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Tlamatiliztli

“Qué cada lágrima, cada dolor profundo, se transmute en vida plena para todos, en verdad para todos. Así se abre una conexión afectiva con el tejido de la vida;

un suspiro lleno de Amor por la esperanza de un “Mundo Feliz” como tantos lo hemos soñado.

Vibrando a todo pulmón con eso que es grande lleno de Espíritu Divino.

Con Aquello que esta cerca y junto de lo radiante en nuestro instante vivo.

Hace bien recapitular y soltar…mirar al cielo agradeciendo al manto de estrellas peregrinas.

Fragmentos de un escrito de Ana Luisa Solis Gil

Abuela tolteca/maya.

Quizá olvidamos que alguna vez, cuando el tiempo no existía como concepto, qué habitábamos el mundo para cosas más simples, llenas de peligro y profundamente cansadas.

No entendíamos en términos de horas o minutos, todo se reducía a observar el aro candente en cielo aparecer y desaparecer tras las montañas y toda la energía estaba puesta en sobrevivir.

Pasábamos los días en pequeñas tribus en busca de comida, las tardes tratando de encontrar refugio para salvarnos cada noche de la oscura intemperie. El miedo estaba anclado en el cerebro reptiliano como sentido de sobrevivencia. Cuidábamos los unos de los otros, porque había un discernimiento de unidad y en ello nos jugábamos la existencia. Había una conexión con lo divino, sin tanto lenguaje.

¿Y cuándo nos volvimos perezosos? Con los siglos, cuando descubrimos el fuego, la agricultura y nos volvimos sedentarios. Cuando el cerebro evolucionó, los inventos nos fueron regalando una vida larga, más cómoda, donde ganamos tiempo y con él, paradójicamente comenzamos a perderlo. Construimos ciudades y nos perdimos en el asfalto, confundimos el bienestar y lo convertimos en una máquina que hoy nos devora. Entonces apareció la envidia, la angustia y comenzamos a olvidar quienes somos, a donde vamos y para qué estamos. Nos enfermamos de coleccionar cosas y de pronto empezamos a sufrir padecimientos, trastornos y sin darnos cuenta perdimos el rumbo abrazando el vacío sustituyendo lo divino, buscando experiencias.

Decidimos matarnos por territorio, por ideología o por raza. Dejamos de proteger a los más necesitados, olvidamos cómo éramos todos parte de una manada.

Nos apartamos de aquello que nos hacía bien, olvidamos movernos en la naturaleza y honrarla.

Aunque ya no existen espacios prístinos en nuestro pequeño planeta azul, en el campo todavía persiste pese a nosotros, el antiguo vínculo con la tierra. Y ahí en medio del desorden, aparecen los sanadores, los sabios, aquellos que todavía sienten una conexión con lo ancestral, aquellos que aprendieron a base de observar a curar, a sanar y a aliviar los males del cuerpo y del espíritu. Son estos seres maravillosos que conocen el poder de las plantas sagradas.

Sabios que no necesitan medallas, qué son un puente que contacta con el mundo espiritual y desde ahí se ponen al servicio de su gente, porqué entienden la relevancia de su conocimiento. Se yerguen con el trabajo que les fue envestido, heredado o ungido, aquellos a los que hemos llamado “chamanes. ” Viven en las comunidades nativas, indígenas o mestizas. Son vidas que honran el espacio que habitan. Un chaman o sabio es el que entra en contacto con el mundo de los espíritus para lograr sanación, conocimiento o logros. En la mayor parte de los lugares donde la figura del sabio, abuelo, curandero, se mezcla con el mundo intangible, se respeta y está anclado en las tradiciones culturales que llevan la fuerza de heredar la grandeza de su investidura, de generación en generación.

Para aquellos que viven en suelo Mexicano y honran su estirpe entienden que literalmente, “chamán” no es un vocablo de estas tierras americanas, viene de Siberia mezclado con significados turcos y mongoles y el término es evenki šamán. Para algunos lingüistas, que buscan el origen, teorizan su origen y piensan que la palabra podría derivar de las lenguas tunguses, de la raíz ” ša-“, “saber”, “conocer”, “el que sabe”, “el sabio”.

