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Y hubo una diosa que desobedeció
Foto de nammu.com. / Archivo Claudia Gómez

La ciencia va dando matices de verdades que preferimos, porque creemos que con ellas todo hace sentido y nos da certeza, mientras a su paso va diluyendo las leyendas y los cuentos de las tradiciones en las culturas primigenias, restringiendo la seducción de la alquimia que producen. A ratos parece que la erudición que provee la ciencia con su rígida metodología, quiere tomar supremacía sobre todo lo demás y ser la única que narra, la que decide cuales son los hechos tangibles, queriendo desaparecer aquello que parece imposible, incomprobable y sobre todo que reina en el espacio de la subjetividad. 

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Foto de nammu.com. / Archivo Claudia Gómez

Resulta que en la belleza de las narraciones que tejen un sentido profundo de pertenencia en aquel que ve la luz primera sobre el espacio de una tierra que atesora su conocimiento, brotan como fuente de inspiración los mitos. Sin ningún esfuerzo encontré uno que ahora forma parte de mi reservorio de riquezas, donde las guardo para compartirlas, una vez que se encarnan en mi. 

Habemos algunos que nos negamos a soltar la fuerza invisible que se teje en las leyendas y somos reacios a que los cuentos se pierdan. Estamos al acecho de encontrarlos y entramos en el mundo mágico donde se guardan, esperando a ser redescubiertas y es justo anoche que di con esta, una de esas historias que brota en Lituania.

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Foto de nammu.com. / Archivo Claudia Gómez

Después de pasar siglos de voz en voz. Se escribió por primera vez en 1842 acuñada por Adomas Jucevičius. Aunque como pasa siempre ha sido modificada muchas veces en poemas modernos, ballets y hasta en operas de rock, pero aun así sigue teniendo una belleza inigualable. Debo confesarme culpable, porque yo también la he intervenido con mi lenguaje y mi peculiar forma de abrazar el mundo.

Así que ahora no viajo en el tiempo, no me mezclo con las calles de alguna época o con el paisaje de otra, no busco sentir o acompañar a algún personaje histórico; esta vez me siento con la cadencia suave de plasmar en letras y ser solo el narrador que pone ahí, lo que ha encontrado. 

Todavía los residentes originarios de Palanga en Lituania recuerdan esta historia que dice así:

Erase que se era que, al norte del planeta, sobreviviendo a los dinosaurios, que entramos en una época donde crecieron densos árboles en forma de pinos. El clima se volvió cálido y húmedo, en los bosques brotaron muchos tipos de vida y por si alguien tiene curiosidad estamos hace 60 mil millones de años atrás, cuando el mundo se presentaba a si mismo caótico, inestable y volátil.

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Foto de nammu.com. / Archivo Claudia Gómez

Mientras poco a poco se recuperaba la tierra de las heridas causadas por  un meteorito que causo rayos, tormentas, plagas y enfermedades, aparecieron unas semillas caídas del cielo y al encontrarse con la suavidad de la tierra brotaron en forma de pinos y con ellos la posibilidad de restaurar cada espacio lastimado. Mientras crecían poblando cada rincón, fueron produciendo grandes cantidades de una resina adhesiva que iba sellando cada fractura generada por el gran impacto, la suave masa se fue metiendo en los ríos y permeando en cada lugar hasta que finalmente cubrió muchas capas de tierra. 

Los pinos trajeron la lluvia y con ella la tierra que todavía tenia grandes extensiones cubiertas de fuego, se fue enfriando y un día el clima comenzó a enfriarse mucho más y con el se fueron muriendo los pinos. Sin embargo, la resina permaneció enterrada bajo tierra y se fue convirtiendo en ámbar. 

Este se depositó en las costas orientales de lo que hoy es el mar Báltico, donde todavía podemos ver en las costas de Lituania, pequeños pedazos de la resina de aquella época que expulsa el mar sobre sus playas. 

Pues justo en esos lares, la tradición cuenta que Perkunas gobernaba sobre todos los demás dioses.  Era dios del trueno báltico, la lluvia, las montañas, los robles y el cielo. Era justo pero implacable, cuidaba las normas y las reglas a cabalidad y era conocido por su furia cuando alguien desobedecía los mandatos.

