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Mugeres, Dementes
Foto: Leonardo Perez

Siempre me han fascinado las historias que erizan la piel y más si son narradas en la oscuridad de una noche sin luna. Crecí en una familia donde las historias de fenómenos paranormales abundaban y los relatos de apariciones de seres invisibles se producían con bastante frecuencia. Tengo un tío que incluso rompió las paredes de casa de mis tías abuelas, asegurando que dichas apariciones eran un mensaje de un tesoro enterrado, que nunca encontró.

Así que como el encierro vuelve a restringir mi actividad, entonces uso mi recurso favorito para recrear lo que necesito y transportarme fuera de las paredes de mi casa a otro lugar. Si, lo sé, esto dicho así abiertamente puede generar un juicio que enmarque la locura y desde donde yo lo veo “bendita locura.”

Revisto un escenario con toda la indumentaria necesaria para entrar en materia. Eso incluye falda y blusa negra de cuello alto, nada de joyería. El pelo recogido, un par de zapatos que tengan tacón para que mis pasos se escuchen a lo lejos, generando un eco que permita ahuyentar algún fantasma chocarrero que quiera intimidarme.

Coloco un poco de lluvia mojando el adoquín, bajo la temperatura un par de grados y me paro ahí inhalando el aire frío marcando la intención de vivir una experiencia que necesita de mucha atención, capacidad de asombro, creer en la magia y permitirme sorprenderme.

Estoy en la calle de Donceles, en el centro de la ciudad de México. Una calle llamada así por los antiguos estudiantes de los colegios novohispanos.

¿Por dónde comenzar? Son tantas las historias, tantos edificios que albergan misteriosas anécdotas, que me cuesta escoger. Pero al voltear veo que estoy enfrente de un portón con tallas de caras afligidas y apanicadas que hacen volar mi imaginación. Un edificio concesionado por el Arzobispo al Sr y señora Sayaso, el de profesión carpintero en el siglo XVII. Hoy sus muros se encuentran marcados con el número 39.

Se dice que para sacar de las calles a la prima de esta recatada mujer y a tres mulatas que rondaban semidesnudas pidiendo limosna, fueron acogidas con el permiso de su marido, en su casa. Así que al enterarse el arzobispo de esta obra de caridad y genuina intención de ayudar, les encontró un edificio donde pudieran estar estas y otras mujeres con aflicciones mentales, dando nacimiento a lo que hoy se conoce como “Real Hospital del Divino Salvador Para Mugeres, Dementes”. Inscripción que todavía está ahí, por encima del pórtico de madera que en un principio fue donado por la iglesia.

Se usaban tratamientos novedosos traídos de otros países, pintando piezas de rojo y colocando vidrios del mismo color, buscando animar a pacientes melancólicos. Las pintadas de azul, se usaban para apaciguar a las furiosas. Entonces se les trataba con dignidad y paciencia al cuidado de la congregación de los Jesuitas, quienes habían salvado el lugar a la muerte del obispo, convirtiéndose en uno de los mejores hospicios de la nueva España.

Cuando estos fueron expulsados del territorio nacional, el cuidado del lugar pasó a manos del Real Patronato y poco a poco con él, se fue tiñendo de descuido y de más y más pacientes. Sus muros fueron testigos de la demencia de cientos de mujeres a lo largo del tiempo. Mujeres abandonadas, humilladas, violadas, que perdían la noción de la realidad volviéndose fantasmas vivientes.

Se fueron enclaustrando en espacios cada vez más pequeños dejando las condiciones de las pacientes precarias, antihigiénicas, sumando según los registros hasta mil mujeres que sufrían los más abominables tratamientos. Al no haber una regulación para el tratamiento de la demencia, se practicaban desde exorcismos hasta purgas, antiespasmódicos, revulsivos y baños fríos de pies, duchas calientes y aplicación de agua en lavativas. Muchas morían en condiciones extrañas y pronto los fantasmas encadenados, comenzaron a vagar por los pasillos en las noches y dicen que se llegaron a colocar nichos de vírgenes para espantarlos. Las miradas de las tallas sobre la puerta que no se sabe porque se hicieron de esta manera, generan un halo de tensión entre mi cuerpo y los muros de la gran casona. Hoy se albergan las oficinas de la secretaría de salud, donde no es muy grato estar, cuando el sol desciende abriendo paso a la noche.

La calle de Donceles es además un espacio donde las librerías se abren paso con millones de páginas escritas, impresas con siglos de antigüedad bajo su lomo. Escudriñando hay desde pliegos antiguos, que circularon por las calles en tiempos de Don Porfirio, hasta libros de mala fama. Una oferta maravillosa para aquel que goza de embeberse en la lectura, un recorrido que va en el corredor desde el Eje Central hasta Corregidora.

