
Sí, en cada espacio hay una lucha entre, la belleza, la bondad y la gloria, valores que buscamos, mientras que sus opuestos nos recuerdan que también forman parte del gran entramado de estar vivos
Amo, Valparaíso, cuanto encierras,
y cuanto irradias, novia del océano,
hasta más lejos de tu nimbo sordo.
Amo la luz violenta con que acudes
al marinero en la noche del mar,
y entonces eres –rosa de azahares–
luminosa y desnuda, fuego y niebla.
Fragmento de El fugitivo en Valparaíso de Pablo Neruda
Cuando llego a algún lugar nuevo, mi alma comienza a buscar cosas de donde nutrirse, así entrando a La Sebastiana, que se encuentra en el Cerro Florida, específicamente en el pasaje Collado Nº 1, me paro en el cuarto piso de la emblemática casa frente al escritorio del gran poeta. Lleno mis ojos de sus cosas, escucho el teclado de su máquina de escribir en los muros de su casa. Todos mis sentidos se afinan, siento la luz que entra por el ventanal sobre mi piel.
Agradezco a Javier y a Jorge el poder estar aquí, mientras el cielo se abre tras la neblina que ha cubierto el ancho mar desde que llegamos aquí, el día de ayer.
En esta casa Pablo Neruda además de escribir, jugó a divertirse como niño, mientras tomaba agua en copas de colores donde el significado iba más allá de lo práctico. Era una clara expresión de su sensibilidad artística y de su deseo de embellecer lo cotidiano. Será que así transformaba los momentos ordinarios en experiencias sensoriales llenas de una riqueza única.
Podría ser que de aquí me lleve el gusto por añadir a mi colección de vajillas, copas de colores que sean visualmente atractivas, tal vez en ello añada un elemento poético a la experiencia de beber. Recordando como él quería “meter el agua y el cielo” en sus espacios, reflejando su deseo de integrar la belleza natural en su vida diaria.
Pero también en esta dicotomía de la vida entre la belleza y la desarmonía, Jorge me narró un pasaje doloroso de la vida del poeta, que toca el abandono de su hija Malva Marina, quien nació con hidrocefalia. Tras la Guerra Civil Española, entiendo que se distanció emocionalmente de su familia, consideró a su hija un “ser ridículo” y una “vampiresa de tres kilos”. Quiero pensar qué de ese nivel de desprecio, era el dolor que le producía, al punto de usarlo para sentir otra cosa menos dolor.
En mi mapa del mundo, no cabe ese maltrato, imaginar como la madre de Malva, Maryka Hagenaar, enfrentó la desesperación de las dificultades económicas, y las negativas a sus súplicas de ayuda a Neruda, quien nunca respondió, es difícil. La niña murió en 1943 y nunca la mencionó en sus obras. ¿Acaso en algún momento mientras escribía sobre su escritorio la recordó?
Así comienza mi primer encuentro con esta ciudad portuaria, una reunión con esta realidad dual que nos cuesta tanto integrar. Camino por sus calles empinadas, mis ojos se pierden en sus coloridos cerros, donde es inevitable ver el patrimonio arquitectónico que refleja su esplendoroso pasado.
Valparaíso es una ciudad con una rica historia y un vibrante entorno urbano. Hace doscientos años se convirtió en un centro comercial clave, atrayendo inmigrantes de distintos puntos del globo terráqueo y fue desarrollando una cultura obrera muy importante.
La ciudad tiene la fuerza de un pensamiento de izquierda, bastión de la política en Chile hoy día, llena de murales y grafitis que transforman sus muros en un museo al aire libre, reflejo de su historia y de la identidad de sus habitantes.
A un kilómetro de la casa de Neruda nuevamente se me presenta esta paradoja que remarca el arte urbano, no sólo como algo que embellece el entorno, sino que también comunica mensajes sociales y políticos, abordando temas como la desigualdad y los derechos humanos. Me topo con la escalera de colores, en ella se puede ver la letra de la canción “Latinoamérica” de Calle 13, que trata sobre la identidad latinoamericana y sus conflictos sociales. Este mural es sólo un ejemplo de cómo el arte urbano se utiliza para transmitir mensajes políticos y sociales relevantes.
Mis ojos se pierden en los callejones, en las calles que recuerdan en una brisa que empuja los papeles impresos de alguna propaganda que habla de la huelga portuaria de 1903, esa que evidenció la lucha de los trabajadores por mejores condiciones laborales.
El coche en el que voy se impulsa por la calle Serrano, una de las arterias comerciales más importantes de Valparaíso conectando con la Plaza Echauren, con la Plaza Sotomayor. Todavía quedan los restos de su arquitectura patrimonial que data de fines del siglo XIX, reflejando bajo el grafiti y los anuncios de papel pegados unos encima de otros latiendo apenas, el auge económico de la ciudad durante esa época.
Durante el gobierno de Salvador Allende, fue un importante foco de apoyo a la Unidad Popular, lo que generó tensiones que culminaron en la represión tras el golpe de 1973.
Me tocó contemplar frente al mar el barco insignia de la Armada llamado El Buque Escuela “Esmeralda” de la Armada de Chile, que el día de hoy realiza cruceros educativos.
