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A Lilly Téllez en especial, pero también a nosotros por la entrevista colectiva al presidente Peña Nieto. Antes que nada, subrayo que el juicio del televidente es inapelable. Si él vio un mal programa, no hay nada que objetarle. O si le pareció largo, aburrido, descafeinado, dudoso.

Cosa muy distinta es el encono disfrazado de criticismo en las redes sociales. El insulto tuitero anónimo. La majadería maquinada. La incitación al linchamiento, mal ataviada de espontáneo #hashtag.

Sobre las redes, escribe Mario Vargas Llosa en su reciente novela El héroe discreto: “Los hechos desaparecen bajo un chisporroteo frenético de exageraciones, invenciones, chismografías, calumnias y vilezas donde parece salir a flote toda la maldad, la incultura, las perversiones, resentimientos, rencores y complejos de la gente”.

Una inconmensurable barbarie, la llama el Nobel. Estoy absolutamente de acuerdo. Pero así se juega ahora y hay que asumirlo. Unos toman riesgos (y seguramente se equivocan, nos equivocamos), mientras una multitud impune escupe y lanza excremento. Unos tratan de cumplir los criterios mínimos del rigor profesional, otros mienten y manipulan con desvergüenza. Unos dan la cara, otros se emboscan cobardemente. Ni hablar, es el espíritu de la época.

Sobre las preguntas que he recibido en buena lid, respondo: me invitaron… dije que sí sin pedir detalles… pregunté al Presidente lo que se me ocurrió y pude… no me hizo feliz el ejercicio ni me gustó el programa, pero celebro haber participado.

Un abrazo a Lilly y a mis compañeros de esa noche.