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Empezamos el 2016 con proyecciones que auguraban un crecimiento de 3%, un tipo de cambio cercano a los 16 pesos por dólar y una inflación menor a 3 por ciento. Si bien nos va, se cumplirá la meta inflacionaria. En lo que se refiere a crecimiento y tipo de cambio, quedaremos muy por debajo de lo que se proyectaba.

El problema no son los números sino las historias que hay detrás de ellos. El Fondo Monetario Internacional mantuvo sus números para la economía global, pero hace los ajustes más severos a la baja para México y Estados Unidos. En el caso de México, cabe recordar que el organismo internacional no es el único que ha hecho la reducción a la baja. Se suma a una larga lista donde están los bancos, calificadoras, académicos y, por supuesto, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México.

Si quisiéramos hacer sólo una fotografía de la coyuntura, podríamos decir que la economía de México sufre por la acción conjunta de dos desaceleraciones: la que ocurre en la economía de Estados Unidos y la relacionada con el consumo interno en México. La atonía en el crecimiento estadounidense le pega a las industrias de exportación. El frenón en el consumo hace su parte en los sectores enfocados en el mercado interno: comercio, por ejemplo.

La fotografía de la coyuntura nos entrega información pero no explica la película. La gran pregunta es ¿por qué hemos crecido menos de 2% en promedio en el sexenio de las reformas estructurales y del mayor programa de obra pública de nuestra historia?

El escenario internacional no ha sido propicio, nos explican nuestras autoridades y tienen parte de razón: la economía global no ha salido de la depresión que empezó en el 2008, con la quiebra de Lehman Brothers. El mundo ha vivido una crisis que empezó en Estados Unidos, brincó a Europa, luego a Brasil y ahora parece estar buscando el mejor lugar para instalarse. Esta crisis ha generado desórdenes importantes en los precios de las materias primas, como el petróleo. También ha provocado fluctuaciones importantes en el valor de las monedas de los países emergentes (y de Gran Bretaña en el 2016, luego del Brexit).

Culpar al mundo no sirve para tener la explicación completa. México tiene el potencial para crecer entre 5 y 7%, pero no ha alcanzado esa cifra desde los tiempos del desarrollo estabilizador, hace cinco décadas.

Las reformas estructurales fueron pensadas para romper los cuellos de botella que atoraban el crecimiento. Lo mismo puede decirse del programa nacional de infraestructura, que proyectaba inversiones de 250,000 millones de dólares en el sexenio. Los resultados no han estado a la altura de las expectativas. El entorno global pesa, pero cuenta más lo que se ha hecho mal o no se ha hecho en casa.

La implementación de las reformas ha sido lenta y, en muchos casos, torpe. Sigue sorprendiendo la baja ponderación que las autoridades de los tres niveles de gobierno le asignaron al combate a la corrupción en el plan general de las reformas. Se trataba de impulsar la inversión privada, nacional y extranjera, pero se dejó instalar una cultura donde la petición de moches de 20 o 30% era parte de una nueva normalidad. El corolario es una situación donde los niveles de confianza de los empresarios hacia el gobierno están en niveles echeverristas.

No se podrán alcanzar tasas de 5% o mayores sin abatir la corrupción. ¿Cuánto tardaremos en hacerlo?

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