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Amistad que no se refleja en la nómina es pura  demagogia, decía el librito de la picaresca priista. Su máxima absoluta era del célebre Tlacuache Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

El avance de la democracia suspendió el control centralizado del presupuesto por el Presidente y lo abrió a la negociación de las fuerzas políticas representadas en el Congreso.

El diseño peculiar de la democracia mexicana hizo que para nadie fuera posible obtener una mayoría absoluta en el Congreso. Desde 1997, el partido en el poder ha estado en minoría en el Congreso. Ha necesitado de la anuencia de las otras fuerzas para gobernar. . . y para aprobar el presupuesto.

La alternancia democrática del año 2000, enfrentó al ganador con la paradoja de que había ganado la Presidencia pero no el poder.

Su partido era minoría en el Congreso y entre los gobiernos estatales, de los que el PRI conservaba creo que 22 de 31, y la izquierda había ganado la Ciudad de México.

La decisión de aquel primer gobernante de la democracia fue buscar la colaboración política de sus adversarios mediante el reparto negociado del presupuesto federal.

El flujo de recursos petroleros facilitó la tarea. Pronto los estados tuvieron también un bono petrolero.

El Congreso federal fue el lugar de esta negociación fundacional, que en muchos sentidos diluyó al propio Congreso como un contrapeso del Ejecutivo a la hora de la rendición de cuentas.

 Desde entonces nadie en el Congreso exigió muchas cuentas. Todos sus miembros eran beneficiarios del reparto federal en un país donde el presupuesto de la federación era 85 por ciento de los recursos públicos disponibles. Los gobiernos locales no cobraban impuestos.

Se melló así el mecanismo clave de la rendición de cuentas: la división de poderes. El vigilante se volvió repartidor y beneficiario de lo que debía vigilar.

La tolerancia del Congreso federal a los excesos y la corrupción en el gasto público es una de las piedras de toque de la baja rendición de cuentas del país. La otra es la captura de los congresos locales por los gobernadores de los estados.

(Mañana: La piñata federal)