Estoy conmovido, no puedo integrar tan rápido la experiencia, las lágrimas no paran de salir, quiero transitar por todo lo que mis emociones están expresando, cuando son expuestas al contacto con algo que no queremos ver
“Los días grises forman parte del paisaje”
Frase del muro
Hay espacios que generan un agradecimiento tal que se desborda. Se abre paso a una sensación que es inexplicable. Es algo químico; dopamina, serotonina, oxitocina, todas al mismo tiempo, embriagándolo todo, y de pronto el cuerpo parece que levita, quitando el peso de los huesos sobre el lugar donde uno pisa.
Nuevamente nos recibe un Laurel de la India de al menos un centenar de años, que se levanta majestuoso abrazando al cielo a unos metros sobre mí, es el guardián de la entrada. Me es inevitable poner las manos sobre su ancho tronco. Cierro los ojos “va por ti, Clau” repito, porque ella lo soñó y hoy no puede estar aquí.
Son las siete treinta a.m., el trayecto fue llenando de gotas gordas el parabrisas de mi coche. Traigo agua, manzanas, palanquetas y unos sándwiches para compartir. En la cajuela la pintura conseguida entre muchos, gracias a la gestión de Isy quien tiene la garganta inflamada por una gripe que no viene de visita, sino que quiere instalarse.
Nuevamente entro al recinto, ahora distinta que la primera vez que crucé la puerta. No vengo a querer mejorar el espacio, vengo con el corazón abierto para seguir nutriendo una parte mía que ahora me lleva a continuar explorando las hebras para poder retejerme, buscando restaurar mi esencia original. Esa qué con el paso de los golpes, de la adoctrinación social y de la herencia trigeneracional de mis ancestros, va cubriendo mi alma de una materia negra viscosa, que genera desconexión.
Vengo a dejar entrar mi capacidad de sorprenderme, no traigo un guión sobre lo que espero. Sólo se que busco encontrar los Cómo Sí, para fortalecer los pilares de C7, el proyecto que me impulsa hace más de siete años, que son Conexión, Comunidad y Conciencia.
Batas blancas, tapabocas, pelo recogido, sin aretes, pulseras o collares. Las instrucciones las entendí muy bien. En el pasillo comienzo a ver sonrisas desdentadas, manos que saludan, brazos que buscan el contacto, y ahora soy yo quien se deja abrazar, no quien busca hacerlo, y eso lo cambia todo.
Batman me saluda, trae una camiseta de Supermán, su bolsa atada al cuello y sus zapatos tres números más grandes. Sillas de ruedas impulsadas por pies descalzos, miradas atentas. No hay esa sensación amenazante que se genera cuando uno está sumido en la neblina del miedo provocado por la ignorancia.
Un chico de unos 20 años me dice que me ama y me hace sonreír, saludándome con un cariño limpio, de esos que tienen los niños cuando sonríen al contacto con la mirada de otro. Porque es esa mirada la que nos hace existir, nuestra identidad se forma en gran medida a través de las interacciones con los demás. Gabriel me pide que le de agua, pero no la he traído, la he dejado en la oficina de la entrada, entonces pregunto, y me dicen que es parte de su delirio, ha visto que traigo algo y lo quiere.
Al final del pasillo doblando a la derecha, la maleza se ha ido apropiando del espacio, las lluvias van generando vida llena de verde, y patitas de ciempiés que se escurren entre la tierra mojada. Miles de hormigas que van en fila india como soldados, cargando pedacitos de hojas rumbo a su hormiguero. Veo el muro, inhalo y exhalo profundo, repito “tú que habitas en mi alma, que tu sonrisa acompañe mi corazón”; sí, a mí, mis creencias me sostienen.
Vamos poniendo la pintura, los rodillos, los sprays multicolores sobre la hierba fresca. Voy soltando mi necesidad de que las cosas sean lo más posible amigables con el planeta, al menos casi todo lo que trajimos se puede reciclar, y voy dejando por detrás cualquier expectativa.
Mocre mandó un boceto meses antes, cuando dijo sí al llamado, una calle a la sombra de la luna, donde el edificio del centro es la iglesia. Ese espacio que para aquellos que viven en la calle, sigue siendo un espacio sagrado. El azul CYAN 317-05 comienza a resbalarse en los rodillos, cubriendo de color la parte alta del muro.
