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Pafnucio
Foto de David Tomaseti en Unsplash

Sí, el estómago se me encogió, es una sensación poco placentera que elimina el oxígeno del estómago, una respuesta fisiológica de mi cuerpo al estrés.

Comienza con mis ojos, la imagen provoca una elevación  en mis cejas, el párpado se extiende, se abre mi boca, hay un descenso de la mandíbula, las rodillas se me encorvan y mi cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante. Pupilas dilatadas, disminución de la frecuencia cardiaca, aumento en la respiración y en nanosegundos comienza la información a circular por mi cerebro, éste va procesando la desagradable sorpresa, en el departamento de la masa que ocupa mi testa,  por mi boca aparece un ¡Noooooooo! es todo muy rápido, se desencadena  una rafaga  de hormonas como volcan, brota el cortisol, la adrenalina y afectan mi sistema nervioso simpático.

Se ha activado el sistema de respuesta “lucha o huida”, provocando una serie de cambios físicos, incluída la contracción de los músculos del estómago y la reducción del flujo sanguíneo en mis tripas, lo que  genera la sensación de que el estómago se me ha encogido.

Esta  es  la compleja interacción entre mi cerebro y el cuerpo ante una  mala noticia, desencadenando una cascada de respuestas fisiológicas que me preparan para  afrontar una situación adversa.

¿Cuál? Me equivoqué de maleta, traigo la de una chica que empacó un par de cosas para pasar unos días en la playa, y tiene una bocina grande, negra, que seguramente extrañará si no va al aeropuerto por ella.

De inmediato arranca el departamento de mecanismos defensivos, aparece la primera idea “Dala por perdida” así voy enfrentando la peor posibilidad. “Ahora llama al aeropuerto y comienza a buscarla por si acaso, además de regresar esta que no es tuya”. Segundo mecanismo defensivo, hacer lo correcto para no inundarme de más culpa. Aparece un “¿habrás sido tú que tomaste la equivocada? ¿ella?” eso no me sirve, lo desecho, me quita tiempo para accionarme.

Dos horas entre una búsqueda y otra, un pleito con un bot que no tiene la opción de hablar con un ser de carne y hueso. Finalmente, ahora explicar una y otra vez, “No, mi maleta no tiene identificación,  no, no venía en el vuelo de la tarde, no señorita no era morada, no me sé el nombre de la marca, no, no venía en el equipaje del avión”. Respiro, profundo. Cuando logro hacerme entender, me dicen que no hay ninguna maleta olvidada, pero que vaya al aeropuerto,  la oficina cierra a las 21:00 horas.

Corro, faltan dos horas, estoy a 30 kilómetros de distancia, es la hora del peor tráfico, a ver si llego.

No lo entiendo, no le he pedido nada a ningún santo, llego en 40 minutos, no hay tráfico. Dejo la maleta, me dan un número de reporte, la mía no ha aparecido.

De regreso voy revisando mentalmente mis cosas, me duelen mucho algunas, inhalo, exhalo, busco regular mi corazón.

“Rézale a San Pafnucio, es milagrosísimo” me dice Connie, una amiga, al día siguiente, “¿A quién?” nunca había oído hablar de él, es más ni siquiera aparece ya en el santoral del mundo cristiano.

Pedir, ofrecer, encomendarse, son cosas que no llegaron a mi ADN. Mis padres ateos, no metieron esa información en el software de la tradición familiar. Pero conozco muy bien las advocaciones, así que cuando me dijo que era un santo bueníusimo para encontrar cosas, no me pareció extraño.

La veneración y adoración excesiva y desmedida llevan a la idolatría, muy penada por la iglesia por colocar a cualquiera por encima de Dios o restarle importancia. Pero tiene una función adaptativa, al final busca asentar el dolor, soltar y dejar en manos de alguien más el desenvolvimiento de los acontecimientos. Es un amuleto que permite atravesar lo que toca. Los ángeles y los santos, sobre todo en el mundo católico generan esto, las personas se vuelcan en ellos por necesidad.

