Elecciones 2024
Elecciones 2024

El domingo me propuse hacer una crónica de la elección en el Estado de México. Salí de mi casa sin desayunar, porque pensé comer algo sabroso en un tianguis que encontraría por el camino o en algún restaurante típico que, mi pensamiento de chilango me aconsejó, deberían de abundar por la zona.

A bordo de mi coche, me enteré por la radio de las cabezas de cerdo arrojadas cerca de algunas casillas y en instalaciones del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Por lo pronto, me dije a mí mismo: Por típico que sea, no vas a comer pozole.

Descubro un tianguis. Compro periódicos del día con la esperanza de que en ellos venga la localización de las casillas. Para mi frustración no vienen. Busco entre los clientes del mercado alguien que traiga el pulgar manchado con la tinta indeleble que se le pone a la persona que vota para preguntarle en dónde está la casilla en la que votó. Nadie trae el dedo manchado. Mientras averiguo, me aviento tres tacos de mixiote acompañados con un litro de agua de limón y chía. Entre taco y taco pregunto al resto de los comensales en dónde queda la casilla más próxima. Nadie me contesta. Ha de ser porque hablar con la boca llena es de mala educación —infiero. Los de los mixiotes se justifican: nosotros no somos de aquí, nosotros como los mixiotes somos de Hidalgo, ¡sí señor!

Me aventuro por una zona de Naucalpan. Sólo hay fábricas. Adelante, al fin: una colonia y una casilla. Son las 12 del mediodía con 10 minutos. La colonia se llama Cervecería Modelo y en la casilla no hay gran afluencia de votantes. Descubro a una encuestadora de salida que está a más de 30 metros de lugar de los votos. Platico con ella y me entero que la casilla se instaló a las 10 y que hasta ahora están llegando los ciudadanos. Sobre sus encuestas me dice que una señora del Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) le prohibió estar cerca de la casilla y preguntarle a los electores. Localizo a la dama en cuestión, Marcela Fierro, le pregunto por qué no permite a la señorita encuestadora hacer su trabajo. Me dice que eso está prohibido por la ley porque el voto es secreto. Yo le digo que si la persona que sufraga quiere decir por quién lo hizo está en su derecho. Ella dice que no. Ya no le insisto y mejor le pido me oriente hacia otra casilla. Me da instrucciones. Creo que no capté bien las señas porque al rato estoy en Azcapotzalco.

Regreso a Naucalpan. A las 12 horas con 40 minutos, estoy en el Parque Revolución, donde hay una casilla y una cola de más de 60 personas a pleno rayo del sol. Entre ellos, cuatro policías uniformados a quienes ‘ingenuamente’ pregunto: ¿Los policías pueden votar? Los cuatro, como si lo hubieran ensayado contestan: ‘Sí señor, somos ciudadanos’. En el parque —una plancha de cemento— no veo encuestadoras de salida y, me llama la atención que entre los sufragistas no haya jóvenes.

Me propongo ahora ir a Tlalnepantla. Pensé que estaba cerca. Me metí a una moderna vía con pasos a desnivel. Ni una casa habitación. Sólo industrias. De repente parece que uno está en un business loop de Texas, sólo la presencia de un perro muerto a un lado del camino y montoncitos de basura cada poco indican que estamos en México.

Son las 2 de la tarde y al fin veo una colonia: Izcalli Pirámide, me digo, aquí por fuerza debe haber una casilla. Un guardia de seguridad amablemente me levanta la valla de entrada y me indica que la casilla está instalada en la Iglesia Evangélica Presbiterana. Como veo entrar y salir gente de ahí, voy. Observo un rato. Hablo con una señora que sin más me dice que votó por Juan Zepeda y luego me aclara que ahí no es casilla. Que éstas normalmente las instalan en el Jardín de Niños Carlo Lorenzini que está, relativamente, cerca. Voy para allá, y no hay nada. El agua de limón y chía hace su efecto. Pertenezco al Club de la Vejigas Veloces, necesito hacer pipí. Pregunto a unas personas por la casilla. Me dicen que está en la Iglesia Católica de la Sagrada Familia. No está muy cerca pero voy. Tampoco es ahí. Aguantándome las ganas investigo y llego a la secundaria Ignacio Manuel Altamirano donde sí hay casilla pero están cerrados los baños. Con todo me aguanto y platico con las encuestadoras. Una de ellas me dice que la mayoría de los votantes le dicen que su voto fue por el cambio, sin decir nombres. Veo pocos jóvenes. Ahí mismo me entero que hay otra casilla en la Casa de Cultura. Subo a mi coche y me dirijo a ese sitio. La verdad ya no me interesa si la población está votando o haciendo macramé; yo quiero mear.

En la Casa de la Cultura, un funcionario previsor consideró necesario poner un baño portátil. Me fui directo a él, ya no supe si la votación en las urnas ahí instaladas fue copiosa, pero por lo que vi y olí adentro del recinto movible puedo afirmar que a este sitio acudieron muchos ciudadanos y no, precisamente, a depositar sus boletas electorales.