En el punto más profundo del mar, cerca de la ciudad de Šventoji al norte de Palanga, habitaba una bella diosa (a veces descrita como sirena u ondina) la llamaban Jurate y vivía en un hermoso castillo hecho todo de brillante ámbar dorado, de ese del que hablábamos al principio

A ella el grande de los dioses, le había comisionado gobernar el mar y toda la vida marina. Todas y cada una de las criaturas que habitaban en el agua, no eran simplemente sus súbditos, sino sus amigos a los que cuidaba con esmero y procuraba para que nos les faltara nada. Pero como siempre pasa, no todo es miel sobre hojuelas y Jurate tenía un problema; las criaturas que caminaban en dos patas sobre la faz de la tierra, habían roto los acuerdos donde solo podían tomar lo necesario para alimentarse, y deberían honrar y agradecer en cada pesca al final y al principio de cada día. Pero la codicia los había invadido y ahora no pescaban, mataban su hábitat y habían olvidado agradecer porque al dejarse tomar por la avaricia, pensaron que todo era suyo y así iban destruyendo su bello reino y esto, la llenaba de profundo dolor.

Dentro de los depredadores había uno que era muy joven, un pescador llamado Kastytis que continuamente perturbaba la paz en su reino al capturar grandes cantidades de peces, no tenia miedo y no respetaba lo que sabia era una regla, “No deberás sacar de más, no dañarás la fuente de donde brota tu alimento, serás siempre agradecido y regresaras al mar las crías preñadas y las que son pequeñas”. 

Un día, Kastytis que no había tenido éxito en su área habitual de pesca, decidió nadar cerca del castillo de la hermosa diosa, a pesar de las restricciones existentes que su pueblo respetó durante siglos. Jurarte enfureció con semejante insolencia y llena de rabia decidió castigarlo, así que envió a sus sirenas con una advertencia de no remover el agua en sus dominios, ni matar a sus peces. 

Poco efecto tuvieron sus palabras, el estaba ensañado con no llegar con las manos vacías al puerto y era audaz. No sucumbió ni a la conspiración de las sirenas, ni a ninguna de sus tentaciones. 

Pero la reina no pensaba rendirse ante un simple mortal que no entendía las advertencias. Así que decidió enfrentársele en persona y fue cuando subió a la superficie del mar.

Lo encontró cantando bellas melodías y su voz de inmediato surtió un mágico embrujo. La ira se fue aplacando, pero además resulto que el joven pescador era con más de bien parecido y se fue sintiendo atraída por su masculinidad. De pronto olvido la razón por la que había subido, olvido los mandatos de los dioses, “esta prohibido enamorarse de los humanos”. Y todo hubiera sido más fácil si él no se hubiera enamorado también. Pero cayo rendido ante su belleza y ante aquello que para el era desconocido. Nunca había sentido esta fuerza incontrolable. Así que el amor los tomó y los envolvió llenándolos de dulzura y se fundieron el uno en el otro durante días y noches hasta perderse en el cosmos, ya no había un “tú” y un “yo” sino que todo se envolvía en “nosotros.” Absortos con todo lo que emanaban, iba destilando amor en todo lo que tocaban.

Desafortunadamente, Perkunas se entero demasiado rápido y el riguroso y cruel dios supo que la diosa se permitía desafiarlo. Involucrarse en una relación con un simple mortal era imperdonable. Sin averiguar y preguntar con un rayo, mató a Kastytis, destruyó el castillo de ámbar y a ella le fue atada unas cadenas de oro y se le confino a las pocas paredes del palacio que habían quedado en pie, para siempre. Esto seria un ejemplo para algún otro que atreviera a desafiarlo.

Han pasado muchos siglos, pero la diosa sigue sufriendo por la perdida de su amado. Recuerda el cuerpo sin aliento de Kastytis y derrama amargas lágrimas de ámbar. Cada vez que la diosa comienza a llorar, el mar comienza a agitarse hasta volverse tormenta y estas lágrimas de desesperación por perder tan grande amor, aparecen en la orilla en forma de pequeñas piedras.  

Quisiera pensar que su tristeza acarrea también la desatención que tienen sus aguas en manos de estos seres que las han llenado de residuos, agotado sus reservas y ensuciado cada gota. Pues ella dejo de gobernar desde entonces dejando el mar en manos de tan desorientados seres. Y a Perkunas se lo trago el olvido pues los dioses solo existen cuando se les adoran, cuando se mencionan, se les temen o sirven para algo. Hoy se le ha olvidado y solo queda un halo que mezcla la ciencia con el mito.  Me gusta pensar que en cada piedra se recuerda la fuerza que tiene el amor, le da un sentido mas poético a que sea solo materia que brota mostrando la evolución del planeta.

Por Claudia Gómez, DZ

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