Pedro con su gorra se coloca a mi lado y aunque no habla del todo, su cuerpo se mueve en un lenguaje secreto que es bellísimo, y cuando le paso el rodillo, con un cuidado espectacular comienza a llenar de pintura, cubriendo el muro blanco. Se pregunta y se contesta cosas que balbucea en francés, en español y en un lenguaje lleno de misterio.
Sí, la noche comienza a dibujarse sobre el muro, ese espacio habitado por quienes expulsados de una sociedad que ha decidido no verlos, es ocupada por su sombra en las calles de algunas colonias de nuestra gran ciudad.
Xcu, Cacomix y San Isidro Labrador “quita el agua y pon el sol”, han sido convocados para hablar con Tlaloc, el clima apuntaba desde hace varios días a llenarse de nubarrones llenos de agua, como lo ha hecho por los últimos ocho días. Haremos el mural de todas formas, aunque llueva, pero sería mejor pintar sin la ropa mojada.
Y lo lograron, fueron con la petición a los departamentos necesarios del mundo de los cielos para permitirnos hacerlo, empujando las nubes a soplidos, dejando que asomara el sol con sus rayos calientes, hasta las dos de la tarde.
A las nueve de la mañana después de su desayuno, comenzaron a llegar despacito los residentes de esta casa que los acoge, primero con curiosidad y poco a poco, empezaron a tomar su lugar en los espacios destinados para el mural. Se van integrando, llenándolo de trazos, mientras aparece un lenguaje lleno de riqueza, donde nos cuentan sus historias, donde se escuchan las palabras mamá, casa, flor, pájaro, mariposa una y otra vez, hilvanándose sobre todo el muro.
Algunos de los familiares, estudiantes y otros, se van integrando, se van mezclando, de pronto ya no son mis manos, ahora son nuestras manos y pies, ya nos son de unos o de otros. Ahora somos todos iguales, riendo, oyendo música, cantando, convirtiendo las pequeñas hebras en hilos fuertes para tejer un telar de conexión, donde la indiferencia desaparece de a poco, donde los muros del rechazo se caen, donde se suturan apenas las heridas que cortan con violencia, y que pesan sobre nuestras espaldas. Ahora aparece un halo humanizante, por momentos dejamos afuera un mundo hecho nudos.
Aparece una frase, “gracias por ayudarnos” y yo la leo al contrario, somos nosotros los agradecidos porque nos permitieran entrar en su recinto, en ese espacio donde se han resguardado del dolor que produce una sociedad enferma, que nos recuerda a diario, que también somos ese espacio de oscuridad que nos va asfixiando de a poco.
El toque final, la luna brillante sobre el mural, Ixchel para los mayas y Coyolxauhqui para los Aztecas, ahora nos observa a través del mural terminado.
¿Ahora que sigue? No es venir a pasar un rato, dejar que se abra el alma para que se cierre de nuevo, con el golpe de la vida cotidiana. Es seguir tejiendo para que cuando pasemos por algún espacio y haya alguien en condición de calle, sepamos que hacer, que no nos borremos nosotros ante nuestra indiferencia, porque hoy he aprendido qué, aunque creamos que ellos no existen, somos nosotros los que, desdibujados, vamos caminando como espectros grises, porque ellos sí existen en el mundo donde se han resguardado de aquellos que vivimos creyendo que somos normales. Esa es la fuente de la crueldad, la dureza, la ignorancia y el descuido que los expulsó, y los ha llevado a las calles.
DZ
Nota al margen
Algunas impresiones de quienes estuvieron ahí, tejidas por mí.
Ellos facilitan el trabajo, lo hacen con ritmos distintos, el trabajo está en uno aprender a entender este ritmo. Esto abona porque si empezamos a llevar estas nuevas perspectivas del trabajo con ellos, comienza un hilo conductor para visibilizarlos. Estar aquí, permite que el maltrato de afuera vaya acariciando las heridas.
Rodrigo
Victor es residente, tiene esquizofrenia, su familia de músicos no lo visita nunca. Mientras pinta, dice que el azul le da tristeza. Hoy mientras expresa con brochazos que apuntan a la noche, se teje así mismo en una conexión con una colectividad donde él existe.
