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Habrá un momento en el que ni México, ni Estados Unidos, ni Canadá podrán rehuir de la obligación de tener que sentarse a discutir seriamente sobre el acuerdo comercial trilateral, ese que llamamos T-MEC. Ese momento será en el 2026 cuando los tres países tengan que revisar si el pacto comercial continúa o no.

Tendrán que hacer, quienes representen a sus países para esas fechas, un balance de la conveniencia de reforzar, mantener o eliminar el acuerdo que sustituyó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Y así será porque así se negoció.

Mientras tanto, en su dinámica normal, puede haber diferencias que quizá valga la pena dejar para mejor ocasión y no arriesgarse a que un mal ambiente político haga de un problema comercial una gran bola de nieve.

Hay dos asuntos altamente mediáticos que rebasan los parámetros del libre comercio y se inscriben en el terreno dogmático del actual régimen mexicano.

Por un lado, el discurso nacional-populista de la soberanía energética, que ha marginado a las empresas privadas extranjeras tanto en la industria eléctrica, como petrolera y minera. Y, por otra parte, la arenga dogmática en contra de los transgénicos que amenaza con afectar a los productores estadounidenses de maíz amarillo modificado genéticamente.

Si estos dos asuntos llegan a paneles de expertos del T-MEC es muy probable que en ambos casos la razón sea para los socios del norte.

La marginación de las empresas energéticas de Estados Unidos y Canadá viola la Constitución mexicana y también la letra del acuerdo comercial. Y los argumentos del régimen de López Obrador contra el maíz genéticamente modificado no tienen un respaldo científico y Washington ya ganó un caso similar contra Europa en el marco de la Organización Mundial de Comercio.

Esto implicaría asestar un golpe político importante a López Obrador en pleno año electoral, por el tiempo que se lleva definir estos dos casos. Esto podría hacer que el mexicano reaccione violentamente en contra de sus socios comerciales. Pero Estados Unidos ya estará también en proceso electoral y no querrá comprar un pleito de dimensiones mayores con México.

Así que, parece que una sabia decisión de las tres partes es patear el bote de estos temas, que realmente hoy no generan afectaciones inmediatas, hacia mejores tiempos políticos en ambos países.

Pueden darse muchas combinaciones de resultados tras las elecciones, pero quizá en el norte hagan cálculos de un mejor ambiente negociador tras los comicios mexicanos.

Dependerá de quien gane, porque hay aspirantes que se encolerizan con facilidad hasta con una entrevista llevada a cabo en un tono por demás respetuoso. Llevar ese enojo a la presidencia podría ser devastador.

Otra combinación podría llevar a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y, ahí sí, las condiciones cambian, porque las amenazas de las que es capaz sí han afectado en el pasado los intereses mexicanos por la facilidad con la que aquí se aceptan sus presiones.

Por lo pronto, y tras la reunión de la Comisión de Libre Comercio del T-MEC, las tres responsables de la relación trilateral se esmeraron en resaltar lo positivo, en hacer un buen balance de los tres años del pacto y en dejar para otros tiempos los temas escabrosos, no tan urgentes.