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Sábado Distrito Federal
Fotos: Presa Alterna / Arte Informado

Sábado Distrito Federal

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¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Desde las diez ya no hay donde parar el coche

Ni un ruletero que lo quiera a uno llevar

Llegar al centro atravesarlo es un desmoche

Un hormiguero no tiene tanto animal

 

Fragmento de una canción de Salvador Flores

El centro se vuelca en regalo sin esperarlo; las calles están como nunca de vacías, me habita una extraña sensación de caminar por las banquetas sin ser empujada, apretar la bolsa contra el cuerpo para hacérsela difícil a los cacos que pululan en esta parte de la ciudad.

Es enero y el clima templado de la ciudad de México nos regala unos cuantos grados menos. Los tapabocas son nuevos elementos que llegaron para quedarse indefinidamente y vuelven invisibles los gestos de los pocos transeúntes que hay.

El zócalo majestuoso palpita en sus piedras tejidas con ricas historias, aderezo de la imaginación colonial. Pasajes inventados y repetidos una y otra vez hasta que a fuerza de hacerlo, se han ido volviendo verdades plasmadas en los libros que hablan de la historia nacional. En sus páginas van pulsando el mundo prehispánico, atravesando la conquista, la revolución mexicana y van pintando a brochazos el paso de este presente que nos toca.

Las limpias, el sonido de caracoles acompañados de danzas y cascabeles, en pieles todavía con dejos de una raza grandiosa. Puestos de juguetes fabricados en china, algunas artesanías que todavía se enorgullecen de sus manos mexicanas y la bandera que ondea en el centro del zócalo. Cada elemento forma parte de esa riqueza del sincretismo que vive en las venas del mexicano, mientras se mezcla con el olor a tortitas de nata que se venden a diez por cinco.

Por detrás de la catedral en la calle de República de Guatemala está el centro cultural de España, un edificio que data del siglo XVI. En estado de ruina, fue cedido en el año 2002 por el Gobierno del Distrito Federal a la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) para ser rehabilitado e inaugurado por los reyes de España. 

Un edificio hermoso donde en el sótano están las piedras de los restos del Calmecac qué fue la escuela para los hijos de los nobles mexicas o pipiltin. Con una bella museografía que exalta una extensa colección de objetos prehispánicos y vestigios coloniales que evocan la grandeza de toda una época.

Entrando al recinto buscando si había alguna exposición, sorprendidos nos colocamos en la primera sala entrando a mano derecha ¡Emancipadas y emancipadoras! Una exposición curada por Julia Antivilo. 

Será que la historia la escriben los vencedores como tanto se dice. Los que caen derrotados se convierten en medallas del botín, meras comparsas de las gestas llevadas con orgullo en el pecho de aquellos victoriosos. En la Independencia y en la Revolución mexicana, los vencedores olvidaron o dejaron en un segundo plano a las mujeres. Acaso sus nombres se fueron fundiendo en palabras como Victoria, Paz, Libertad y tantas otras más, hasta prácticamente desaparecer.

 

Nombres de mujeres que no conocía, aparecen en los muros de la exposición, de la independencia fuera de Leona Vicario y la Güera Rodríguez las demás me eran desconocidas y sin embargo fueron parte de este conjunto de hechos históricos, que destacó su trascendencia.

Escasamente reconocidas en la historiografía tradicional, invisibles se quedaron innombradas, borradas de una narrativa que define a un país patriarcal.  

Sábado Distrito Federal - sabado-distrito-federal-2
Foto: Ccemx.

Produce un alzar de cejas aquellas féminas ficcionadas, pero en general, el protagonismo de las insurgentas son un enigma, un estar tras bambalinas abrazadas de la inexistencia y la negación, mientras han ido abriendo cuestionamientos de este proceso histórico sobre suelo nacional.

Pocas plumas tocan la participación de las mujeres y su valía más allá de ser esposas de alguien o madres de los hijos de los movimientos armados. Y aquellas que lograron abrirse un escaño, apenas se menciona las sanciones penales, el castigo moral, el desprestigio, el orden inquisitorial al que además de todo, fueron sometidas producto de las restricciones que limitaban a la mujer al hogar o al convento. Clausuradas y enclaustradas permanecieron en la cultura del silencio y la discreción, no solo salieron a forjar esta nación también fueron humilladas y sancionadas. 

