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Tres invitados a comer
Foto de Delaney Turner en Unsplash

En un pequeño local de algún lugar, hay un gramófono que toca “Dixie”, compuesta por Daniel Decatur Emmett en 1859. Al terminar pido que pongan “Maamme” (Nuestra Tierra), escrita por Johan Ludvig Runeberg, para seguir con “When Johnny Comes Marching Home”. Ambientar los espacios es una de mis actividades favoritas.

Me han reservado la mesa del fondo, hay cuatro sillas de madera rústica con respaldo alto de diseño simple, en el muro cubierto de madera un retrato de Abraham Lincoln, otro de Robert E. Lee y uno más del zar Alejandro I, junto a un mapa de batallas y territorios en disputa durante la Guerra finlandesa de 1808-1809 entre Suecia y Rusia.

La mesa ancha de madera oscura tiene 3 lámparas de aceite que le dan un toque cálido y acogedor. Me encantan las flores silvestres, así que hago un par de bouquets que coloco en la mesa, y en una cómoda que está junto a esta.

Me falta la chimenea grande al fondo para calentar el lugar, es octubre y el frío comienza a apretar. He ordenado una sopa de verduras sustanciosa, pan de Maíz acompañado con mantequilla casera. Carne asada con verduras, pollo frito al estilo sureño y una tarta de manzana. Galletas caseras para servir con té o café.

Yo me coloco el corsé para definir mi cintura y darle forma al vestido. Unos pololos bombachos por debajo de la falda para evitar rozaduras. Medias largas de lana, cubriendo mis piernas hasta los muslos. Me pongo falda bordada voluminosa de color azul vibrante, con varias enaguas, una blusa de “cuerpo pagoda” con mangas en forma de campana, guantes para completar el atuendo. Recojo el pelo en un moño atrás del cuello. Gotas de un perfume con notas de jazmín y rosa en las muñecas, y un poco de rubor en las mejillas.

Creo que está todo listo, los detalles cuidados, para que cuando lleguen mis invitados, la costumbre del siglo XVII los cobije y no se sientan tan amenazados, así que me preparo para recibirlos.

El primero en llegar al cinco para la hora marcada es Franklin con su modo altivo, vestido con el uniforme de la Unión de color azul oscuro clásico de la guerra de Secesión. Trae su chaqueta de corte ajustado, con botones dorados y solapas. Encima una chaqueta de tipo “frock coat”. Se quita su “kepis” de ala ancha, se ajusta su cinturón con una hebilla que muestra su rango, y se sienta con las piernas abiertas mostrándome sus botas bien lustradas. No me da ni la mano, sólo inclina la cabeza.
“Gracias por aceptar mi invitación”. Le dije con cortesía; antes de terminar la frase llegan al unísono mis otros dos invitados, el teniente Harry T. Buford que pone cara de pocos amigos al ver el uniforme de su enemigo. Él llega, vestido elegantemente con su uniforme de color gris, común entre las tropas confederadas.
El otro llevaba el apellido de Servenius es sueco, mucho más alto, viene de uniforme de azul con detalles en dorado clásico del ejercito que peleo en la guerra entre Suecia y Rusia, echa para atrás su chaqueta larga, dejando ver sus pantalones ajustados, muestra un rostro de molestia y hace un ademán para mostrarlo golpeando el piso con sus botas altas, se quita los guantes y pone al lado del otro sombrero, su tricornio.

Gracias por estar aquí, sé que viajar desde tan lejos en el tiempo no es fácil, el cuerpo sufre mucho estrés y sé que esta invitación quizá les sonó extraña” le digo a los tres con un hilo de voz que denota mi nerviosismo. “Por favor siéntense, les he seguido el paso a ustedes tres desde hace algún tiempo, imaginando que quizá un encuentro entre todos nos podría resultar interesante, y para mí muy enriquecedor.”

Los comensales del lugar que he olvidado poner a tono, son del siglo XXI, cuchichean haciendo el ambiente más denso. Tanto cuidado para olvidar ese detalle. Mientras, ordeno una bebida fermentada llamada sima.

Las extrañas vestimentas hacen que todos se pregunten si vamos a una de tantas fiestas de disfraces, que en el mes de octubre se han vuelto típicas, o si venimos de cierta filmación de alguna película de época, de esas donde hay perdedores y vencedores. No me da tiempo de borrarlos porque veo que hay mucha tensión, y necesito ser muy hábil para ir generando rapport, esa conexión emocional y psicológica que permite la comunicación fluida y efectiva que estoy buscando.

“Quiero comenzar expresando mi admiración por las tres”. Al decir las, sobre todos, Buford pega un respingo mirando desconfiado hacia todos lados y poniéndose el dedo sobre los labios, exigiendo que guarde silencio. Servenius se levanta con intención de marcharse, y mi encuentro está apunto de ser un fracaso, tanto esmero y he incomodado a mis invitados.

