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En la Iglesia de San Agustín

Llevaba, en el brillo opaco de sus ojos, un par de años buscando los doscientos pesos para subsistir, con eso se pagaba un cuarto diminuto en un hotel del centro que albergaba sus largas noches.

La calle arropaba la dura historia de su vida, los años a cuestas como un peso insostenible cuando, un día en una iglesia en la colonia Polanco de la Ciudad de México, una mano le dio lo que necesitaba para pasar el día.

Se volvió una práctica consuetudinaria, se tejió una rutina donde el lenguaje se hilaba en unas cuantas frases: —Sigo sin chamba, por favor ayúdame otra vez.
Un día, aquél que se conmovía cada vez que lo ayudaba miró las facciones de la mano que guardaba el billete y se encontró con unos ojos azules que captaron su curiosidad. Las preguntan se le apiñaron una tras otra, ¿cómo había llegado a este punto donde pedir para comer se vuelve una mezcla de humillación y necesidad?

Así que lo invitó a desayunar. Mientras devoraba un frugal plato de huevos con tocino, le fue narrando una historia tan extraordinaria que parecía inverosímil. Sólo cabía pensar que lo estaban engañando y con el corazón tranquilo por haberle brindado un desayuno digno, se despidió de él.

Pasado un tiempo, una noche mientras contaba la historia, un amigo nuestro nos dijo sorprendido, después de escuchar su nombre: —¡Todo eso que te contó es verdad! ¡Fue mi jefe por varios años!

Sorprendidos, se fueron llenando los espacios de su historia, su paso por el mundo académico, los premios ganados, el éxito económico. Pero como pasa tantas veces, las drogas y el alcohol lo fueron empujando, poco a poco, a las calles. Así, un día, una de las mentes más brillantes que ha dado México terminó siendo una cifra más del inframundo donde habita la indigencia.

Una historia dolorosa de una vida marcada por el éxito y empujada a la marginación a golpes por esta enfermedad que arrastra a cientos de miles de personas y que, como a él, los han llevado al peor de los infiernos perdiendo absolutamente todo.

¿Cómo se puede ayudar a quien ha pasado por lugares tan dolorosos a restaurarse? No hay manuales de operaciones de facto que sirvan, pues cada caso es abrazado por problemáticas diversas. Aunque hay una respuesta que se da tanto desde los poderes públicos, como desde la sociedad civil, que, aunque no sean suficientemente conocidas, no por ello dejan de ser significativas. Las administraciones públicas incluyen en sus ordenamientos jurídicos normas que regulan no sólo el comportamiento de estos grupos marginales, sino también la respuesta de la propia sociedad, pero es evidente que nada de esto es suficiente.

Conseguimos ropa y un grupo de personas nos donaron algunas cosas en buen estado. Buscamos a alguien que nos pudiera asesorar. Encontramos quien le reconstruyera los dientes que había perdido para permitirle comer con dignidad.

En una clínica para tratamiento psiquiátrico, donde se hizo una evaluación de su capacidad cognitiva, se le dio atención prácticamente gratuita y se le recetó medicamento para ayudarlo con la depresión que le venía fustigando, cobrándose con las pocas fuerzas que todavía le quedaban.

Un par de llamadas, una cita, un trabajo digno y aunque en esa ocasión no pudo amoldarse y sostenerlo, fue el camino para ir restaurándose poco a poco.
Así, en cuestión de un par de años, hoy se sienta en una mesa con un grupo de personas para comenzar un proyecto donde sus ideas van creando la posibilidad de surgir de nuevo. Ha recuperado el tejido familiar que nuevamente lo cobija, y cuenta ahora con un entorno que le permite mirar hacia adelante.

¿Qué hace falta para poder restaurar a la vida a alguien que en las calles ha perdido su humanidad? Un sentido de misericordia que cada vez es más escaso, un trabajo en conjunto que permita acoger cada necesidad.

La problemática de las ciudades es tanta que no queda prácticamente espacio para otra cosa, así la indigencia se torna un problema invisible que se vuelve tan difícil de atender y se acuña en el vacío de todo lo que hay por hacer.

Las calles de la cuidad cobijan el duro acontecer para aquellos que por una razón u otra necesitan de su asfalto para procurarse algo de comer. Deambulan sin rumbo fijo extendiendo una mano para recibir una moneda, que marca la distancia invisible que existe entre los afortunados y los que no lo son. Este conglomerado formado por indigentes, mendigos y por personas que vagan por las calles, llega a hacerse tan habitual que constituye un componente más del paisaje humano de las grandes urbes.
La mirada de desprecio acentúa terriblemente la exclusión que sienten. Ignorados por la mayoría como si su presencia en las calles recordara una vieja leyenda urbana o una molestia que todos quisieran olvidar.

El techo que cubre sus cuerpos se va volviendo un espacio entre una alcantarilla, un puente, un lote baldío, un parque o una esquina en alguna entrada donde se mitiga el frío, levantando cubiertas de cartón, cubriendo el cuerpo con algunos trapos o periódicos recogidos en algún lugar, mientras las banquetas sucias sirven tantas veces de colchón, alejándolos de una existencia digna.

Los rasgos de deterioro físico se van acentuando en la medida de la dificultad para encontrar un lugar para cubrir la necesidad de un baño donde poder asearse, y se crea un halo de deshumanización que, sin darnos cuenta, nos atañe a todos.

Las caras de quienes piden una moneda llevan historias de minusvalía generada por tantas cosas que se vuelve en materia social algo multifactorial. Me parece reprobable poner adjetivos calificativos sobre sus hombros agachados. Me da la impresión que nadie quiere para sí mismo un destino tan doloroso, con el peso de tantas y tan diversas vulnerabilidades. Quizá la más dura de todas sea la de la invisibilidad. Ahí la emoción que lentamente va llevando a la insensibilidad y, en ella, se cobra con toda su fuerza.

DZ

Gracias a tantos que nos ayudaron en este proceso y que permitieron que hoy un ser un humano tenga una nueva oportunidad.

A Lari que nos dedicó tiempo para asesorarnos. A Sergio y Adriana, Eduardo y Celia.
SAMET Salud Mental Para Todos (+5255) 56583372
Natural Dent +521(55) 34718994 y a tantos otros que silenciosos, por su lado fueron sumándose al tejido de ayudar.

En recuerdo de Pedro, quien apareció sin vida en una esquina después de tantos intentos por restaurarlo y que, la mona, lo reclamó para sí este 29 de enero de 2019.

*La mona es un solvente o químico que se inhala y está en el thinner, pegamento, pinturas de aceite, spray para el cabello y esmaltes para uñas. Las sustancias tardan en llegar al cerebro entre dos y cinco minutos, mientras que su efecto puede tener una duración entre los 45 y 50 minutos, provocando daños mayores en el sistema nervioso central.

Melissa, a ti nuevamente gracias por pasearte por mis ideas, ayudarme a que se entiendan y a limpiar mis frases llenas de imperfecciones.