Las palabras de Connie me revolotean, la idea me hace ruido, no me gusta pedir, me cuesta no solamente hacerlo a la corte celestial, también en la terrenal. Es mi soberbia del todo lo puedo, que se instaura como dueña y señora. ¿Pero y si no pierdo nada?

Pedir y dar algo a cambio, esa es la jugada para acercarse a un santo, aseguran muchos que estos tienen una conexión especial con Dios y pueden interceder. Eso dice la tradición, pero prometer no es lo mío, conozco mi fragilidad. Comienzo a revisar que podría dar a cambio, tiene que ser algo que me cueste, no fumo, no como dulces, veo poca tele, aparece el vino, me gusta un par de copas de vez en cuando, eso me dolería.

Decido hacer algo, no, no voy a dejar de hacer algo.

El Encuentro

Es jueves a punto de las tres tocan la puerta, es él, he dispuesto una comida cuidando cada detalle, he buscado la dieta del antiguo Egipto basada principalmente en cereales, verduras y frutas, con algo de carne y pescado. Me visto con falda larga y una blusa abrochada hasta el cuello, Pafnucio era anacoreta y quiero tener el respeto esperado para la ocasión.

Lo hago pasar, es muy pequeño quizá 1.55 muy delgado, de huesos afilados, le falta un ojo, cojea, trae una bata de lana, una cuerda amarrada a la cintura y unos huaraches de piel. Tiene un olor especial, mis registros marcan que es a ceniza. Nos saludamos sin tocarnos, simplemente inclinamos la cabeza. Lo veo observar el entorno. Habla Demótico egipcio y Latin, pero previniendo el dilema y como esta fantasía es mía, me he otorgado el don de lenguas, así que no tengo ningún problema. Pasamos y nos sentamos en la mesa del jardín.

Es un día lindo pero cargado de mucha contaminación, “huele distinto, no logro saber a que” me dice sorprendido. Pienso si no le hará daño respirar esta porquería, si no le dará COVID, pero luego me tranquilizo cuando recuerdo que estoy imaginando que está aquí.

Hay pan, elaborado con trigo emmer, una muy buena cerveza artesanal por si quiere, y comienzo agradeciendo que haya aceptado mi invitación. Le aclaro que no quiero pedirle nada, pero que este raro encuentro con su nombre, me ha hecho pensar que quizá si escribía algo sobre él, en intercambio podría ayudarme a que aparezca mi maleta. Lo veo sonreír, se da cuenta de mi juego. Intento buscar algún argumento convincente, pero lo dejo ahí.

No hace falta que me diga por qué lo hicieron Santo, averigüé que lo torturaron por sus ideas cristianas, perseguido por Augustus y Maximino Daya conocido por su fanatismo, condenado a trabajar en las minas después de haberle arrancado el ojo derecho y desjarretado la pantorrilla izquierda, que más adelante le generó una gangrena, por la que le amputaron la pierna izquierda.

Mientras sirvo un caldo de verduras, me cuenta que fue monje del monasterio de Pispir en Egipto y alumno de San Antonio Abad, “de él sí conozco algo” le interrumpo. Reanuda contándome su  vida como anacoreta en el desierto de Tebaida en Egipto, antes de ser nombrado obispo, viviendo de hierbas, agua y sal, sometido a grandes austeridades y penitencias que incluían considerables ayunos, falta de sueño, trabajo extenuante y oración.

Me apuro a servir el pescado, es fresco, lo he traído del mercado de San Juan, pues imagino que el del supermercado congelado no le va a gustar. Me doy cuenta que come poquito, será que el estómago a base de hambre se hace chiquito. Sigue con su relato, cuenta cómo su soledad se veía interrumpida, muchas veces por aquellos que le visitaban para recibir consejo, pero es cuando menciona su persecución por defender la fe durante el siglo IV llevándolo  al martirio, que su voz se exalta.