En México se les llama según la región, algunos ejemplos serían; chotá-a t chi-née, en mazateco, Nahual en Tolteca, Tlamatinime en Nahuatl, Ahmen en Maya y Machi, en Mapuche. En cada región los matices van volviéndolos únicos y hay como ejemplo los linajes que además de sanar, buscan la libertad total. Libertad de percepción, conocimiento, del ser más allá de la tierra y el mundo que conocemos.

Esto ha sido a nivel tribal un acervo importantísimo para la convivencia y desarrollo de los pueblos.

Son estandarte contra la modernidad que intenta desvirtuar su conocimiento y van quedando a medio camino, cuando de pronto aparecen seres que encuentran en este mundo maravilloso una forma para hacerse ricos vulgarizando, trivializando y deshonrando una tradición ancestral.

Toman un curso, aprenden un par de cosas on line y vomitan una simbiosis de “neochamaismo” y se pierden entre el dinero que ganan y retumban en un ego desbordado. Estos son los que han creado el mundo del turismo místico/espiritual. Un cóctel que vende la sanción en lugares “energéticos”, impulsando a su vez una idealización de la comunidad, como opuesta a la forma de vida occidental. Una industria que tiene vendedores en agencias de turismo creando un negocio recreativo, donde se va deformando su esencia sagrada, en busca de prácticas psicodélicas y experiencias desde los años sesenta donde Robert Watson traicionó a María Sabina publicando sus cantos y enseñanzas sobre los hongos a los que ella llamaba “los niños santos.” Ella murió cansada y triste acusada por miembros de su comunidad de lucrar con la cultura de su pueblo. Mientras el mal uso de sus conocimientos por parte de muchos de sus visitantes la llevó a considerar como un error el darlos a conocer, pues los extranjeros, la mayoría de las veces, solo buscaban diversión.

El chamán, no es una figura improvisada, es un ser que cultiva el arte con la fuerza de sus ancestros, con el conocimiento de los suyos. El ser que vive al servicio de lo divino, busca la libertad total y el amor incondicional.

Con la explotación comercial del chamanismo, varios rasgos particulares se dispararon y otros se tergiversaron para abrazar la modernidad.

Esta expresión moderna, es algo ajeno, no es chamanismo de verdad, aunque así lo vendan. Es importante saber que el mercantilismo ha ido integrándose a las formas occidentales comenzando con una idea de folklor hasta falsificar y diluir las prácticas indígenas genuinas, en cuanto a que su dilución y alteración, genera una consecuente falta de respeto a la figura del sabio y a sus culturas originales.

El uso de esta sabiduría ancestral de esta forma no solo no es apropiada, se ha usado sin permiso. Esa apropiación destruye una forma sagrada de los pueblos primigenios volviéndolo un producto mercantil.

Un verdadero sabio, chamán, o abuelo no se presenta a si mismo como tal. Un maestro se descubre y se encuentra ahí donde culturalmente cumple la función sanadora, restauradora y de servicio que ha escogido.

En estas épocas convulsas donde el rumbo parece incierto, regresar al origen se coloca como una opción plausible. Son los sabios de las culturas primigenias que desde yo lo veo, tienen una sabiduría que impulsa la capacidad restaurativa. Quizá escuchar su mensaje amoroso nos permita retomar el camino y volver a lo simple, honrando los espacios, a los otros y quizá enfrentemos los retos que nos abordan de otra manera.

DZ

Así se amanecía, con humo de copal se amanecía.

Al sonido primigenio, canto caracol, se amanecía.

¡Ponte en pie!

Levántate, no te caigas al primer viento mental.

Que resuene tu corazón cada mañana…

Tu corazón como las flores, como aletear de colibrí….

Que vivas vuelto arriba Corazón,

Amarrado a lo alto, abrazado a lo alto.

Como un haz de Luz, un alto surtidor,

una trenza radiante en vuelo plenitud.

¡Vamos pensamientos¡

Vórtices dimensionales,

Espirales de flechas floridas.

Apuntando todas enamoradas al

Sol de soles.

¡Vamos!

Mis antiguos cantares en mi corazón florido.

Ana Luisa Solis Gil

Abuela del conocimiento Tolteca/Maya

* Tlamatiliztli hombre sabio en Nahuatl