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Santa Águeda de Catania
Santa Águeda de Catania. Foto: WikiCommons

“Oh Águeda: tu corazón era tan fuerte que logró aguantar que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión es tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen al estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de la lava ardiente, y los que te rezan, logran apagar el fuego de la concupiscencia.”

Nuestras creencias nos sostienen, nos arropan; nos dan identidad. En ellas zurcimos el cotidiano, encontrando guía. Nos orientan respecto a quiénes somos y qué queremos, sin por ello resolver qué son las cosas. Tal vez encontramos a través de ellas, manifestaciones de quiénes somos.

Aceptamos las experiencias que nos enseñan, las ideas o las teorías, considerándolas verdaderas sin que medien ni hagan falta demostraciones argumentales o empíricas. Creemos sin tener evidencias y así vamos aproximándonos al mundo real buscando arropar nuestras necesidades.

Dentro de las tradiciones de algunos sitios, hay veneraciones a personas que en algún momento existieron o quizá no, pero van dando cabida a un lenguaje mágico que nos ayudan a tejernos, encontrando en la admiración hacia ellas, referencias que nos ayudan a centrarnos y en tantos casos a encontrar consuelo.

En el santoral del calendario católico, hay una Santa que lleva casi 1800 años sembrando tradiciones en distintos territorios, cobijando esperanzas y dejando huella. Se trata de Santa Águeda. Murió según se dice, por su resuelta profesión de fe en Catania, Sicilia. Aunque es incierto bajo qué persecución tuvo lugar, se ha hilvanado una historia que sigue pulsando en el tiempo llena de matices que cambian según donde se cuente y que forman parte de su legendaria vida.

Basados en la tradición antigua, su martirio ocurrió durante la persecución de Decio (250-253). La certeza histórica se fundamenta meramente en el hecho de su martirio y la veneración pública que le rinde la Iglesia y sobre todo la fe que profesan algunos pueblos desde tiempos primitivos.

Al parecer nace en Palermo, eso aseguran los oriundos de ahí, aunque también lo aseguran los de Catania. Lo que es un hecho es que por aquella época era emperador Decio y procónsul de Sicilia Quinciano.

La tradición narra que nació en una familia noble y de recursos extensos, se le agregan los títulos de honestísima y hermosísima en múltiples escritos, que le imprimen grandes atributos a su personalidad.

Durante esa época se promulgó un edicto que obligaba a convertir a los cristianos de nuevo a los dioses romanos. Águeda que se había entregado a las creencias de Yeshua, se negaba. Así fue llevada ante Quinciano. Él, al verla quedó prendado de su belleza y quiso forzarla para volverla su amante. Ella resistió y ante semejante negativa, se la entregó a la vieja Frodisia y a sus cinco hijas quienes siendo de vida disoluta y regentando un lupanar, quizá conseguirían obrar en ella un cambio de opinión.

Pero como pasara el tiempo y Águeda persistiera en su postura, fue llevada de nuevo ante Quinciano. Éste, irritado por la tenacidad de la mujer, mandó abofetearla y después encerrarla. Al día siguiente fue llevada de nuevo ante el tirano quien, viendo a la joven firme en sus convicciones, mandó cortarle un pecho a cercén y encarcelar, sin comer ni beber nada, por supuesto prohibió que médico alguno la atendiese.

Cuentan que estando en la prisión, se le presenta San Pedro en la figura de un viejo. Este venía guíado por un joven que llevaba una antorcha: unos ungüentos con intención de sanar a la joven, pero ella se negó. Le hizo saber que prefería la mortificación y el dolor, en ese momento, San Pedro la abraza y la cura tras descubrir su verdadera identidad y se marcha.

Otra vez ante su verdugo, la negativa se cobró en ira desenfrenada y éste mandó esparcir por el suelo brasas y pedazos de teja para restregar por ellos su cuerpo joven. Pero entonces sacudió Dios todopoderoso a Catania con un gran terremoto, que produjo la muerte de cientos de personas.

La multitud aterrorizada se congregó frente al palacio pidiendo la liberación de Águeda, en la calles se corría a voces la idea de que el terremoto tenía que que ver con su martirio, pero él no queriendo libertarla, la devolvió a la cárcel condenadola a su suerte.

“Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma”.

Y dicho esto, expiró el 5 de febrero de 251, siendo Papa Cornelio.

Muerta, su martirizador que además era un hombre avaricioso, quiso apoderarse de las riquezas de la joven, pero resulta que un caballo lo mordió y lo tiró, ahogándose en un río sin que su cuerpo fuera encontrado jamás.

