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Ser Guerrillera
Foto de verdadabierta.com.

Bertha tenía 15 años cuando sus padres se separaron; contemplando el techo de su cuarto, soñaba con llevar un uniforme de camuflaje, ponerse un rifle al hombro y poder perderse entre los montes. Quizá, de esta manera, desaparecerían todos sus problemas.

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Foto de lahoradigital.com.

Vivía en una parte de Colombia controlada por el movimiento guerrillero insurgente más grande del país, por aquellos años a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, se les conocía como las FARC. Huir tenía el encanto de soñar, de creer que al unirse a este grupo armado, la vida seria mejor, menos dolorosa y llena de emociones, que podría vengar los atropellos, la violencia y sobre todo calmar su sed de venganza.

-Una fría mañana de noviembre de 2003, me desperté sintiendo un enorme peso sobre el pecho, sabía que era el momento. Crecí en una zona conflictiva en Colombia, las fuerzas paramilitares obtuvieron mayor influencia en mi localidad por ese tiempo, y mi padre y mi hermano de 14 años fueron torturados, acusándolos de colaborar con la guerrilla, cosa que era completamente falsa. Pero Miguel, al cumplir dieciséis, dejó la escuela y queriendo vengarse de todo lo que le había pasado, se unió a las FARC. Poco tiempo después, mi madre y yo fuimos detenidas ilegalmente y también nos acusaron de colaborar con la guerrilla, fuimos torturadas y violadas; mi madre murió por falta de atención medica. No sabes lo que este hecho hizo en mí y de ahí comenzó aflorar una rabia incontenible contra el gobierno y los militares.-

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Foto de verdadabierta.com.

La mirada de Bertha se perdió en la serranía que estaba enfrente a la terraza, las manos en son de nerviosismo se estrujaban una junto a la otra. Tomó un poco de agua de chía y continuó:

-Con una niña pequeña que cuidar y un marido que vivía en la selva como guerrillero de las FARC me sentía abrumada, profundamente sola, así que esa mañana sentí la necesidad de seguirlo. Tenia apenas 23 años; pensé que quizá así podría clamar la rabia que durante tantos años me había perseguido. Le deje a mi niña a mi hermana, y la idea de tener mi propia casa y no estar siempre bajo la sombra de mi familia, me impulsaron tras la puerta. Unirme a la guerrilla era un buen camino, además de proporcionarme una sensación de poder que es embriagante y estar con mi esposo al que extrañaba tanto.

Crecí admirando a las FARC, cuando veía a sus miembros con el uniforme de camuflaje; tenia esta sensación de que el ellos propiciaban el orden en mi pueblo que el gobierno jamás había logrado proporcionar.-

Menuda, con el cabello negro y largo, las facciones que todavía mostraban su linaje Inca, Bertha me recibió aquel 23 de julio de 2019. Me permitió entrevistarla tras una llamada telefónica donde me dio la ubicación para el encuentro. Llegue con mi equipo de fotógrafos y la camioneta de la compañía televisora muy temprano para poder tomar algunas tomas antes de comenzar. Después de colocar todo el equipo nos sentamos en la terraza, mientras las chicas de maquillaje hacían lo propio para que la cara no nos brillara tanto durante la entrevista, pero sobre todo para transformar el rostro de Bertha que no se llamaba así, pero que por cuestiones de seguridad, cambiamos para la entrevista.

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Foto de chigatribune.com.

Toma 1… uno, dos, tres; comenzamos. -Hola, Bertha de antemano gracias por permitirnos hablar contigo, ¡qué bonito lugar! Estamos a 600 kilómetros de la ciudad de Bogotá en un paraje de esos que nos hace recordar lo bello que es Colombia.

¿Sabes? Siempre he creído que quienes se unen a los grupos guerrilleros los impulsa un deseo de cambio, de pertenencia y de mejora las condiciones de vida que tienen. Con el tiempo las circunstancias los ponen en disyuntivas tan adversas que los sueños se van desmoronando poco a poco y a muchos termina por estrellarlos contra el suelo. Quizá el ser mujer también agrega un factor más al complejo al entramado de esta toma de decisiones, mismas que se llevan acabo cuando uno es joven e idealista.-

-Así es, buen día; los conflictos armados no están reservados exclusivamente a los hombres, las mujeres siempre hemos sido una parte importante de la guerra de guerrillas, a pesar de que la sociedad da por hecho que son espacios destinados solo al genero masculino- Comenzó hablando con una seguridad que me sorprendió.

– Pero pongamos un poco de contexto-, dije para darle un poco de marco histórico a tus palabras.

