Si el Presidente no quiere que se pierdan sus logros y su legado (los que crea que tenga), debe hacerse a un lado de la ilusión y solo mantenerse en la convicción
El presidente Andrés Manuel López Obrador vive en su “metaverso”.
¿Qué significa? Es un acrónimo compuesto por “meta”, que proviene del griego y significa “después” o “más allá”, mientras que “verso” hace referencia a “universo”, por lo que se refiere entonces a un universo que está más allá del que conocemos actualmente. Un mundo virtual o alternativo.
La expresión es válida, según la Fundación del Español Urgente, FundéuRAE.
Hace años se habría dicho que “vive en su mundo”.
Ve los acontecimientos y su entorno como se imagina o le dicen que son o como quisiera que fueran.
El más reciente dislate fue esta semana, cuando nos recetó:
“La señora presidenta de la Corte, para hablar en plata, está por mí de presidenta”. ¡Pácatelas!
Luego intentó explicarse: “porque antes el Presidente ponía y quitaba a su antojo al presidente de la Corte”.
En eso tiene razón, pero lo que no concibe es que actualmente no tendría la capacidad de hacerlo. Como no la tuvo recientemente.
Todos los interesados en estos temas sabían que quería como presidenta de la Corte a la ministra Yasmín Esquivel, esposa de su constructor favorito, el exitoso ingeniero José María Riobóo.
Y quizás lo hubiera logrado de no ser por la oportuna denuncia de que la ministra Esquivel presuntamente pirateó su tesis de licenciatura, convirtiéndose así en La Plagiaria.
Así que los momentos estelares a los que tanto le gusta referirse al Presidente, en efecto lo son porque a pesar del inmenso poder del Estado mexicano, que tiene en sus manos, él mismo ha contribuido a acotarlo.
Su lucha de décadas ha limitado el poder que finalmente conquistó.
Él mismo contribuyó, de manera decisiva, a que aflorara la capacidad de indignación de la sociedad, a no permitir que siguiera más de lo mismo. Logró que más de 30 millones de mexicanos expresaran en las urnas su hartazgo. Hoy el cambio de régimen también le pasa su factura.
¿Con qué argumentos podría añorarse aquello que por años se combatió?
¿Por qué se le tendría que reconocer o agradecer que se haya elegido libremente a la nueva presidenta de la Corte? ¿Por qué, si no tuvo la fuerza para elegir a quien él quería?
En efecto, la sociedad mexicana está cambiando. La inconformidad pasa de los dichos a los hechos, aún todavía de manera pacífica.
Si el Presidente no quiere que se pierdan sus logros y su legado (los que crea que tenga), debe hacerse a un lado de la ilusión y solo mantenerse en la convicción.
A nadie debe extrañar que los titulares de los otros dos poderes del Estado insistan en defender su independencia y autonomía. Lo que un día fue ya no será. Y si no se entiende y no se acepta, las buenas intenciones solo florecerán en el metaverso de quien si pasará a la historia, pero por malas razones.
Ya no son tiempos del choro mareador, ni aún los más cándidos se lo van a creer.
Monitor republicano
Reveló una cifra que pareciera explicar el extraordinario interés del actual gobierno mexicano en que lo encuentren culpable: más de 745 millones de dólares, que buscaría reclamar que se devuelva “al pueblo de México”. ¿Saben cuándo se los van a regresar los americanos? Nunca.
Por cierto, si los testimonios y testigos contra García Luna son como los que hemos visto, ese juicio acabará en un fiasco.
Son criminales que, por reducir sus condenas, asegurarían que saben quién mató a Kennedy.