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Llevaban un par de años en sesiones semanales, aunque pasaron por una etapa intermitente durante la pandemia por obvias razones. Casi siempre fueron reuniones tempraneras, para aprovechar las circunstancias. Y ocurrieron en lugares discretos, cercanos al Zócalo.

Las primeras veces, Beatriz Gutiérrez Müeller fue anfitriona de un selecto grupo de funcionarias cuatroteístas, cuyos lazos se han estrechado a lo largo de las últimas dos décadas. Además de la primera dama, a esas reuniones acudían asiduamente Claudia Sheinbaum y Rosa Icela Rodríguez, quien entonces era secretaria del gobierno capitalino; Rocío Bárcena Molina, titular del Servicio Postal; María Luisa Albores, recién ascendida a secretaria del Medio Ambiente, y Rocío García Pérez, quien estuvo al frente del DIF nacional. Después se incorporaría Margarita González Saravia, quien vino de Morelos para hacerse cargo de Lotería Nacional.

Este grupo compacto era ajeno a las discordancias entre “puros” y moderados. A diferencia de otros alineamientos —los moneros de La Jornada o los comunicólogos encabezados por Epigmenio Ibarra y Jesús Ramírez Cuevas— tuvo acceso limitado al despacho presidencial. Pero su presencia (y su voz) era perceptible. Respetada.

Al paso del tiempo, mejoraron sus posiciones en la estructura gubernamental. Su proyección al 2024 era inevitable, no solo por la jefa de Gobierno capitalino. De hecho, quien primeramente definió sus aspiraciones políticas —aunque forzadamente— fue María Luisa Albores en su natal Puebla.

Justo hace dos meses, durante una visita en Huauchinango, la titular de Sermarnat manifestó públicamente su interés por la candidatura morenista, aunque esa decisión dependería de otras instancia. “(AMLO) conoce nuestro trabajo y ya él decidirá”, se sinceró.

Esa declaración desató una oleada de expresiones favorables que se materializó el surgimiento de un “comité de apoyo” a la funcionaria federal, al que se adhirió más de un centenar de líderes partidistas. En contra —y en instancias superiores— estuvieron el diputado federal Ignacio Mier y el senador Alejandro Armenta. De tal magnitud fue el alboroto, que Albores tuvo que regresar a su estado y desistir de sus aspiraciones.

Por “congruencia y responsabilidad”, la secretaria del Medio Ambiente decidió permanecer en su posición y cumplir con los proyectos prioritarios que le encargó el Ejecutivo federal. Un mes después —y con argumentos similares—, Rosa Icela Rodríguez decidió retirarse de la carrera por la candidatura a la CDMX.

El nombre y la silueta de la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana llevaba más de un mes en las paredes de distintas zonas de la capital de la República. Sus impulsores decidieron trabajar en su reconocimiento de nombre, luego de atender algunas encuestas que mostraban a otras aspirantes —Clara Brugada y Ariadna Montiel— mejor posicionadas.

Nadie podría competir ante el personaje más popular, el secretario de Seguridad Pública del gobierno capitalino, Omar García Harfurch. Pero la paridad sustantiva podría definir la candidatura morenista a la CDMX.

Las instancias partidistas definirán sobre ese particular. En el ambiente —empero— corren otras versiones. Ya casi nadie habla de las aspiraciones de Mario Delgado, aunque otras voces insisten en una recompensa, exigible por Ricardo Monreal, luego del proceso interno para seleccionar al coordinador de los comités de Defensa de la Cuarta Transformación.

Aunque sumaba apoyos —principalmente de Adán Augusto López Hernández—, Rosa Icela antepuso su compromiso personal con AMLO a sus aspiraciones personales. Quería ser jefa de Gobierno por seis años y por eso declinó al premio de consolación.