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La pérdida de fe en China es también pérdida de confianza en sus tecnócratas.

Wang Jianlin, el hombre más rico de China, ha perdido más de 5,000 millones de dólares en esta semana. Este billonario es el mayor perdedor individual por las caídas del mercado de Shanghai. Sufre los efectos de un mal que en estos días se ha vuelto contagioso: la desconfianza en China.

El dragón dejó de ser fuente de certidumbre y crecimiento. Ya no es el segundo motor para el desarrollo mundial, sino la primera fuente de preocupación. Las dudas se amontonan en torno a la segunda economía del planeta. Lo de menos es la reducción en la expectativa de crecimiento; 6.5% anual es una gran cifra, casi siempre. Aquí estamos ante uno de esos casos raros donde el 6.5 no basta. La elevada tasa de crecimiento se ha sostenido en los últimos años con inversiones de baja calidad que han provocado grandes burbujas. Las hay de todos tipos. Destacan la inmobiliarias, la bursátil y la que corresponde a la deuda impagable por las empresas del Estado.

La economía enfrenta fuertes presiones a la baja, reconoce el Banco Central de China. Por eso anunció la baja en las tasas de interés y la reducción de restricciones a la banca para reactivar el crédito. Esta medida ha generado optimismo en algunos analistas internacionales, pero no curó el escepticismo de otros. ¿Por qué? La baja de tasas es la más reciente medicina que las autoridades chinas aplican a su economía. En sus anteriores intervenciones no ha tenido los resultados esperados.

Hace dos semanas devaluó el yuan y sembró el pánico en el mundo. En el 2014 decidió impulsar el crecimiento de su mercado bursátil. Pretendía aliviar la presión sobre su sistema financiero y crear una amplia base sostenible de nuevos inversionistas. En vez de eso, provocó una burbuja descomunal. La Bolsa de Shanghai creció 135% en un año y otorgó un precio promedio a los títulos equivalente a 65 años de utilidades. Cuando empezó a caer, las autoridades chinas destinaron 460,000 millones de dólares para detener el derrumbe. No lo lograron. Ahora han quitado las manos. La caída es tan estrepitosa que empieza a parecerse a la de Wall Street en 1929.

La pérdida de fe en China es también pérdida de confianza en sus tecnócratas. Ellos produjeron el milagro de crecer durante más de tres décadas por encima de 10% promedio anual. Lo que sigue es pasar de un crecimiento basado en las exportaciones a uno basado en el mercado interno. En el camino deberán acometer una tarea supercomplicada: desinflar las burbujas que hicieron posible el crecimiento y amenazan con descarrilarlo.

Las autoridades chinas han demostrado que no son infalibles. Parecen estar dando palos de ciego. Por eso, se han encendido las señales de alerta urbi et orbi: Wall Street, Londres, Bruselas, Brasilia, Santiago, Toronto, México… Es la segunda mayor economía del mundo y el principal consumidor de materias primas. Su desaceleración ha llevado a las commodities a su menor nivel de este siglo. Es el mayor productor industrial. Su entrada en una guerra de divisas podría poner de rodillas a los productores de cualquier país, siderúrgicas de México, textileros de Turquía y químicos de Alemania, entre otros.

El dragón está enfermo y los médicos no hallan la cura. El problema es que la estabilidad del mundo depende ahora de la salud del dragón. No todo está perdido. Tiene 3’000,000,000,000 de dólares en reservas internacionales. Sospecho que tiene margen para aprender a revivir dragones.

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