Me contó sobre el Concilio de Nicea donde los obispos se juntaron para afirmar la deidad y la eternidad de Jesucristo, donde se definió la relación entre el Padre y el Hijo y se afirmó la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, considerados ahora como tres personas iguales y eternas. Pero la principal cuestión teológica fue la naturaleza de Cristo, con debates sobre si Él era más divino que humano, o más humano que divino, si fue creado o engendrado, y si era coigual y coeterno con el Padre o inferior a él. Fue en ese  Concilio donde también se fijó la celebración de la Pascua, como el primer domingo después de la primera luna llena de primavera.

Intervine en la asamblea cuando la mayoría de los obispos asistentes se habían pronunciado en favor de una ley general que prohibiese, a todos los obispos, sacerdotes, diáconos y subdiáconos, convivir con las mujeres con las que se habían casado antes de recibir su ordenación; pero me opuse a la moción”.

Traigo el postre, este de nuestro tiempo, no hay como un príncipe Alberto para verlo sonreir. Entonces, narra cómo sacó de la perdición del pecado a Santa Thaís, quien había sido cortesana y que de ahí, es que en la cultura popular le ha atribuido el poder de encontrar objetos perdidos; ahora entiendo la razón de su advocación. Otro evento fue el hallazgo de San Onofre, quien había sido su maestro, lo encontró extremadamente enfermo, con el cuerpo demacrado y desfigurado, parecía una bestia, por el aspecto terrible que tenía, debido a las austeridades de sesenta años como ermitaño del desierto. Le ayudó a morir, enterrándolo con la ayuda de dos leones.

Nos dan las seis, le hablo de este tiempo, de sus dificultades y escucha con atención. Le genera curiosidad muchas cosas y en temas sobre tecnología, medicina, tengo que recurrir a google para darle respuestas, ya que no puedo responder muchas de ellas. Le hablo un poco sobre mí, nos enfrascamos en una conversación que parecía que detenía el tiempo, hablamos y hablamos. Siento que he generado algún tipo de vínculo de amistad con él.

Se para de la mesa, agradeció la invitación, le digo que lo invitaré de nuevo, quizá con algún otro personaje que crea que a él le pueda ser interesante. Lo acompaño a la puerta y quedó encantada. No le pido nada.

Pues me dí a la tarea de ir al centro de la Ciudad de México, las dos imágenes más veneradas de Pafnucio se encuentran en el templo de San Fernando (ya en la colonia Guerrero) y éste, en Santa Inés, quien cuenta con un buen número de exvotos. Esto me ayuda a sentir con más cercanía al hombre a quien tuve de invitado en mi casa.

Escribo sobre él, sin importar que su existencia haya sido realidad o ficción, cientos de personas creen en él y eso le hace cobrar vida, mi maleta aparecerá si es que va aparecer, si no ya la dí por perdida, extraviarla me ha regalado la oportunidad de conocer sobre alguien y entender un poco de su época, y de un concilio que marcó el destino de la iglesia católica, eso es invaluable, mi ropa zapatos y demás enseres son cosas, y esas pueden servirle a quien se quedó con ellas.

DZ

Nota al margen aquí la oración que se le reza por si alguien ocupa.

¡Señor y Dios nuestro! Te

rogamos por intercesión de San

Pafnucio, que sacó de la

perdición a Santa Thaís,

escuches nuestra plegaria para

que… (nombre de la persona),

vuelva al buen camino. Para que

pueda encontrar este objeto

(nombre) que se me ha perdido.

Para aceptar con conformidad la

voluntad de Dios en estos

momentos difíciles de la vida.

Si lo perdido es de gran valor, se

mandaran pedir seis misas a San

Pafnucio, si no pudiese, se oirán;

si lo perdido es de poco valor, se

rezará un Padrenuestro

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Foto de Kat Kelley en Unsplash