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Miguel Ángel Mancera ya no se paró en la ceremonia de promulgación de las leyes secundarias de la reforma energética, porque a pesar de que fue frente a su oficina, políticamente cada día le queda más lejos el gobierno federal.

La izquierda se radicaliza y hasta las corrientes más moderadas, que le dieron forma al Pacto por México que hizo posible la batería de reformas, incluida la energética, se radicaliza. El jefe de Gobierno no puede arriesgarse a quedar fuera de influir en la vida política de la ciudad que gobierna.

Como resultado de su gestión, no tiene mucho que presumir. La ciudad vive un pasmo en la construcción de infraestructura que hace extrañar a Marcelo Ebrard. Si llueve, las calles se inundan y se tapan los baches donde caen los automóviles que tienen que además esquivar el comportamiento anárquico del transporte público, que tampoco es posible utilizar, por su ineficiencia y por motivos de seguridad. En fin, el cóctel capitalino es todo menos atractivo.

Por ello, la bandera salarial es una jugada maestra para que el gobierno de Mancera se vea. Es incontrovertible que el sueldo no alcanza y si se sube por decreto, los efectos negativos son con cargo a las finanzas que maneja el gobierno federal. Es una ecuación de alevosía política por donde se le vea.

Puede estar en los sueños de los políticos de izquierda de la capital aquel aumento salarial de 1987 que superó 100 por ciento. Pero aquel incremento se dio a la par de la peor pesadilla económica de esta sociedad: una inflación superior a 150 por ciento.

Para corregir ese gran mal inflacionario se adaptó una política de choque, donde los salarios fueron los paganos. Los famosos pactos económicos acordaron que los salarios subían muy poco, los bienes y servicios del sector privado un ajuste ligeramente mayor y las tarifas y servicios del sector público se llevaban la mayor tajada de los aumentos.

Así fue como bajó la inflación, pero a costa de que los salarios pagaran la peor parte.

No fue sino hasta este siglo en que la inflación estuvo totalmente controlada, que iniciaron los incrementos salariales ligeramente por arriba de la inflación, pero el daño estaba hecho. El deterioro de los salarios en general era profundo.

Hoy los ingresos de los trabajadores en sectores de alta productividad se han elevado hasta superar los niveles de compra previos a las crisis recientes. Pero el mínimo se atascó en su uso como referencia universal.

Hoy, más que un incremento por decreto del salario mínimo, como plantea la campaña política del gobierno capitalino, puede experimentar otras vías como la fiscal. Incentivar con premios fiscales a los empleadores que paguen cantidades superiores al mínimo.

Crear un salario base indizado a un nivel educativo básico completado, como la secundaria por ejemplo. O promover un pago por horas.

En fin, que la primera condición para contar con una estrategia efectiva de mejora salarial es hacer las cosas justo al revés de cómo hoy se hacen. Anunciar que ahí viene el aumento es una invitación masiva a que todo el mundo se prepare para una nueva versión de la carrera entre los precios y los salarios.