En los tres sueños, yo además de ser de raza japonesa estaba viviendo en el siglo XVI, era un ninja hombre, luego una mujer ninja y la última una Geisha
Soñé que soñaba, que soñaba. Tres realidades paralelas en distintos tiempos. Quizá fue una perturbación de mi conciencia temporal, donde el tiempo lo percibo distinto. Ahí se alarga mi sensación de haber estado soñando durante mucho tiempo. Según dicen los que han estudiado, es un fenómeno que ocurre principalmente durante la fase REM del sueño.
Yo experimenté una sensación de realidad tan intensa al despertar, que me resultó difícil distinguir entre el sueño y la vigilia. Quizá fue un sueño lúcido, donde pude interactuar de manera más consciente con el contenido de mi sueño, es fascinante.
En los tres sueños, yo además de ser de raza japonesa estaba viviendo en el siglo XVI, era un ninja hombre, luego una mujer ninja y la última una Geisha. Me desperté con una sensación tan real que avivó mi curiosidad de investigar, es una energía que se prende dentro mío como un fuego que necesita ser apagado. Si le busco el lado mágico, podría pensar que sobre todo ella, la mujer ninja se introdujo sigilosa en mi sueño y lo manipuló para que escribiera.
Los ninjas han formado parte de mi cultura literaria y aparecen en muchas novelas como “El castillo de los búhos” (Fukuro no shiro), escrita por Ryōtarō Shiba, publicada en 1959. A mí la película de Shinobi no Mono (1966) una de las primeras películas que explora la vida de los ninjas, basada en las novelas de Tomoyoshi Murayama me dejó una impronta imborrable. La figura de estos seres míticos, me parecían atractivos, pero no lo suficiente como para despertar un gran interés y dedicarme a aprender sobre su existencia.
Durante todo el día estuve rumiando sobre mi sueño, así que mientras trabajaba, hice un mapa mental de por dónde empezar. Lo primero fue buscar una definición sobre ellos y ahí caí redonda en la fascinación. Encontré que el nombre se traduce como “espía”. Compuesto por dos caracteres uno es el kanji: 忍 (nin), que significa “aguantar”, “resistir”, “esconder” o “moverse sigilosamente”, y el otro 者 (ja), que significa “persona” o “individuo”.
Eran un tipo de guerrero Japonés, especializado en tácticas muy poco convencionales que incluían el engaño para tomar por sorpresa a sus víctimas. Me fascinan los bandoleros, aquellos que hicieron cosas distintas, que fueron castigados y que dejaron su huella en el tiempo.
Su tarea principal era infiltrarse, buscar información para salir sigilosos sin dejar rastro evitando ser perseguidos. Eran sicarios a sueldo. Si eran capturados, las repercusiones por los métodos de guerra “poco honorables” que utilizaban era ir a una muerte horrenda como morir hervido, así que entrenaban incansablemente. Comenzaron a ser conocidos en el periodo Kamakura (1185-1392) hasta el periodo Edo (1603-1868), desapareciendo del todo con el fin del sistema feudal en la era Meiji (1868-1912).
Los Samurais los detestaban ya que ellos se consideraban los que seguían un camino honorable, no sólo en vida, sino también en batalla. Mientras que la formación del ninja se basaba en la cobardía y el engaño.
La imagen fantástica del ninja ataviado con ropas negras que lanza shurikens comenzó a aparecer en el teatro kabuki y el ukiyo-e durante el período Edo en 1600, inspirados en los tramoyistas y maestros de escena que vestían de negro para pasar desapercibidos en el escenario oscuro. Es quizá por eso que el ninja de mi sueño estaba vestido de un tono marrón, quizá más hacia un rojo oscuro. Vaya sorpresa, asi que el famoso traje negro con capucha nunca se usó realmente.
