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Imposible pensar que la reforma 
no sirva como instrumento electoral.

El hecho de que los opositores a la reforma energética no tengan argumentos válidos para descarrilar la discusión de las leyes secundarias, no significa que no vayan a intentarlo todo para conseguir su objetivo.

La verdad es que las intervenciones en la tribuna del Senado provocaron más ternurita y cansancio que un efecto reflexivo entre los que están convencidos de la conveniencia de darle una vuelta total a lo que tenemos en materia energética.

Pero hay un lado flaco que tendrá cualquier acuerdo legislativo: el electoral. Si los opositores a ultranza le calientan la cabeza a los partidos aliados a la reforma con temas electorales, podrían lograr el efecto deseado.

Como sea, el Partido Acción Nacional, principal promotor de la reforma energética como quedó, ya dejó ver sus preocupaciones en el tema electoral y mostró que no se tocaría el corazón para frenar un cambio del tamaño que sea si nota mala leche electoral en el partido en el poder.

La izquierda lo va a intentar todo. Desde la previsible toma de tribuna en San Lázaro, por más que lo quieran negar, hasta calentar la cabeza panista con argumentos de uso electoral del tema por parte del partido en el poder.

Porque no es lo mismo que perredistas y morenistas vayan a usar su famosa consulta antirreforma como plataforma de campaña para el 2015, a que el gobierno federal planee con fines electorales una reforma en la que recibió la valiosa ayuda blanquiazul.

Por lo pronto, ya se nota en el discurso de los legisladores priístas el endosar lo conseguido hasta hoy a la visión del gobierno de Peña Nieto.

Los priístas están entregando la charola de la ofrenda a su tlatoani, cuando el cambio está incompleto y enfrenta todavía riesgos en el proceso. Porque si bien los cuatro dictámenes que tenían origen en el Senado ya salieron con una aprobación mayoritaria, es un hecho que hasta que no estén publicadas las leyes secundarias en el Diario Oficial de la Federación, no pueden cantar victoria.

En San Lázaro no hay riesgo aritmético, pero sí político. Y a los senadores les falta atender las iniciativas fiscales con origen en la Cámara de Diputados y eventualmente resolver cualquier cambio que determinen los diputados a sus cuatro dictámenes aprobados.

Es imposible pensar que ante el tamaño y el alcance que tiene la reforma energética no deba servir como instrumento electoral. Los priístas tienen derecho a presumir la visión de cambio del gobierno de Peña Nieto y los panistas tienen todo el privilegio de mostrar al mundo que la reforma es muy al estilo blanquiazul y de paso dejar en claro que ellos sí pueden ser una oposición responsable.

Es más, de acuerdo con los usos y costumbres de la política mexicana, la izquierda también puede presumir entre sus clientes que son opositores al cambio con base en sus arcaicos dogmas.

Pero deben tener muy claros los tiempos para evitar que, entre el plato de la discusión legislativa y la boca de contar con una gran ley energética, se les caiga la sopa por acelerados.