En este momento tengo que cambiar el escenario, porque un lugar público con personajes que no son de su época no es apto para un encuentro de esta naturaleza, así que muevo sillas, paredes y pongo todo bajo un árbol, en algún lugar donde la brisa fresca mezcla los olores a lavanda y miel. “Lo siento”, les digo apenada, “sin duda cometí un error, pero creo que en este lugar estaremos más tranquilas”. Como si tuviera una brocha en las manos, aparezco las bebidas que había pedido en el otro espacio, y una mesa al lado con todos los alimentos que he mandado a preparar.

“Quiero presentarlas, pues las tres tienen en común una historia de secretos que acompañó su paso por el mundo. SÍ, las tres son mujeres, son de la misma edad más o menos, y vivieron en la misma época, y estoy segura qué no fue fácil vivir así, quisiera que pudieran contar un poco sobre que las motivó a transformarse en hombres”.

Las tres se miraron con detenimiento, baja la tensión, se sientan en sus lugares y se hace un silencio incómodo, pensé que sería más fácil, pero ninguna habla. Miro fijamente a Franklin para ver si mi mirada suplicante la anima, y al parecer no tiene más remedio que hablar.

Nací en Canadá, al principio fue una necesidad desesperada, huí de casa a los quince años para evitar un matrimonio de conveniencia, impuesto como el de mi madre, quien me ayudó a escapar. Me uní al ejército en la Guerra Civil Americana, alistándome en la Compañía F de la 2.ª Infantería de Michigan, para poder viajar con menos riesgos, y evadir las limitaciones impuestas a las mujeres en mi época. Esta metamorfosis me permitió no solo luchar por mi país, sino también experimentar la camaradería y el honor que se le otorgaba a un soldado.

Sin embargo, vivir en secreto fue realmente complicado; siempre tenía miedo de ser descubierta. La constante tensión de ocultar mi verdadera identidad era agotadora. De las cosas más difíciles que tuve que enfrentar, fue un día en el campo de batalla, cuando me llegó ese día del mes, casi me muero del susto, fue un momento aterrador. Tenía que mantener mi identidad en secreto, y eso incluía no revelar que era mujer. La preocupación de manchar mi uniforme me mantenía en un estado constante de ansiedad. No podía permitirme el lujo de mostrar debilidad o vulnerabilidad, así que improvisé con lo que tenía a la mano. La falta de privacidad y la necesidad de cambiarme rápidamente en un entorno hostil hacían que cada mes, fuera un desafío monumental.

Para mí, la menstruación se convirtió en un recordatorio constante de mi verdadera identidad, algo que debía ocultar a toda costa, bañarme era muy amenazante, esa tarea se convertía en algo profundamente complicado. No solo tenía que encontrar un lugar aislado, sino también asegurarme de que nadie me viera despojada de mi uniforme.

Utilizaba toallas o ropa vieja para cubrirme mientras intentaba mantener las apariencias. Cada vez que me lavaba, sabía que podía no solo perder mi identidad como soldado, sino también todo lo que había luchado por conseguir. Sentía el peso del secreto sobre mis hombros; la necesidad de higiene personal, eran constantes recordatorios, de mi verdadera identidad. El miedo de ser descubierta me hacía sentir vulnerable y expuesta.

Pero la lucha por la libertad y la justicia me mantenía firme. Al final, revelar quién era fue un acto liberador, no sólo para mí, sino para tantas mujeres que han hecho lo mismo que yo.

Mi carrera llegó a su fin cuando me dio malaria. Tenía pavor de ir a un hospital militar pues sería descubierta. Ingresé así a un hospital privado, pero cuando salí, encontré carteles reclamando a Frank Thompson como desertor. Soy Sarah Emma Edmonds, adopté el nombre de Franklin Flint Thompson para poder llevar a cabo mi hazaña, pero pueden llamarme solo Emma”.

Con acento sueco Elisa Bernerström, que adoptó el apellido de su esposo para poder pasar desapercibida, réplica; se aclara la voz con un buen trago de cerveza.

“Yo soy sueca, fui sirvienta siendo muy joven, y un día conocí a mi Bernard cuando su regimiento estaba estacionado en Estocolmo.​ Me enamoré perdidamente y nos casamos, pero cuando el regimiento partió para la guerra finlandesa, decidí no dejarlo y me disfracé de hombre, alistándome como soldado en el regimiento, había decidido vivir y morir con él.  No podía quedarme atrás mientras él luchaba. Cuando me uní al ejército sueco usé su apellido y por eso me llamaban Servenius. Para mí fue un desafío emocional significativo, sentí una mezcla de valentía y temor. La vida en el campo de batalla era dura, y tener que ocultar mi verdadera identidad añadía una capa adicional de dificultad. Pero cada vez que luchaba, sabía que estaba desafiando las normas sociales que limitaban a las mujeres.