Entre los tomos de cientos de escritores quedó el recuerdo de aquellos ejemplares que fueron elaborados en algo llamado bibliopegia antropodérmica. En su momento se acumulaban en un local ubicado justo en la esquina de Palma y Donceles, ahí donde hay un comercio relacionado con material fotográfico. Todavia en los años noventa, dentro de una vitrina de madera que se asomaba hacia la calle, se encontraban un par de textos de color café pálido con algún tipo de resina que los protegía, como si de cera se tratase. Un formato muy grande con una portada adornada de símbolos que remitían a creencias antiguas y prohibidas.

Uno de ellos tenía el pentagrama de dos puntas elaborado por el mago Eliphas Levi y que habla de Baphomet, aquel dios con cara de cabra que se le ha asociado con el mal y la oscuridad. Como siempre aparece esta dualidad donde otros creen que es una representación de la lucha entre el bien y el mal. Otro texto poseía extraños rostros humanos que simulaban gritos de dolor ambos expuestos con un letrero de cartón que decia “Forrados con piel humana”. Sí señor, ese es el significado de bibliopegia antropodérmica.

De estos dos libros de magia conocidos como grimorios, solo uno tenía título: el Libro Magno de San Cipriano, obra muy recurrida por ocultistas por sus vastas descripciones de rituales, conjuros y densas disertaciones sobre las huestes demoníacas. La piel humana seguramente sería usada en el tratado de forma ritual para adquirir ciertas cualidades esotéricas.

Uno piensa que estas anécdotas solo son leyendas pero el solo pensar en las portadas de estos libros, a mi se me eriza la piel y justo en ese momento escuchó el maullido de un gato al fondo que hiela mis huesos.

En el número 66, actualmente se resguarda un centro cultural y por las noches dicen que se ve borrosa la imagen de una mujer que va de la mano de una pequeña niña, mientras mira hacia arriba donde cuelga del balcón del primer piso, un hombre colgado.

Haciéndose una limpia con sangre de gallina negra un trabajador que pintaba la casa por ahí de los años cincuenta, fue acorralado por una mujer fantasmal que dijo querer llevárselo, su cuerpo comenzó a paralizarse, al punto que incluso quiso tirarse a la fuente de la la casa de los ahorcados, para calmar su ataque.

Si, otra casa; está marcada por un bule que es una figura de calabaza hueca en una de las columnas de los interiores. Durante algún tiempo se trajeron brujos para hacer limpias, otros para preparar conjuros que terminaran con la maldición. Hoy todavía se escuchan fuertes lamentos en medio de la noche, luces que se apagan sin fallas aparentes, puertas que se cierran solas. ¿Será que todo esto es provocado por una una supuesta fosa común en el subsuelo de la casa?

Es más de medianoche voy caminando mientras mis tacones van marcando el ritmo lento de mis pasos. Estoy cerca del Centro Cultural de España. La calle se encuentra desierta. Tengo una sensación extraña en la boca del estómago, se me han agudizado los sentidos. Lo que tengo enfrente es hoy una tienda de fotografía, pero según leí, aquí se cometió una masacre múltiple. La puerta está asegurada con cadenas; por detrás hay un pasillo oscuro.

Este es un inmueble marcado con el número 98, fue recinto de Don Joaquin, donde acumulaba mercancías y el dinero producto de su éxito en los negocios. Fue aniquilado una madrugada del 24 de octubre junto a otras 11 personas que incluían a su servidumbre y un primo suyo. Primero se dijo que había sido a puñaladas, después se concluyó que fue a golpe de machete. Incluso el perico perdió la vida en un acto de enajenación que blandió la cuchilla sobre su pequeño vientre.

Escucho el ruido lento de una cuchilla contra el muro de la pared, en ese instante me paralizo, no puedo moverme. Siento que la garganta se me cierra y comienzo a generar un graznido que provoca una preocupación en mi hija que duerme en el cuarto de al lado.

¡Mamá!, ¡mamá! despiértate, estás teniendo una pesadilla. Con el corazón saliéndose de mi pecho me incorporo en la cama. siento el frío sudor correr por mi espalda. Tardo en ubicar donde estoy, respiro profundo y me doy cuenta de que he dejado la computadora abierta. Trato de levantarme y tengo las piernas dormidas. Espero un rato y logró poner los pies descalzos en el piso.

Al mirar la pantalla encendida, cuál será mi sorpresa, el relato para el lunes está terminado. Se que no he sido yo, no recuerdo haberlo hecho. La curiosidad me envuelve, más allá del miedo que se apodera de mis tendones, está la sensación de querer ver cada espacio de nuevo, será que el domingo me de una vuelta por la calle a plena luz del día.

Por DZ

Claudia Gómez

A Norma Magaña que me puso a soñar.