Nuevamente me enfrento ante eso que observo, y aquello que también está por debajo de sus enormes mástiles. Conocido como “La dama blanca”, por su elegante diseño y su color blanco predominante. Evoca la fragata Esmeralda, capturada en 1820, que simboliza la historia naval de Chile. La Esmeralda actual, construida en España y entregada a Chile en 1954, es el tercer velero más grande del mundo y ha sido un importante símbolo de la Armada chilena, además de un centro de formación para futuros marinos, pero también fue utilizado como centro de detención tras el golpe de Estado ese 11 de septiembre de 1973, donde alrededor de 1,000 personas fueron detenidas a bordo, sufriendo torturas y condiciones inhumanas, fruto de la represión sistemática del régimen militar contra opositores políticos, incluyendo activistas y simpatizantes de la izquierda.
La “Esmeralda” simboliza no sólo la tradición naval chilena, sino también un oscuro capítulo en la historia del país, donde se violaron gravemente los derechos humanos.
Una imponente roca en un acantilado de 25 metros ubicada en el borde costero de Valparaíso, fue dinamitada en los años 80 con la idea de reducir la altura, y así terminar con un espacio que posibilitó la visión del naufragio en el interior de la vida misma, una leyenda suicida que acaricia la cultura porteña.
En su tiempo fue espacio para terminar con la vida de cientos, ante la imposibilidad de encontrar otro camino para dejar de sentir tanto dolor. A unos cuantos pasos del popular balneario Las Torpederas, en Playa Ancha, se encontraba “la Piedra Feliz”, en donde hoy ocupa el lugar el improvisado mirador de esta ciudad puerto.
Hay quienes dicen que ese roquerío se alzó como el sitio exacto, dotado de un aura misteriosa, creando una pulsión de muerte. Se convirtió en un sitio de peregrinación fúnebre para quienes buscaban terminar con su sufrimiento, simbolizando una protesta contra la vida. Una piedra que se reconfigura, fusionando su historia trágica con nuevas narrativas, donde su nombre acaricia una paradoja entre la búsqueda de paz y el sufrimiento humano, reflejando la complejidad de estar vivo y el terminar con uno mismo frente al inmenso mar.
Oreste Plath, investigador chileno de mitos y leyendas habla de que “Al pie de la roca, ramazones de algas se extendían y distendían como tentáculos de pulpos gigantes y se contaba que los suicidas erguían las cabezas entre esas plantas como incitando a lanzarse a las almas torturadas”.
Se dice que la piedra tenía una energía oscura que atrae a quienes se sienten desesperados, convirtiéndose en un símbolo de tristeza y desesperanza. A pesar de su reputación sombría, a voces se escucha que muchos han sentido una extraña paz al estar cerca de la piedra, lo que añade un matiz complejo a su historia. Hoy es un lugar de reflexión y memoria, donde se honra la vida y las luchas de aquellas que han estado marcadas por el sufrimiento. Es esa transformación que genera una evolución consciente, después de tocar todo aquello a lo que le tenemos tanto miedo.
Mi estancia estos días por estos lares me deja reflexiva, será que el viaje a través de estas dualidades, belleza e inmundicia, entre lo sublime y lo grotesco en el ser humano, refleja el conflicto interno que define la naturaleza humana.
Este antagonismo manifiesto entre la poesía y el duro abandono, entre el arte y la capacidad de denuncia, entre un barco y los gritos de la tortura en sus bóvedas profundas, entre una piedra y el rechazo a la vida nombrada “felicidad”.
Sin duda la belleza puede ser un ideal, mientras que la inmundicia representa la realidad cruda y su rechazo. Esta lucha entre opuestos plasmada en una ciudad portuaria, me lleva a pensar en aquello que es esencial para comprender la experiencia humana, ya que ambos aspectos coexisten, formando lo complejo de la identidad.
Me voy dejando por detrás un lugar maravilloso, lleno de una riquísima historia, de escenarios que arrebatan el aliento mientras el mar golpea sobre las rocas de sus bellísimas playas, escucho en la madrugada los gritos de los lobos marinos, ladridos y rugidos principalmente, mientras se comunican entre ellos y ahuyentan depredadores. Sonidos esenciales para establecer jerarquías sociales, y mantener la cohesión del grupo en su entorno marino. Vocalizaciones que dan respuesta también a situaciones de estrés y competencia, especialmente durante la época de apareamiento.
Pese a todos estos encantos, la ciudad enfrenta una vulnerabilidad ambiental, exacerbada por la mala planificación urbana y el cambio climático. Sus edificios son propensos a inundaciones, deslizamientos de tierra e incendios forestales, debido a su geografía y a la falta de infraestructura adecuada para mitigar estos riesgos. Están la crisis social y económica, junto con la inseguridad y el narcotráfico, agravando la situación, creando un entorno complejo donde sus pobladores se ven afectadas por múltiples factores interrelacionados.
Se va perdiendo el mar de regreso a Santiago, el bello paisaje inunda de aire fresco lleno de flores de colores mi despedida. Si, en cada espacio hay una lucha entre, la belleza, la bondad y la gloria, valores que buscamos, mientras que sus opuestos nos recuerdan que también forman parte del gran entramado de estar vivos.
Cada vez resurrecto
entrando en agonía y alegría,
muriendo de una vez
y no muriendo,
así es, es así y es otra vez así.
Fragmento de Sonata con Dolores de Pablo Neruda.
DZ
Nota
Gracias, gracias siempre Javier por dejarme volar y acompañar mis espacios, mientras sucede todo lo demás.