Elecciones 2024
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Después de dos décadas en defensa de la dignidad (sic), Napoleón Gómez Urrutia finalmente proclamar su triunfo. A punto de la tercera escalada de contagios por la Covid-19, el senador morenista y dirigente vitalicio del sindicato minero acudió hace un mes al Museo de Antropología para presentar su versión sobre su “historia extraordinaria de convicciones, lucha y esperanza”.

De pasta dura y 334 páginas, esta coedición La Jornada/Miguel Ángel Porrúa abre con un pliego de reconocimientos y un anexo fotográfico que resaltan al “sindicalista de renombre internacional y promotor de los derechos humanos”, amigo de parlamentarios dirigentes obreros y dignatarios.

A diferencia de las otras 25 imágenes, con el compañero Luiz Inácio Da Silva fue captado con un smart phone, ambos con el pulgar hacia arriba, en medio de un tumulto, lo que evidencia el carácter fortuito de ese encuentro, que Napito tardó más de tres lustros en materializar.

Las primeras recomendaciones para que negociara una audiencia con el carismático líder brasileño surgieron apenas Lula ganó las elecciones presidenciales, en 2003. “Si un exdirigente de los trabajadores metalúrgicos pudo alcanzar el poder en aquella nación sudamericana, ¿por qué no podría ocurrir lo mismo en México?”, era el mensaje que querían transmitir.

Tras de una oleada de paros ilegales en instalaciones mineras y un cúmulo de órdenes de captura concedidas por el poder Judicial en su contra, Napito salió del país en 2007. Incluso en esa etapa, los asesores del líder minero insistían en equipararlo con el dignatario brasileño. “Como él, usted sufre de persecución política de la derecha”, le decían. Aunque no enfatizaban lo evidente: no evadió la acción de la justicia y prefirió ser encarcelado, aunque fuera injustamente.

El mensaje llegó tarde. Pero la reivindicación de la Cuarta Transformación a Gómez Urrutia está en proceso. Al tiempo de facilitar su ratificación como el mandamás en el gremio minero, abonará a la “legitimación” de los sindicatos en la manufactura automotriz que actualmente controlan los cetemistas.

Los poderosos utilizan cualquier medio para difundir sus mensajes. Cuando quiso encarar al gobierno panista, Elba Esther Gordillo Morales autorizó a los suyos desarrollar una biopic. Ese proyecto naufragó entre los pleitos familiares y después llegaría “De Panzazo” para dar al traste con la reputación de intocable de la lideresa magisterial.

Casi simultáneamente, Joaquín Guzmán encargó el proyecto de la película sobre sus andanzas según la reconstrucción realizada por el periodista neoyorquino Noah Hurowitz en El Chapo, la historia no contada (Simon&Schuster, 2021).

Habían pasado cinco años de su fuga del penal de Puente Grande y entonces había un largo listado de corridos, programas de televisión y libros que distorsionaban su historia y alimentaban un mito que no le favorecía. Fue la esposa de uno de sus lugartenientes, el colombiano Alex Cifuentes, quien sembró la idea de su biopic. “Todos ganan dinero tus costillas… menos tu”, le dijo.

Por esas mismas épocas, Edgar Villarreal La Barbie sería aprehendido y confesaría que había entregado más de 200,000 dólares a un cineasta para que llevara su vida a la pantalla grande.

El Chapo conoció al productor colombiano Javier Rey. “Durante una serie de sesiones de entrevistas, habló sobre su vida”, detalla Hurowitz, “incluso de un incidente en el que afirmó haber sido detenido por soldados y colgado boca abajo desde un helicóptero”.

De las entrevistas —que también concedieron otros integrantes de la familia Guzmán Loera— surgió un manuscrito titulado “El Señor de la Montaña”, pero el proyecto cinematográfico poco a poco quedó empantanado. Cuando Rey pidió un tercio de las ganancias del libro y la película, el Chapo se sintió traicionado y ordenó su ejecución. Se salvó porque Rey fue detenido en Culiacán, en el 2013.

Tres años después, Sean Penn y Kate del Castillo volverían a plantearle un proyecto de ese tipo.