La primera referencia del negro data de 1801, cuando apareció en una ilustración de un libro y de ahí saltó a la cultura popular, usando la noche y las sombras como marco referencial. La falta de documentación histórica rigurosa ha contribuido a la perpetuación de muchos de los mitos sobre estos seres legendarios. Aparecen con poderes sobrenaturales, escalando fortalezas inexpugnables, transformándose, volviéndose invisibles, volando, generando fascinación. No hay como la magia para llenarnos de serotonina.
Ya con una idea más clara, quise averiguar si en algún momento hubo alguna mujer ninja y mi sorpresa no pudo ser más grata. Si las hubo.
Eran conocidas como kunoichi. Las imagino vestidas con su kosode, una prenda de seda acolchada similar a un kimono moderno, pero con mangas más estrechas y un tipo de faja llamado obi alrededor de la cintura, en los pliegues de la ropa ocultando armas y herramientas. Como ropa interior; trajes ajustados, en tonos oscuros o lilas, permitiéndoles moverse con agilidad por las noches. Las veo abanicándose con su tessen donde escondían hojas afiladas, o palillos que podían convertirse en armas arrojadizas.
Puedo imaginar las horas dedicadas al entrenamiento para el espionaje, afinando las habilidades de la astucia y seducción como sus principales armas.
No siempre seguían un entrenamiento físico tan riguroso como el de los hombres, sino que se especializaban en el engaño y el uso de venenos. Se infiltraban en los castillos enemigos como sirvientes o bailarinas, aprovechando su apariencia y habilidades para acceder a información valiosa o eliminar objetivos.
Así me encontré a Chiyome Mochizuki, que vivió en el siglo XVI durante el período Sengoku. Nacida con orígenes nobles del clan Mochizuki. Tras la muerte de su esposo en la batalla de Kawanakajima en 1561, se convirtió en una figura clave en el entrenamiento de mujeres espías.
Aparentemente reclutó y entrenó entre 200 y 300 mujeres, muchas de ellas huérfanas o desamparadas, para realizar misiones de espionaje y combate bajo la sombra del clan Takeda, liderado por Takeda Shingen conocido como “el Tigre de Kai”, por su notable destreza militar y liderazgo en el campo de batalla. La reclutó para utilizar su conocimiento de los clanes ninja de Koga e Iga. Con su ayuda logró gobernar una región con escasos recursos, consolidando el poder de su clan y expandiendo su influencia, aunque su territorio no era extenso, su ejército era temido por su efectividad .
Si dejo entrar la magia en mi relato, quiero pensar que la ninja de mi sueño se coló en él para que yo pudiera darles vida de nuevo, con mis palabras. Así que continué.
Ahora busqué a un ninja destacado y me encontré con varios, pero fue Ishikawa Goemon, un ladrón tipo Robin Hood quien captó mi atención. Esta como tantas otras historias combinadas con el romanticismo de la época Edo, contribuyeron a la creación de la imagen mítica del ninja en Occidente.
Japón estaba sumido en un período de guerras civiles conocido como el Periodo Sengoku (1467-1603). Los conflictos entre clanes samuráis luchaban por el control territorial y político. Los señores feudales, o daimyōs, competían por el poder, lo que generaba un ambiente de inestabilidad y violencia. Fue la época de las armas de fuego introducidas por los portugueses en 1543 lo que llevó a un cambio en la estrategia militar.
Los ninjas, se convirtieron en figuras cruciales en este entorno, utilizando el espionaje, el sabotaje y la guerra de guerrillas para influir en el resultado de las luchas entre clanes. Las ciudades, como Kioto y Edo (actual Tokio), eran centros de comercio y cultura, llenos de vida y actividad. Los mercados bulliciosos, las casas de té y los templos eran parte del paisaje urbano. Las historias de héroes, fantasmas y criaturas sobrenaturales eran comunes, creando un ambiente en el que los ninjas podían ser vistos como figuras míticas, casi sobrenaturales. La idea de un ninja como un guerrero que podía desaparecer en la oscuridad, encajaba perfectamente en este contexto cultural.
