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Escribo un relato donde hay esta escena: un hombre viene manejando por su carril en la húmeda y solitaria carretera en las primeras horas de la mañana.

Al salir de una curva ve en el carril contrario una ardilla que come en cámara rápida lo que aferra con sus manos. Cuando la ardilla ve el coche, en vez de quedarse quieta en el carril donde está, corre hacia el carril por donde viene el coche.

El chofer trata de evitarla pasándose con un volantazo al otro carril, el carril donde estaba la ardilla originalmente. La ardilla entonces cambia de idea y corre hacia el carril por donde ahora viene el coche que ha tratado de evitarla.

El chofer del coche intenta volver al carril por donde venía originalmente pero no hay manera, pasa por encima de la ardilla.

¿Qué hay en esta escena de elección y de libertad? ¿Cuánto de accidente y cuánto de fatalidad?

Las causalidades externas del hecho son evidentes. Debieron existir un coche y una ardilla, un chofer que quiso corregir el error de la ardilla, una ardilla que corrigió la corrección del chofer y encontró la muerte.

El chofer y la ardilla quisieron evitar lo que consiguieron con sus decisiones: si el chofer no hubiera corregido su curso, quizá la ardilla tampoco hubiera corregido el suyo, y viceversa.

¿Hay azar o hay destino? Hay los dos, desde luego, pero lo verdaderamente enigmático es el destino que crean nuestras decisiones.

Esquilo, el trágico griego, temía los temblores. Alguien le dijo que moriría bajo los escombros de su casa durante un temblor.

Vino un temblor y Esquilo salió corriendo de su casa para evitar la profecía. Mientras corría le cayó del cielo una tortuga que le quitó la vida. La tortuga caía del cielo de las garras de un águila que la llevaba a su nido y no pudo sostener su peso.

El destino es una variante de nuestra libertad, y la libertad, de nuestro destino. Pero quizá trágico sea solo eso que no pueden evitar ni nuestros aciertos ni nuestras equivocaciones.

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