“Yo era chofer de Micro en Iztapalapa”, me cuenta Miguel, mientras me mira con unos ojos de mirada transparente, de esas que no guardan engaños. Sufre un traumatismo encefálico, porque en una riña lo empujaron y se abrió toda la cabeza. Su madre viene cada semana a visitarlo trayéndolo cosas que necesita y con orgullo me la presenta. “Los alcohólicos necesitamos de ir a nuestras juntas de AA, sino no, pus ya no podemos seguir adelante”.
Samuel probablemente nació en la calle, de padres drogadictos tiene una discapacidad mental, no puede hablar. Tiene nombre completo lo que indica que alguien lo dejó en otro Centro, pero como es violento, decidieron trasladarlo aquí. Toma el rodillo y lo desliza en el muro gritando de emoción.
¿Cómo hacer que lo invisible pueda aparecer, y que importe?
Manuel estudiante de último semestre de la carrera de psicología.
Este es un ecosistema bien distinto. A través del arte aparece para ellos una ventana que ve hacia afuera, es un lazo de integración. Como cuando crece un coral y se va ramificando para ir creciendo y un cachito de aquí se une con lo demás.
Daniela
Pedro fue captado en la calle con una adicción fuerte, como tantos otros que la usan, porque el hambre así se disipa, y el dolor de la violencia se mitiga. Su psicólogo encontró a su familia, pero no lo quieren, está sobrepasada y lo mejor que puede hacer es dejarlo aquí, alguna vez en el año, viene alguien a verlo de lejos.
El mural es una actividad que lleva el lenguaje a otro plano. Es hablar a través de la pintura. Cada uno va compartiendo su pensar, es una forma distinta de conversar. Armando quiere pintar su casa, me muestra las ventanas, y yo pienso que me va narrando su historia.
Patricio tiene un amigo que viene y le cuenta cómo está su familia. Se sacó los ojos cuando unas voces se lo ordenaron, y así se ha lastimado muchas veces, pero hoy su rostro mostró una sonrisa que no se borraba de su rostro. Mocre acompañó con sus trazos, la imagen plasmada en la pared.
“Quiero pintar una mariposa negra, pintar no significa nada, pero está chido y no me cansé”. Me dice cuando le pregunto si le ha gustado esta actividad.
Estoy conmovido, no puedo integrar tan rápido la experiencia, las lágrimas no paran de salir, quiero transitar por todo lo que mis emociones están expresando, cuando son expuestas al contacto con algo que no queremos ver.
Eloy
Yo también tengo algún que otro vicio, pero puedo valorar que todavía puedo hacer lo que me gusta. Aquí y ahora, les damos a todos un espacio donde se integran y le metemos color a algo que parece no tiene forma, como el blanco. Pintar es un ruido jubiloso. Tendríamos que darnos cuenta qué allá afuera este mundo no existe. Los que vinimos ahora, podemos ver a quienes están en la calle con otros ojos, no están ahí porque quieren.
Mocre
¡Al final solo nos queda agradecer! Gracias, gracias a cada uno de aquellos que lo hicieron posible, a quienes dieron los permisos, a quienes los gestionó, a quienes aportaron para el material y gastos, a quienes dicen sí a un llamado y se sumaron.
“Vine a tus playas tierra: llegué como extranjero. Viví en tu casa como huésped, y me voy de ti como amigo”
Rabindranath Tagore
Con cada acto amoroso, se abre una posibilidad de sacar una pequeña hebra del gran entramado, quizás así podremos empezar a tejer lazos que nos abran la conciencia, nos conecten y nos humanicen de nuevo, generando una gran comunidad.
DZ
No, no se sale igual de una experiencia como ésta. Ahora no hay que dejar dormir lo que se abrió para seguir tejiendo.
Gracias, gracias, gracias siempre. Esto no se hubiera logrado, sin el apoyo de una gran comunidad.
Isy gracias por hacerlo posible, Claudia Ruíz por soñarlo, María y Jorge por permitirnos entrar a un espacio lleno de riqueza amorosa. A cada uno de quienes viven entre esos muros, hoy vinimos a recibir a manos llenas.