Sabemos que ahí estuvieron y reprodujeron la vida cotidiana diaria de la lucha armada, con sus enaguas de percal, sus blusas blancas y manos ásperas haciendo la comida con el niño al pecho, acarreando agua, armando casas de campaña. Empuñando hilo y aguja para zurcir las ropas, curando heridos y sosteniendo sus manos en el último aliento. Limpiaron la sangre en las calles,  tomaron las armas y porque no, algunas usaron un lenguaje vulgar, usaban pantalones y eran dueñas de su cuerpo. Las hubo estrategas, espías, conspiradoras, financistas y portaron su fusil disparando a mansalva cuando hacía falta. 

Cómo olvidar el sitio de Tlacotepec en Guerrero cuando el hambre era angustiante para los insurgentes, entonces Antonia Nava y Catalina Gonzalez se presentaron ante el general Nicolas Bravo diciendo “ no podemos pelear pero podemos servir de alimento para que sea repartido como racion a los soldados” Antonia empuñando un puñal fue detenida y el desaliento desapareció de los soldados. Entonces las mujeres se armaron de machetes y garrotes saliendo a pelear contra el enemigo. (1)

Y, sin embargo, las omisiones francas o estigmatizadas y algunas sobrevaloradas en su “deber ser”, formaron más tarde las filas de Adelitas y soldaderas desfilando en el imaginario colectivo, como madres honradas con el sacrificio que da hijos para la guerra y para la patria nueva. 

Mujeres que lucharon desde el frente ideológico más allá de las armas, para llevar a puerto las esperanzas libertarias de un pueblo maltrecho, mientras en las calles se repetían refranes; “Las mujeres no deben conocer más asuntos que los de la cuna y la cocina”

Pocas fuentes fidedignas nos hablan de las personajas que han sido narradas a través de hazañas conspiracionistas noveladas. 

A ellas le debemos con su tesón y su lucha que se incluyeran importantes apartados a favor del divorcio y de la igualdad de paga en la constitución de 1917 y de ahí al sufragio en los cincuenta.

Un nombre en una pared de pronto me golpea como una palmada en la nuca, durante la etapa de resistencia de la guerrilla insurgente fue correo, enviada a su natal Pátzcuaro para organizar las fuerzas insurgentes y facilitar la entrada a su ciudad.

Esposo e hijo murieron en batalla bajo las órdenes del general Muñiz y ella fue capturada, sujeta a proceso fue sentenciada, Gertrudis Bocanegra fue fusilada al pie de un fresno de la plaza mayor, el 11 de octubre de 1817.

Me quedo frente a su nombre en son de admiración, me acompaña un honrar en el sentimiento, pues su muerte y la de tantas otras me genera agradecimiento. Soy producto de sus vidas a pedazos, hoy me coloco frente al mundo con mucho de sus ideales y de su lucha. Soy la amalgama de su paso por la tierra.

180 tambores teponaztli y baquetas fabricados para la instalación de Tania Candiani en la obra Pulso, curada por Jessica Belanga Taylor, se encuentran al final del corredor colgados del techo simulando una escalera. Nos empuja con sonidos de percusión que salen de algún lado, que remiten a lo líquido, a un flujo que evoca movimiento y ritmo. Mientras, se para uno enfrente de una selección de mapas de la Cuenca de México en memoria de las obras de drenaje profundo. Al superponer dos de estos sobre papel albanene; uno del antiguo lago de Tenochtitlan y otro del metro, el agua se vuelve el pulso de lo antiguo y lo contemporáneo; flujo y tránsito. 

Se transforma en una acción sonora pensada como una red de canales de comunicación y en los ríos subterráneos de la Cuenca, una especie de network de circulación y recorrido.