Goemon nació en 1558, fue un forajido conocido por robar a los ricos y repartir su botín entre los pobres, con un intento fallido de asesinar al poderoso Toyotomi Hideyoshi, lo que llevó a su captura y ejecución, hervido vivo junto a su hijo, consolidándose como un ícono cultural en Japón. Lo más llamativo es que la falta de información histórica precisa, ha dado la posibilidad de que existan varias teorías sobre su verdadera identidad. Pero su imagen de ladrón generoso y audaz ninja, se propagó perpetuando su legado como un icono de la cultura popular japonesa que perdura hasta la actualidad.
En el primero de mis sueños la noche oscura y lluviosa abre el telón, vamos a pensar que es la antigua capital de Kioto. Mientras los pobladores se refugiaban en sus hogares, soy una sombra sigilosa deslizándome por las calles empedradas. Visto un traje rojo oscuro lo que hace que me funda con la oscuridad, voy moviéndome con la gracia de un felino, mis ojos atentos a cualquier peligro.
¿La misión? infiltrarme en el castillo del señor feudal y robar un valioso pergamino con información secreta. Usando mis habilidades de trepador, escalo los muros del castillo con facilidad y me deslizó por los pasillos como una brisa. Voy evadiendo a los guardias con movimientos fluidos y llego a la cámara del tesoro. ¿Lo conseguí? No lo sé, porque justo en ese momento aparece la mujer ninja y dice “esto es sólo un sueño”.
Ahora tengo una katana, estoy disfrazada con un traje ajustado al cuerpo, estamos en la cima de una montaña escarpada. El sol se va metiendo en el horizonte, dejando pinceladas moradas. De pronto aparece un torbellino de acero y sombras, me muevo como un rayo, con mi espada voy cortando el aire. Veo caer uno a uno, a quienes me están atacando incapaces de seguirme el ritmo. ¿Por qué estoy peleando? No lo sé.
De pronto aparezco en un salón de madera con unas ventanas abiertas a un jardín, donde los cerezos llenos de flores sueltan su hermoso aroma. Vestida de Geisha digo “esos dos espacios donde estuviste son solo sueños, esta es ahora la realidad”. Entonces me desperté. Sobre estas emblemáticas mujeres artistas tradicionales cuya función principal es entretener a los invitados en fiestas, banquetes y reuniones, hay mucha literatura, películas y obras de teatro. Expertas en diversas formas de arte, incluyendo la música, la danza y la conversación, ofreciendo una compañía amena y sofisticada, principalmente a hombres, aunque también lo hacen en grupos mixtos.
Su entrenamiento comienza a una edad temprana, a menudo alrededor de los 15 años. Durante su aprendizaje, viven en casas de geishas llamadas okiya y son conocidas como maiko hasta que se convierten en geishas completamente formadas. Históricamente, han sido una parte importante de la cultura japonesa, simbolizando elegancia y sofisticación, y su presencia en eventos sociales, un signo de estatus. Aunque su número ha disminuido en la actualidad, todavía existen y continúan siendo un símbolo cultural significativo en Japón.
Mientras escribo voy pensando, escucho una voz en mi interior, “has visto mucho cine y quizá el último libro que leíste hace algún tiempo mezcló tus recuerdos en ese espacio llamado inconsciente”. El libro es “El guerrero a la sombra del cerezo” de David B. Gil. Justo es Japón a finales del siglo XVI. El país ha dejado atrás la Era de los Estados en Guerra y ahora está en un titubeante período de paz. Entre las víctimas del largo conflicto se halla Seizo Ikeda, único superviviente del clan regente de la provincia de Izumo, huérfano a los nueve años tras el exterminio de su casa.
¿Y si no fuera eso? Entonces sí, una mujer de otro tiempo puso las imágenes en mi sueño, las decoró, escribió el guión sólo para provocarme y si es así, lo logró, llevo varios días sumergida en la búsqueda y al final quedo satisfecha.
“El sigilo es el arma más poderosa de un ninja. Aprende a moverte en las sombras y a pasar desapercibido”.
Richard Tyler Blevins
DZ