia del extranjero, como el campo (posiblemente con subsidios y precios de garantía) e infraestructura (una fuerte inversión en refinerías).

El reto principal es que esto se logre sin introducir distorsiones significativas y manteniendo las finanzas públicas en equilibrio.

Aun así, será interesante conocer los detalles para ver si estamos ante un modelo económico de corte “europeo” o una serie de buenos deseos que podrían generar distorsiones y desequilibrios fiscales.