-Las FARC se formaron en 1964, cuando un grupo de jóvenes marxistas tomó las armas para luchar por los derechos territoriales y las reformas antiimperialistas. Desde luego que fue el resultado de muchos movimientos que empezaron a fines de los cuarenta. Entre 1965 y 1970, cuatro núcleos de expansión del grupo guerrillero se formaron entonces ocupando Meta, Guaviare, Huila, Caquetá, Cundinamarca y occidente del Tolima. El segundo, en el norte del Cauca, el sur del Tolima y el Valle del Cauca. El tercero, en el Magdalena Medio, y el cuarto, en Urabá. A finales de los setenta aparece un quinto núcleo de expansión en el Arauca.

Como polvorín, las ideas y la lucha armada encendieron el fervor de los jóvenes que creían que con las armas podían hacer cambios sustanciales para las injusticias que clamaban al cielo. Llegaron a sumar unos 20 mil en 1999, formando 27 frentes por todo el país y entre un 30 y 40 por ciento de los combatientes rebeldes, fueron mujeres. –Bertha continuo con gran conocimiento de causa.

-En cierto modo, el combate armado desmontaba los roles de género: las mujeres luchábamos codo con codo junto a los hombres y había entre las filas, comandantas feroces. Podíamos llevar rifles de asalto, marchar en formación y arriesgar nuestras vidas. Pero en otros aspectos nos enfrentábamos a retos muy específicos como miembros de un movimiento insurgente armado. Vivíamos junto a los hombres en dependencias reducidas, esto hacia que fuéramos vulnerables a agresiones sexuales.-

-¿Pero no había códigos de ética? Pregunté de inmediato. Esta dinámica de permanente peligro al que las mujeres nos hemos enfrentado por siglos, todavía me pone en son de alerta y no puedo evitar que me asalten las preguntas con tono acusatorio.

-Pues sí, la política interna de las FARC prohibía las violaciones, pero muchas guerrilleras del grupo fueron obligadas a convertirse en esclavas sexuales. En muchos asaltos que hacíamos los compañeros incluso usaban la violación como arma de guerra. Claro que esto no era solo entre los compañeros, también se daban en los grupos paramilitares. Teníamos prohibido embarazarnos y formar una familia, muchas fueron obligadas a interrumpir sus embarazos y un periódico colombiano publico alguna vez algo así como que se calculaban que en los campamentos de las FARC se practican alrededor de mil abortos forzados al año. Seguramente si fue así.–

Reflexionando, me siguió narrando sobre la vida tras el combate y me compartió lo que significaba luchar y soñar por un futuro mejor como mujer de las FARC.

-Una mañana fui a hablar con un comandante que me prometió ayudarme con mis estudios si prestaba servicio durante unos años. El comandante me concedió un período para decidir si realmente quería unirme al movimiento, pero aquello no fue necesario, pues ya estaba decidida. Sabia que unirme a la guerrilla suponía dejar a mi hija, pero estaba convencida de que a la larga podría darle una vida mejor. Sin duda la parte más difícil para mí, fue dejarla. Me parece que es algo que un niño jamás comprende, por qué al final lo que le queda en el alma, es que su madre le abandonó.-

Hizo una pausa larga y continuó.

– Durante dos años viví en la selva y solo pude contactar con mi niña mediante cartas. En momentos de soledad, aquellas cartas me brindaban consuelo. Mi pequeña me escribía a menudo y me decía que estaba orgullosa de la decisión que había tomado, aunque en el fondo me parecía que solo lo decía para animarme.-

La voz se le quebró y mientras el camarógrafo tomó una escena del paisaje, nos levantamos de las sillas y comenzamos a caminar vereda abajo, ahí donde los cafetales se hacen con el espacio, mostrando su gran belleza.

-Todas las mujeres que se unieron a las FARC lo hicieron para rebelarse contra algo. Se rebelan contra sus madres y padres, se rebelaban contra la condena de vivir en la Colombia rural y tener hijos, se rebelaban contra alguna parte del sistema que no les gustaba, sobre la violencia de la que habían sido víctimas. pero, sobre todo, por la pobreza que arrastraba a sus familias a vivir vidas precarias donde el hambre y la muerte eran el paisaje del día a día.

Pero en mi caso la rebelión fue contra el hecho de que el estado no fuera capaz de protegerme. Formar parte de un grupo armado me daba una sensación de poder, después de haber soportado la discriminación, la pobreza y las cicatrices que llevaba en cada parte de mi cuerpo. Comencé como parte del equipo de propaganda, debido a mi aptitud natural para la fotografía y el diseño, y más tarde pasé a participar en las operaciones militares.