El teponaztli era tocado solamente por hombres en la época prehispánica, representaba la unión del intelecto con la sensualidad. La exposición es una apuesta al arte contemporáneo. Pasando en la pantalla tras una cortina negra fragmentos de un film muy bien logrado, aparecen 195 mujeres distribuidas en 12 grupos cada una tocando un teponaztli, 12 de ellas marcan las pautas de un ritmo ancestral, cada grupo con un tambor tarahumara; golpes de advertencia y presencia en los túneles del metro de la ciudad. Un grito que pide romper con lo que falta para que las mujeres puedan tomar su lugar.

Yo le doy una interpretación; veo, escucho y siento la toma del espacio en uniformes azules que evocan el agua, el sonido en son de protesta sobre aquella época donde la conducta femenina ondulaba entre la exaltación virginal o el tropiezo, entre la virtud y el pecado. Las imágenes cambiantes un decir; ¡seguimos a pie de lucha! porque hay todavía tanto por hacer, porque en el sonido en la caja de resonancia está inscrito “ni una más” evocado en sus manos rojas. Un pedir se reconozca el trabajo del ámbito del hogar en el PIB de la nación. 

En definitiva ir al centro de la ciudad es un gozo y más cuando hay poca gente. Si el ritmo del tiempo lleva el compás de sorprenderse y de estar presente. No correr a algún lado como se hace en el afán de los días, tomarse un jugo en la terraza de la librería Porrúa observando la majestuosidad del mundo prehispánico y las piedras de la conquista. Un poder inhalar y exhalar cuando el celular se queda guardado y el recorrido se disfruta en hermosa compañía. Me llevo lleno el corazón abriendo un poquito más el apetito por conocer, de cuestionar y tejer mi propia narrativa. De seguir escribiendo sobre mujeres que parece han tomado el poder sobre mis líneas. Me gusta pensar que no soy feminista, solo soy sensible al genero.

Un sábado Distrito Federal que cambia sus letras por CDMX pero que sigue sonando en mi mente. 

 

Los almacenes y las tiendas son alarde

De multitudes que así llegan a comprar

Al puro fiado porque está la cosa que arde

Al banco llegan nada más para sacar

El que nada hizo en la semana está sin lana

Va a empeñar la palangana allá en el Monte de Piedad

Hay unas colas de tres cuadras las ingratas

Y no faltan papanatas que le ganen el lugar

Desde las doce se llenó la pulquería

Los albañiles acabaron de rayar

Qué re’ picosas enchiladas hizo Otilia

La fritanguera que allí pone su comal

Sábado Distrito Federal

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Sábado Distrito Federal

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Por DZ

Claudia Gómez

(1)

En febrero de 1817, el general Nicolás Bravo y su lugarteniente Nicolás Catalán se vieron obligados a fortificarse en el Cerro del Campo, donde nuevamente fueron sitiados por Armijo. Después de 50 días de resistencia, se vieron diezmados y derrotados moralmente. Padeciendo hambre y sed, combatían a diario hasta el límite. Para alimentarse, Nicolas Bravo decidió que se matara a uno de cada diez soldados, el encargado de ejecutarlos sería Catalán. Como respuesta, Antonia Nava, su cuñada María Catalán Catalán y Catalina Gonzáles Bautista, se ofrecieron a ser sacrificadas, pues consideraban injusto el martirio de los soldados. 

Sobre este dramático episodio Luis Obregón menciona: 

“El general Bravo hizo un esfuerzo supremo. Sacrificando sus sentimiento humanitarios que siempre lo distinguieron, mandó diezmar a sus soldados para que comiesen los demás. La orden iba a umplirse cuando doña Antonia Nava y doña Catalina González, seguidas de un grupo de numerosas mujeres, se presentaron al general y con varonil actitud le dijo la primera: «Venimos porque hemos hallado la manera de ser útiles a nuestra Patria. ¡No podemos pelear, pero podemos servir de alimento! He aquí nuestros cuerpos que pueden repartirse como ración a los soldados».”

Tras sus palabras, Antonia Nava sacó un puñal y lo llevó a su pecho. Los soldados impidieron que se suicidara. Aplaudida por su heroísmo, Nava y las otras mujeres rompieron el cerco por la mañana y combatieron a los españoles con machetes y palos.