Recobro para estos días de guardar dos columnas guardadas en mis archivos. Una sobre la fe de carbonero. Otra sobre la inexistencia del infierno. La primera fue publicada aquí el Jueves Santo de 2011. Empieza con una pregunta sencilla de oscuras implicaciones teológicas: “¿Cuántos de los sacerdotes católicos que hoy levantarán la hostia y oficiarán … Continued
Recobro para estos días de guardar dos columnas guardadas en mis archivos. Una sobre la fe de carbonero. Otra sobre la inexistencia del infierno.
La primera fue publicada aquí el Jueves Santo de 2011. Empieza con una pregunta sencilla de oscuras implicaciones teológicas:
“¿Cuántos de los sacerdotes católicos que hoy levantarán la hostia y oficiarán la misa del Jueves Santo creen verdaderamente en lo que su doctrina sostiene?
“¿Por ejemplo: que Cristo resucitó efectivamente de entre los muertos y que su mismísima sangre y su mismísimo cuerpo estarán presentes en las hostias que ellos consagrarán este día, por efecto del milagro de la transustanciación que tiene lugar en el acto de consagrar de cada misa?
“¿Cuántos de los fieles que llenarán estos días las iglesias católicas creen verdaderamente que Cristo es hijo de Dios y de la Virgen, que está sentado a la diestra de su padre en el cielo, que comparte su esencia divina con el Espíritu Santo, y que desciende sobre los fieles cada vez que se celebra una misa?
“Quiero decir: ¿en qué creen realmente los que creen?
“¿Creen hasta el último aliento y hasta el último detalle, o creen más bien difusa y confortablemente, sin profundidad ni pasión, sin conocimiento verdadero de su fe pero también sin fanatismo?” (MILENIO, jueves 21 de abril de 2011).
Mi respuesta a estas preguntas era y es que los creyentes creen “flojamente, sin preguntarse ni exigirse de más, con una fe que se exacerba y alcanza poder devocional en la adversidad o en la tragedia, y en los días de guardar, pero en general con una fe que si fuera coche pasaría la mayor parte del tiempo estacionado o en punto muerto”.
Esta forma de fe reservada para las adversidades y los días de guardar me parecía envidiable entonces y me lo parece hoy. Si pudiera creer elegiría creer con ese tipo de fe:
“Una fe temperada, efectiva como plegaria íntima”, que en estos días de guardar mana de la gente: la fe que reza y conforta, la “fe de carbonero tibia, resignada a su verdad consoladora, verdaderamente horizontal, humana, tolerante”.
(Mañana: Sobre la inexistencia del infierno)