Pasado un año, dicen que la Santa comenzó a obrar prodigios sobre el Etna y la zona cercana a la ciudad. A partir de entonces y hasta la fecha su fiesta se celebra el 5 de febrero; su oficio en el Breviario romano, está sacado en parte de los Actos Latinos.

Catania honra a Santa Águeda como su santa patrona y en toda la región alrededor del Monte Etna es invocada pidiendo protección contra las erupciones del volcán, el fuego y los rayos. También que les consiga el don de lograr dominar el fuego de la propia concupiscencia o inclinación a la sensualidad.

Se cuenta que fue su velo milagroso quien interrumpió la erupción del año 252 d.C. que ocurrió un año después de su muerte y que lo mantiene callado hasta el día de hoy. En algunos lugares el pan y el agua son bendecidos durante la Misa en su fiesta después de la consagración y es llamado el pan de Ágata.

Coplas y letrillas fueron tejiendose con su leyenda, recreando y vertiendo oraciones sobre sus virtudes, un poco o mucho, lo que de morboso tiene, todo lo relacionado con sus pechos cercenados que se manifiesta en estrofas por doquier.

Con ello se convirtió en abogada de las enfermedades de las mamas y por ende de las virtudes del recato y la feminidad que éstas encarnaban. Hay lugares donde las casadas cocían y repartían panes y bollos en forma de seno entre las mujeres casadas y casaderas como talismán contra las enfermedades y la falta de leche.

Águeda es una de las santas más invocadas por las mujeres españolas llenando sus capillas con exvotos y representaciones gráficas conmemorando curaciones milagrosas.

En el mundo romano las Matronalia, eran fiestas destinadas a la mujer: las casadas eran objeto de atención especial por parte de sus esposos, mientras las esclavas encontraban alguna relajación en sus quehaceres cotidianos.

Ya en el Bajo Imperio los cristianos adoptaron esta fiesta, si bien le imprimieron un carácter más bien familiar y se extendió hasta un vasto territorio llegando hasta España.

La costumbre de formar cofradías de mujeres casadas bajo la advocación de Santa Águeda, encuentra su máxima expresión en las provincias de Zamora, Castilla de la Mancha, Salamanca, Toledo, Ávila, Navarra, Segovia y muchos más.

Vestidas con sus trajes regionales, cantando y bailando al son de la gaita, tamboril, dulzaina y pandereta, salen a las calles después de nombrar a su alcaldesa de la cofradía, el día 3 de febrero festividad de San Blas. Después de la misa las mujeres en animados grupos recorren las calles de los pueblos,tomando refresco en casa de las mayordomas, celebrando el baile público en la plaza, al que sólo pueden salir las mujeres, las casadas o viudas y en algunos sitios las solteras.

Se usan tapaderas de cocina, almireces, panderetas y unos guijarros alargados colocados entre los dedos, cuando la música de flauta y tamboril resulta demasiado cara para esta fiesta.

Las mujeres embroman a los hombres con todo tipo de picardías: tirándoles aserrín a puñados a modo de confetis; otras veces les roban las prendas de vestir, con preferencia la boina o el pañuelo, para cobrarles después por su rescate. Durante el baile son ellas quienes los sacan a bailar.

Así, el simbolismo que sirvió un propósito en alguna ocasión se va cobrando en sincretismo con el tiempo, atendiendo las necesidades del momento y en ellas se van transformando las imágenes, las historias, cobrando un variopinto colorido; algunas han ido desapareciendo y de pronto aparecen nuevas, se colocan frases, cosas que se dijeron y de las que no hay rastro histórico de comprobación. Pero al final si son o no son ciertas no importa, seguimos requiriendo de insignias que nos sostengan, que nos expliquen cuando la ciencia que hoy se ha cobrado en el espacio, no puede explicarnos.

Así acogernos con las manos en forma de plegaria, derrama sobre nuestro pecho un alivio de esperanza. Colocamos nuestra fe en que alguien nos escucha, nos abraza y quizá nos alivie. Al día de hoy en las iglesias donde se predica la advocación a la Santa se escucha en susurro las plegarias:

(Fragmento)
Haced, Santa mía,
que mis palabras, obras y traje
respiren y rebosen humildad;
y dadme una solución
para las necesidades que sufro,
que son urgentes y graves,
ya que Vos por generosa gracia,
siempre atendisteis a los necesitados
prestando protección y ayuda,
y asimismo sea mi corazón
tan magnánimo, que pierda,
si necesario fuere,
hasta la vida por mantener
la gracia de Dios, con la cual
alcance la eterna bienaventuranza.
Amén.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195