Elecciones 2024
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Manu

Te has quedado dormido, no puedo quitarte la mirada de encima, durante un par de estaciones observo que no hay ningún adulto a tu alrededor y decido despertarte. Me sonríes y en tu boca faltan los incisivos inferiores, intuyo tendrás unos seis o siete años.

Pregunto si estás solo y mientras me contestas que sí, clavas la mirada en una bolsa de galletas que tengo y te la devoras con los ojos como si pudieras. -¿Tienes hambre?- La pregunta se me hace engrudo en el estomago, la obviedad me avergüenza, llevas horas sin comer. La estación donde debiste bajar quedó muy atrás, ya no llegas a tu clase en la vespertina que comienza a las seis de la tarde.

¿Como hace un niño para entrar y salir del sistema de transporte colectivo sin ir acompañado de un adulto como lo marca la ley?

– Te pones buzo para que los policías no te cachen, ja ja, es re divertido verlos correr cuando me persiguen y no me agarran.- Me dices con ese inconfundible se seo de sipisapo que acompaña a tantos niños con déficit de atención y sueltas una carcajada como si estuvieras jugando.

– Cinco pesos, llévese la pluma que brilla y dos ligas para el pelo- grita otro niño de la misma edad en el fondo del vagón entre las piernas del conglomerado de usuarios de la línea uno del Metro. Cinco millones y medio de seres se abarrotan transportándose por este medio cada día en esta, la décima ciudad mas poblada del mundo.

Bajamos en la siguiente estación, unos 120 escalones hacia arriba, el aire se vuelve menos denso y cruzando la calle, en un pequeño restaurante, un plato de sopa te dura apenas unos cuantos segundos.

Me entristece reconocer que a diario veo niños de tu edad solos en las calles, pero es contigo que en verdad ahora los hago presentes. Tantos solos en el Metro, donde los peligros se presentan con dientes afilados en las fauces del deterioro que brota desde el fondo de la tierra, hasta las calles llenas de inmundicia de la gran ciudad.

Vemos a estos niños molestos que a diario en los semáforos nos venden chicles, nos limpian los parabrisas y nos enfurecen. Aquellos que con su caja de betunes ofrecen su servicio de boleros. Algunos nos estiran una mano para pedir limosna, sabiendo que en la esquina alguien se las quitará.

Están también los invisibles, los que están escondidos realizando trabajos por debajo de la ley, los ultrajados por la prostitución y mejor conversamos de otra cosa porque eso nos molesta y no hay nada que podamos hacer. Se nos vuelven transparentes a base de costumbre y del desanimo que también paraliza, cuando uno se traga la idea de que no se puede hacer nada.

Comienzas a las 5:00 am, le dejas a tu abuela unas tortillas y unos huevos revueltos sobre el fogón. Tu madre se fue al norte hace tiempo y no volvieron a saber de ella. ¿Papá? – No tengo- respondes mientras pones mantequilla a un pan. Arqueo las cejas, se que son más de la mitad de los niños de este país que crecen sin padre.

A las 5:30 de la mañana abordas el Metro y cambias estación en Insurgentes, cinco paradas después te bajas, trasbordas en dos peseros y llegas a tu trabajo a las 7:00 de la mañana con el estomago vacío. Pegas botones que te pagan por pieza y tu turno termina a las cuatro, pero a veces sales media hora después. Te comes un par de tortillas un refresco y emprendes el camino con tu paga de unos 150 pesos en el bolsillo rumbo a la escuela, donde siempre llegas tarde, con el uniforme raído, el cuaderno sucio, la tarea mal hecha. Te acompaña la somnolencia que se acumula por el hambre y la falta de sueño.

Manu te gusta que te llamen y te sientes un súper héroe de esos que escapan a los malhechores cuando te quieren robar, por eso te escondes el dinero en los zapatos gastados, porque tu abuela los necesita para pagar la renta y comprar maíz para vender tortillas, aunque a veces no se levanta porque toma.

Veo la falta de higiene que se muestra  en la mugre tu pelo y la rabia se me va llenando en el pecho con ganas de gritar que estas son de las injusticias que claman al cielo. Se vuelca en mí este deseo de reclamo y de que alguien salga responsable para vaciar en él, toda la ira que me invade, pero de pronto en un acto reflexivo el rostro del responsable me sorprende, es el mío; el de todos.

Cómo evitar que cuando vayas creciendo la delincuencia te envuelva, te cobije y te haga suyo.  Que las calles se vuelvan tu sentido de pertenencia al lado de otros como tú.  La palabra trabajo palpita vergüenza y se entinta de abuso unida a tu niñez. Miro tu cara de niño con las las manchas blancas de la desnutrición que como bofetadas  reclaman desigualdad y miseria.

Del corazón, me brota una arteria, donde la sangre me hierve, el calor me inunda y de pronto el alma me duele, te siento mío, un hijo de todos y me indigna mirarte entre las cifras que por demás es importante decir que son inconsistentes y poco fiables y que hablan de 2.5 millones de niños que trabajan en este país.

¿Por dónde se empieza? Es que esto es multifactorial, el deterioro familiar se encuentra en las raíces de la problemática y se va tejiendo hasta encontrarse en el nudo donde la vida humana no importa, porque hemos perdido la sensibilidad.

La desigualdad arrastra a los niños a procurar un ingreso más a sus familias, estas que apenas sobreviven, un manifiesto brutal que nos atañe a todos. Muchos de los que tuvimos la oportunidad de estudiar, de tener un techo y cobijo arropados de alguien que viera por nosotros, nos cubrimos de comodidad, de esa que nos arrastra hacia este estado que habita en la zona de confort.

Será hasta que hagamos conciencia, que comencemos a dar soluciones concretas  y así podamos  darle la cara a todos los Manus dándoles una oportunidad.

Es imperante y no postergable exigir al gobierno y trabajar en conjunto como sociedad civil para encontrar soluciones prontas y certeras a esta enorme problemática.

Un par de llamadas, la respuesta es inmediata, me acercan una bolsa con comida, un pantalón, zapatos nuevos y dos cuadernos. Con la barriga llena te subimos a un taxi para que llegues sin que te roben. Te vas sonriente, despidiéndote con tu manita recargada en la ventana del coche.

Le he puesto mi teléfono para hablar con su abuela haber si me llama, sé que hay mucho que se puede hacer. Son muchas personas trabajando sin necesidad de aplausos a quienes puedo recurrir para encontrar la forma que dejes de trabajar, que puedas tener un plato de comida, un techo digno y alguien que resguarde tu niñez.

Porque es en conjunto que podemos actuar, esto es casi imposible hacerlo en solitario. Desde estas letras te mando un abrazo Manu, desando con todas las fuerzas de mi corazón que pueda volverte a ver.

DZ

A Mariela, Susana y Rosa gracias por acudir a mi llamado y regalarle a Manu una vestimenta digna y una despensa que quizá alcance para una semana.

Si logramos que la abuela me llame, podremos buscar como ayudarlos a través de algunas instituciones:

SAMET Salud Mental para Todos

Cerro Tlapacoyam #10 Colonia Copilco Universidad

(52) 5556583372

Donde hay atención de paidopsiquiatría y atención para problemas de aprendizaje entre otras disciplinas.

 

Natural Dent +52(55)34718994

AFN A FAVOR DEL NIÑO I.A.P. Av. San Jerónimo 860 San Jerónimo  

Comedor Santa María, A.C.

13 de Septiembre #26, Escandón I, Miguel Hidalgo, C.P. 11800, CDMX

5593 9422