Ser descubierta fue aterrador, pero también me trajo reconocimiento por mi valentía.  Mi esposo murió en la Batalla de Ratan y Sävar y decidí continuar. Mi experiencia me enseñó que las mujeres pueden ser tan valientes y capaces como los hombres, aunque nos cueste esforzarnos el triple para conseguirlo.

Cuando se enteraron qué era mujer, tuve que enfrentar las burlas y el rechazo de mis compañeros soldados. Debo reconocer que algunos oficiales conocían mi valentía y comportamiento en el campo de batalla.  Pero no fue suficiente, fui despedida del ejército, perdiendo no solo la oportunidad de continuar luchando, sino también, renunciar a un sentido de propósito y pertenencia, que había encontrado en el servicio militar.

Es lógico que fuera rechazada, me tocó vivir en una época en que las mujeres eran vistas principalmente como cuidadoras, y no como combatientes, el hecho de haberme disfrazado era condenado brutalmente, pues la sociedad no estaba preparada para aceptar a mujeres en roles tradicionalmente masculinos, lo que me aisló, llevándome a un ostracismo que hoy ustedes llamarían depresión. Ser descubierta significaba enfrentar las limitaciones impuestas por mi género.

Se que no se menciona explícitamente en los relatos históricos que hay sobre mí, pero creanme que enfrenté repercusiones legales por haberme disfrazado y alistarme bajo una identidad falsa”.

La morena de nacionalidad cubana tenía urgencia de poder hablar, sus emociones se mezclaban con la necesidad de que también supiéramos sobre ella.

Vestirme como hombre y adoptar el nombre de Harry T. Buford fue una decisión impulsada por el deseo de participar en la Guerra Civil Americana, y también seguir a mi esposo como tú, Elisa. La vida como soldado me brindó una libertad que nunca había experimentado antes. Sin embargo, vivir con el miedo constante de ser descubierta era angustiante.

Pensando que era hombre, sufrí discriminación asociada a mi origen, enfermarme no era opción, pues ir a algún servicio médico quedaba vetado para mí, y el hambre se hizo presente muchos días, debilitando mi voluntad, generando un halo de feminidad, que en alguna ocasión me hizo enfrentarme a ser objeto de burlas y estigmatización, mientras me gritaban Sissie o Pansie.

A menudo me preguntaba si podría mantener mi secreto y si alguna vez podría regresar a ser yo misma. Quedar embarazada era una preocupación constante, ¿que haría? ¿tendría que abandonar a mi hijo para seguir? ¿abandonar mi propósito? el temor me perseguía como soga al cuello.

Mi esposo también murió y después de ser descubierta, decidí continuar sirviendo a la causa confederada como espía. Este cambio me permitió seguir involucrada en la guerra, pero también implicó nuevos riesgos y desafíos en un rol diferente. A pesar de eso, la adrenalina de estar en el campo de batalla y la oportunidad de actuar como espía, eran invaluables.

Osé escribir sobre mis experiencias, y escribí La Mujer en Batalla: Una Narrativa de las Proezas, Aventuras, y viajes de Madame Loreta Janeta Velázquez, también conocida como lugarteniente Harry T. Buford, Ejército Confederado (1876). Pero también me enfrenté, a críticas y escepticismo respecto a la veracidad de mis relatos, afectando mi reputación. Al final, sin importar mucho si los detalles de mi historia son exagerados o no, se que somos muchas las que hemos atravesado por una aventura de esta envergadura, y agradezco que me hayas invitado. Sin duda ayudarás a quienes nos nos conocen, y cuando lean nuestro nombre en algún lado, sabrán qué como mujeres, no solo luchamos en el campo de batalla, sino también contra las expectativas sociales.

Yo en total me casé tres veces, quedando siempre viuda. Cuentan que dejé de existir en enero de 1923 bajo el nombre de Loretta J. Beard, después de muchos años olvidada en una institución psiquiátrica pública, con el nombre de St. Elisabeth Hospital “.

Yo no he podido esbozar palabra, estoy anonada; de pronto la tarde comienza a caer, me veo en la necesidad de pintar a brochazos algunas frazadas.  Coloco unos calentadores de gas, de esos que se usan en las terrazas, estos generan mucha curiosidad, al punto de que Elisa se paró de su lugar para inspeccionar, asintiendo con la cabeza y diciendo: “cómo nos hubieran servido éstos en mi época”.

