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El tipo de cambio de una moneda refleja algo más que la simple diferencia entre las inflaciones de las dos naciones emisoras.

El gobierno argentino en algún momento pensó que era suficiente el control de precios a la par de la inflación de Estados Unidos para dolarizar su economía. El fracaso fue rotundo ante la diferencia en la percepción de riesgo, de productividad, de disponibilidad de bienes y servicios, y tantas otras cosas que influyen en el valor de intercambio de ese producto llamado dinero.

Si bastara la simple diferencia entre la inflación de Estados Unidos y la de México para determinar la relación peso-dólar entonces podríamos pensar que nuestro 3 por ciento de inflación anualizado y el promedio de 4.5 por ciento de los años anteriores nos alcanzaría para un cambio alrededor de los 12.50.

El peso mexicano fue en algún momento de la historia una moneda más fuerte y preferida que el dólar de Estados Unidos, pero eso quedó sólo como un relato histórico, junto con otras crónicas como aquella de que Texas era parte de este país.

La paridad fija que se determinó en este país tenía sentido en tiempos del desarrollo estabilizador de la posguerra, pero fue un claro estorbo cuando México se acomodó en su media tabla de país del tercer mundo.

El tipo de cambio actual debe provocar un sentimiento de calma chicha entre los banqueros centrales de este país. Porque durante ya varios meses se ha mantenido una tendencia de depreciación que hoy alcanza casi los 15 pesos por dólar.

Sin embargo, todo esto ocurre en momentos en que la inflación registra por primera vez en 45 años un dato negativo, que no deflación, durante un mes de enero.

El Índice Nacional de Precios al Consumidor está en el famoso 3 por ciento anualizado que el Banco de México tiene como meta. Vamos, no se ve por ninguna parte alguna presión inflacionaria derivada de la devaluación del peso.

Vamos, preocupa más el Rib Eye, el New York Cut o el Porterhouse que el US Dólar. La inflación de los productos pecuarios es un foco de alerta inflacionaria, no la paridad cambiaria.

La industria automotriz, la gran estrella industrial de nuestro país, goza de cabal salud exportadora. Sus números son de envidia para una gran cantidad de productores automotrices. Pero el mercado interno despega, a pesar de que el dólar estadounidense es la unidad de medida para esa actividad comercial.

Sin embargo, se trata de una tensa calma antes de que la diferencia entre los 13 y los 15 pasen factura a una economía con muestras de crecimiento, por lo tanto de tolerancia inflacionaria.

Ya no hay y no habrá por un largo tiempo algo similar al superpeso de hace algunos años, pero tener una moneda batallando en el terreno de la guerra de las divisas, con el escudo de la baja inflación mundial, sí puede resultar un peligro.

México obtuvo una muy conveniente competitividad cambiaria en medio de un contexto de precios bajos del petróleo, incluso se rompió ya esa relación entre la baja del precio del crudo y el incremento de la cotización del dólar.

Lo que toca a la comisión de cambios y a la Junta de Gobierno del Banco de México es ser los primeros en leer las señales de peligro inflacionario para el país, porque ésa es una calamidad mayor de la que afortunadamente tenemos ya algún tiempo de no tener noticias.