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El fútbol es más que un deporte y no puede ser visto solo como un juego de 11 contra 11 frente a miles de personas que les alientan con cánticos y les abuchean hasta resonar en las pantallas. Es una competencia que a muchos, no la enseñaron a ver como una pasión, más que un simple entretenimiento.

Para quienes nacimos en casas futboleras con padres deportistas, nos inculcaron primero el amor a la camiseta de algún equipo en particular. Por supuesto uno no entiende del todo cuando estás chica, porque creo, al menos en mi caso, era la emoción de compartir el momento con mi padre.

Después conforme la razón nos da a entender el juego, surge la pasión. Allí sabemos el “peso” emocional de una playera de x o y color, y con ella la de la Selección Mexicana.

En fin, nos apasionamos y enloquecemos, pero sobre todo siempre nos llenamos de esperanza, porque así es nuestro juego “esperanzador” de ser algún día goleador, poderoso, temeroso y por supuesto, campeón.

Hoy jugábamos sabiendo que podíamos perder, es más casi con la derrota asegurada, pero nos despertamos con ganas de que la realidad fuera otra y que al ponernos el jersey nos sentiríamos un poco acogidos con el mismo sentimiento de tantos.

Para mi mala suerte, tuve que acudir a un compromiso obligatorio a la 1:00pn, ¿a quién carajo se le ocurre?, seguro a esos que les importan un pepino el fútbol, pero qué tan pocos son que el resto de la ciudad se detuvo y se silenció.

20 minutos antes, la gente salió de sus oficinas y casas para buscar en dónde ver el juego. Los restaurantes tenían filas para entrar, comenzaba el acelere porque “había que llegar” al silbatazo inicial. Porque obvio, aunque lo veamos por pantalla no hay como aplaudir a la hora de que inicia el juego, no sé si es un ritual o es un sentido de pertenencia.

En mi compromiso muchos estábamos con un audífono puesto y el juego por el celular, tratando de ser discretos, nos fuimos encontrando con las miradas y nos hacíamos gestos que se identificaban con todo y cubrebocas.

Salimos corriendo y ¿cuál fue la sorpresa? Que la Ciudad de México estaba en silencio, las calles vacías. A penas con una jugada del Chucky por la banda, y de pronto se escuchó un gritadero de alguna parte.

La capital se silenció y se detuvo, como muchas otras en el país. Por suerte fue a la hora de comida y los trabajadores de todo tipo de índole, pararon.

En el silencio de la calle que siempre camino entre mucha gente que viene y va, estaba este puesto de dulces y ocho hombres viendo la pantalla de la señora.

El más alto se mordía las uñas, estábamos a nada de anotar ese tercer gol que nos daba el pase, y la esperanza de creer que sí podríamos.

Quien no entiende de pasiones deportivas, debe empatizar con quienes sí, al menos en una competencia como el Mundial de Fútbol. Acá se defiende los colores de un país, otros dirán que el orgullo, unos la pasión eterna entre países, otros el estilo magnánimo del nivel futbolístico.

México se paró 90 minutos creyendo el “sí se puede” y que reaccionarían los jugadores. No fue así, quedamos fuera, pero la emoción de ver en pantalla lo que nos apasiona y enreda en emociones que se contradicen con hacernos felices o tristes, valió la pena.

Es fútbol.

Cuando México se paró - img-3189-1024x768