Nos quedan horas antes de la madrugada para seguir dialogando, compartiendo historias, la mía es del montón, como la de cualquier ser humano común y corriente, así que no tiene cabida para ningún relato. Estas tres mujeres comparten una profunda sensación de solidaridad y resiliencia, al haber tomado decisiones audaces en un mundo que duramente castigaba estos arrebatos.

Las invito a servirse, seguramente tienen hambre, viajar en el tiempo aletarga las funciones corporales, pero apenas se ajusta el cuerpo, todo vuelve a la normalidad. ¿La comida está fría? Obvio no, con un movimiento de mi mano pongo la temperatura de los alimentos calientita. A las doce en punto, como en La Cenicienta, regresa cada una a su tiempo, pero no sin un abrazo. Ahora entiendo porque no me tocaron al principio, la barrera de la distancia física las mantuvo a salvo durante mucho tiempo.  Después de ellas, van desapareciendo el escenario, y mi ropa.

Mientras escribo, me doy cuenta que, aunque sus experiencias fueron diferentes, todas enfrentaron desafíos similares: el deseo de contribuir a una causa mayor, el anhelo de libertad personal y la lucha contra las normas restrictivas de su tiempo, y que pasaron penurias difíciles de imaginar, pero muy similares.  Las tres sin duda, son un poderoso recordatorio del valor y la determinación que poseen algunas mujeres.

DZ

Nota al margen

Mi atrevimiento llega al punto de colocar pensamientos, sensaciones y emociones que seguramente tuvieron, pero no son comprobables. Tengo la mala costumbre de escribir como va saliendo, y cuando esto sucede, es un viaje intrapsíquico que me lleva a imaginar y creer que puede ser verdad.

Según Wikipedia,  Emma  en 1864, publicó el relato de sus experiencias militares como The Female Spy of the Union Army, con la editorial de Boston DeWolfe, Fiske, & Co. Un año más tarde, su historia fue acogida por el editor Hartford CT, quién la publicó con un título nuevo, Nurse and Spy in the Union Army. Fue un éxito enorme, vendiendo sobradamente más de 175.000 copias. Edmonds donó los beneficios obtenidos de sus memorias a “varias organizaciones de ayuda a soldados”. Tres años después se casó con Linus. H. Seelye, un mecánico canadiense y amigo de la infancia con quien tuvo tres hijos. Los tres murieron pronto, por lo que adoptaron dos niños. Se convirtió en conferenciante cuando su historia se hizo pública en 1883. En 1886, recibió una pensión del gobierno de $12 al mes por su servicio militar, pues después de algunas campañas a su favor, el cargo de deserción fue retirado, y recibió una baja con honor. En 1897, se convirtió en la única mujer admitida en el Gran Ejército de la República, la organización de veteranos de la guerra civil de la Unión. Edmonds murió en La Porte, Texas, y fue enterrada en la sección del Gran Ejército de la República (GAR) del Cementerio de Washington en Houston. Edmonds fue enterrada por segunda vez en 1901 con honores militares plenos.

https://es.wikipedia.org/wiki/Sarah_Emma_Edmonds

De Elisa, según en un informe a la reina, que también es de Wikipedia,  se le dijo que: Servenius se escondió en la barca que trasladaba al regimiento de su marido. Fue descubierta, pero se le permitió quedarse a pesar de su sexo. En Ratan, ella marchó al lado de su marido vestida en uniforme, cuidó a los heridos, recogió la munición de los caídos y la entregó a sus soldados amigos durante la batalla. Sobre su marido se informó que había muerto, pero ella estaba convencida de que estaba vivo y prisionero, y siguió al ejército a Piteå en un nuevo regimiento. Durante esta expedición, su verdadero género fue descubierto por sus nuevos camaradas. Los oficiales, que la conocían de la expedición anterior, informaron al almirante Johan af Puke recomendándole que no la molestara. Puke se informó sobre su conducta durante la batalla en Ratan y decidió otorgarle la medalla por la valentía demostrada.
Se describía a Elisa Servenius ante la reina, como una anterior sirvienta de cocina, con “ojos enérgicos, expresivos, vívida en sus maneras y aspecto, e incluso inteligente, tanto como uno podría preguntarse de una persona de su clase”, y que se hacía notar por “una audacia natural ante el peligro”. Cuando se le preguntó si tenía miedo durante el tiroteo de la batalla, ella había respondido.
¿Por qué lo sería? Estoy con mi esposo, por él haría cualquier cosa, y también, deseo ayudar a los heridos. No pido nada más que volver a hacerlo, si es necesario; no me importa el vuelo de las balas, ni su mordisco lo más mínimo, morirás algún día de todos modos, así como también los otros.
La reina quedó impresionada con ella, y comentó: “Verdaderamente una filosófica manera de razonar de una mujer del pueblo, y una prueba de sabiduría como de juicio”.
https://es.wikipedia.org/wiki/Elisa_Servenius