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La cuarta costilla
Foto de Ana Paula Cámara

El día era nublado, había demasiada neblina en el ambiente, no se podía ver más allá de cuatro metros, la sensación de humedad en el desierto es por demás extraña. Es algo a lo que no nos acostumbramos, pues no es habitual; aquí el clima es rudo o el calor quema la piel y el frío quema los huesos, no hay puntos medios.

Ese día salí rápido de casa, llevaba un yogur y un sándwich pésimamente hecho para desayunar en el camino.

Me habían avisado que había trabajo, por tanto debía llegar antes del turno habitual, mi cabello escurría agua en la espalda, en verdad salí rápido.

En las afueras de la ciudad, unas personas que se dedican a recolectar botes de aluminio a las orillas de la carretera habían reportado a las líneas de emergencia que había unos huesos que ellos creían no eran de animal.

En el laboratorio se supo posteriormente gracias al buen equipo de antropólogas forenses que los restos óseos eran humanos; y por la cuarta costilla derecha aunado a la unión del sacro y la cadera, se supo que era una femenina no identificada, el departamento de genética se encargaría de darle un nombre.

El escenario había sido acomodado como si fuera la puesta en escena de una obra de teatro, todo estaba acomodado de manera puntual, algo quería decir y ese es nuestro trabajo, descifrar.

En el suelo desértico, empezamos por fotografiar el panorama, nada podía salir del cuadro, una vez fijada la escena, ahí estaba junto a un montículo un fémur derecho, fue el primero que se recolectó.

Después siguieron fragmentos del tobillo; unos metros más adelante, gracias a la fauna carroñera estaba el sacro unido a la cadera, misma que en manos de una de las antropólogas tenia el rayado propio de un embarazo. El nudo en la garganta inició, eso era un feminicidio y llegamos tarde, la brújula marcaba 3 grados al noroeste ahí estaba una parte de los arcos costales.

“Esta es la cuarta” gritó otra de las antropólogas, no quedaba duda, era una femenina, otra mujer asesinada con el desierto como testigo, apresuramos a recolectar todas las evidencias posibles, ella no podía seguir a la intemperie, merecía estar a salvo.

Camino al laboratorio, nadie habló, tuve que pedir que se detuvieran, tuve que vomitar de impotencia, algunas veces las emociones son arcos reflejos.