La vida en un campamento de las FARC no se limitaba a la instrucción militar; las mujeres que nos unían a un grupo armado no perdíamos nuestra humanidad y la vida de la guerrilla tampoco nos aislaba de la cruel realidad que supone ser una mujer. Una de cada tres mujeres experimenta violencia física o sexual a lo largo de su vida sin importar dónde esté y los conflictos armados incrementan el nivel de violencia contra las mujeres. Las combatientes femeninas de las FARC debían adentrarse en un campo de minas en lo que respecta a los problemas relacionados con el sexo, la sexualidad y la salud reproductiva. Por ejemplo, teníamos un acceso limitado al control de la natalidad, el posible acoso por parte de nuestros compañeros masculinos y la sempiterna presencia de la doble moral. Y todo esto se complica todavía más cuando entre 60 y 70 individuos, viven juntos en la selva interactuando muy poco con el mundo exterior.

Nos enseñaban que las guerrilleras teníamos los mismos derechos que los colegas masculinos, pero a fin de cuentas seguíamos siendo mujeres. Ser una mujer en la guerra es muy duro. Cuando mi marido estaba ausente, yo dormía junto a otras dos o tres compañeras. Esto me proporcionaba una sensación de camaradería, pero sobre todo era una forma de protegerme.

La política interna de las FARC no toleraba el abuso físico o sexual entre los miembros del grupo, pero eso no eliminaba el problema. Hubo un combatiente que no paraba de hacerme insinuaciones sexuales, claro que yo siempre las rechazaba. Un día, este mismo guerrillero golpeó a una compañera tras descubrir que la relación sexual que ambos mantenían no era exclusiva. Recibió un castigo, pero el comandante justificó sus acciones diciendo que la guerrillera había actuado de forma promiscua. Nunca tuve la intención de ser una guerrillera toda mi vida. Después de dos años pedí permiso para abandonar el grupo y se me concedió porque me había unido bajo un acuerdo firmado con un comandante que estipulaba que mi servicio sería temporal. –

-¿Y fue fácil tu integración a la vida cotidiana después de haber pasado por tantas cosas?-

-La transición a la vida civil no fue nada fácil. Para una mujer que ha abandonado la lucha armada, resulta incluso más difícil, porque además de la desmovilización, eres una mujer dentro de una sociedad que discrimina por todo. Desde que abandoné las filas de las FARC, participé en el programa de reinserción del gobierno colombiano, que proporcionaba servicios de salud mental, educación y asistencia para encontrar trabajo. Así que obtuve el título de diseñadora gráfica, una carrera que elegí en parte por mi experiencia diseñando propaganda para las FARC. Con el apoyo de mi familia y mucha terapia, he podido librarme del odio y la venganza personales que me llevaron a tomar las armas, opción que ahora considero como un modo ineficaz de avanzar hacia un objetivo político y que ha tenido consecuencias irreversibles para la sociedad colombiana. Será tarea difícil ahora que en todas partes de Colombia las víctimas de nuestros actos sean capaces de perdonarnos.

Veo las cosas tan distintas ahora. Como combatiente, veía la lucha armada como una solución, pero la falta de progreso social desde su desmovilización hace casi una década y media ha hecho que ponga en duda esos métodos. Me parece que no se puede conseguir nada positivo a través de las armas, la historia de tantos países lo demuestra, la sangre que se derrama por esto no se justifica, pero también se que es respuesta a la injusticia, a la pobreza y que es algo a lo que miles de personas que han sido víctimas de abuso y que el estado no les da respuesta, encuentran como una posibilidad a tanta miseria. Los Guerrilleros, como los soldados, salen a defender una idea. Ambos tienen razones distintas por estar ahí, quizá por un minuto podríamos dejar aun lado nuestros prejuicios y tratar de revisar estas razones. Quizá esta podría ser una forma de empezar a encontrar soluciones distintas a las armas. Pero primero hay que entender qué es lo que hay por detrás de cada decisión, usar la empatía como una herramienta en la búsqueda de otras formas de resolver los conflictos.-

Durante más de una hora seguimos hablando sobre la historia del movimiento armado, las vistas llenas de luz y de un cielo azul intenso enmarcaban esta polaridad entre la belleza de la naturaleza y el dolor de la vida humana. Una vez editado este encuentro, se vendió a una cadena europea que pasó durante algún tiempo entrevistas sobre aquellos que pasaron durante su vida por algún movimiento armado.

Yo regrese a Bogotá y continúo haciendo lo que más me gusta: escribir y hablar sobre la vida de las mujeres, sobre aquello que me parece importante, pero, sobre todo, porque me mueve la pasión de creer que la historia se construye a través de muchas miradas, todas igualmente validas y que cada una debe tener una voz.

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Esta entrevista es ficticia, producto de la lectura de muchas entrevistas reales donde fui tomando algunos datos para la construcción de este escrito.

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Por Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195