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En el sur de Chile

La llave que nadie ha perdido

La poesía no sirve para nada
me dicen
Y en el bosque los árboles
se acarician
con sus raíces azules
y agitan sus ramas el aire
saludando con pájaros
el Rastro del Avestruz
La poesía es el hondo susurro
de los asesinados
el rumor de hojas en el otoño
la tristeza por el muchacho
que conserva la lengua
pero ha perdido el alma
La poesía, la poesía
es un gesto, un sueño, el paisaje
tus ojos y mis ojos muchacha
oídos corazón, la misma música
Y no digo más, porque nadie
encontrará
la llave que nadie ha perdido
Y poesía es el canto de mis
Antepasados
el día de invierno que arde
y apaga
esta melancolía tan personal.

Elicura Chihuailaf

Inundar el alma, llenarla al punto de no dejar ningún espacio libre, sentirla satisfecha haciendo que uno se sienta pleno, es algo que en mi experiencia se vive solo a ratos y se necesita haber transitado por lo otro, ahí donde palpita el dolor, para poder entenderlo.

Quizá  lo que me pasa a mí, es que del mismo nivel de desesperanza que me ha tocado vivir en momentos duros, es mi capacidad de sorprenderme. Con la misma intensidad que los golpes que la vida me ha producido derrumbándome hasta caer de rodillas, es mi capacidad de agradecimiento, pero para ello me ha tocado encarnar que una vez que con el tiempo se han integrado, cada evento se transforme en experiencia, para después ponerla al servicio.

Cuando uno es afortunado y ha aprendido a navegar a través de su mundo emocional, puede entrar de lleno en el esplendor de la naturaleza, donde aparecen momentos únicos, inundados de tanta belleza. Cuando esto sucede todos los sentidos se agudizan, y de pronto uno se da cuenta que ha aprendido a contemplar. Qué ver y observar son apenas el comienzo de algo más grandioso.

Es transformar el oír en escuchar, y el poder usar la piel para percibir en lo profundo, potencializando cada sentido al mismo tiempo. Se agudiza la capacidad de entendimiento, y  se va creando un espacio interior donde uno no quiere salir de ahí. De pronto, uno ya no necesita nada más.

Para quienes creemos que hay algo más grande que uno, entonces se experimenta un estado de éxtasis, donde se reside más allá de un estado normal de conciencia, sin el uso de ninguna sustancia para conseguirlo.

Aparece la posibilidad de habitarse en una profunda serenidad, es llenarse de una ternura infinita, de esa que llena mis ojos de agua salada.

A mí, la naturaleza me produce eso, con ese equilibrio entre la destrucción y la creación, dos fuerzas opuestas pero complementarias que se encuentran en todas las cosas del universo.

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Durante estas casi tres semanas, escenario tras escenario en Chile, mi estancia me llevó a transitar esa sensación durante muchos momentos, durante varios días. Se congela lo que acontece solo para habitar ese momento. Un privilegio único que ilumina mi camino.

Después de estar en el mar y perderme en las calles de Valparaíso, de pasar un par de días en Santiago de Chile pisando las rocas de Farrallones y encontrarme con la Quintrala, viajamos más hacia el sur.

Se fue produciendo una sensación de saber que cualquier cosa que apareciera sería única, que se abre la oportunidad de estar atenta, siendo testigo de lo que pasa afuera y mirando lo que me sucede a mí con eso.

Así abrí los ojos en Temuco que nos recibió con sus calles mojadas y una neblina que cubría el asfalto a las seis de la mañana. Llegué cansada, casi sin dormir; la noche en el camión que nos trasladó ahí no fue la mejor. Cuando no duermo bien mi percepción se apaga y solo queda energía para mis funciones vitales. Quizá fue el cansancio, pero no me pareció una ciudad hermosa, quizá para mí la arquitectura de un centro urbano influye en su estética. La mezcla de estilos arquitectónicos y lo que percibo como falta de una planificación urbana armoniosa, afecta negativamente la apariencia que mis ojos contemplan. Quizá todavía no se recuperan de los embates de COVID, que dejó un marcado deterioro de ciertos lugares.

Y aun así solo saber que este lugar es conocido por su rica herencia cultural, especialmente por la influencia de los Mapuche, me despertó una curiosidad que conozco, y entonces comienza una efervescencia que me avispa y aparece mi búsqueda por saber más de ellos.

Podría ser que en algún momento de mi vida escuche su nombre, pero como pasa cuando las cosas quedan lejos de uno, entonces se vuelven un grupo humano, un pueblo al final del continente Americano, dejando borrosa su existencia.

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Por mis venas corre sangre Inca y estoy casi segura que por eso es que los pueblos originarios de cada región captan mi atención, me apasiona su historia, su cosmogonía, la riqueza de sus tradiciones. En esta zona todavía está la huella de sus pobladores. Seres arraigados a la tierra, fuente del nombre que llevan. Originarios de Chile y Argentina, conocido por su fuerte sentido de identidad cultural y su resistencia histórica ante la colonización. Hoy entre los dos países alrededor de dos millones de ellos y una cantidad importante se ha ido integrando a la vida cosmopolita, especialmente a través de la migración hacia las ciudades.

Sin embargo, este proceso está acompañado de desafíos significativos relacionados con la discriminación y la lucha por mantener su identidad cultural. La interacción entre la vida urbana moderna y las tradiciones mapuches, continúa siendo un tema importante en el contexto social y político actual.

Su nombre proviene de “mapu” (tierra) y “che” (gente), lo que refleja su profunda conexión con la naturaleza.

En mis manos ha caído un libro La historia del Despojo de Martin Correa Cabrera y la fotografía de su portada me estremece.

Un paso por el mal llamado “Conflicto Mapuche”, donde según el autor “la costumbre en la cultura occidental es hacer de las atrocidades una mitología, que con el tiempo enarbola como epopeya de grandeza y satisfacción esta tarea.”  Y es verdad que nada de gloria ni progreso, trajo la colonización a estas tierras, generando un desplazamiento forzado de su población, un asesinato masivo que acaricia la pobreza económica, con leyes impuestas diametralmente distintas a las suyas. En el libro cada testimonio va grabando la evidencia de que no existe argumento alguno que pueda sostener, que la ocupación de su territorio se haya realizado mediante actos pacíficos y de mutua voluntad.

Aunque no tuve la oportunidad de estar cerca de ellos, en algunos gestos de los pobladores de nuestro andar por estos lares, se entremiran sus genes, sus ojos almendrados de color marrón oscuro como su piel, su sonrisa de labios carnosos y bien definidos. Los rayos del sol haciendo brillar su cabello oscuro, lacio y de textura gruesa. Quizá como dice el poema de Elicura Chihuailaf en sus pieles tatuadas, ropajes ajenos a las suyas, la obesidad que se ha ido apropiando con la comida chatarra, se asoma el lamento que habla sobre “la tristeza por el muchacho, que conserva la lengua, pero ha perdido el alma.” Como lo marca el poema con el que empecé a escribir.

De Temuco en un coche blanco de modernos ensamblajes, partimos hasta Villa Rica, 68 kilómetros de un paisaje que va arrebatando el aliento. Se ven extensos bosques de árboles nativos, como araucarias, coigües y lengas.  Son fragmentos de lo que queda del ecosistema típico de esta región, ofreciendo un entorno verde y frondoso que pareciera resistirse a desaparecer. Un recuerdo de lo que fue y una denuncia a que quizá nunca se conquista del todo.

Cuatro días de cielos transparentes llenando la mirada en el lago Villa Rica, con sus montañas nevadas en el fondo, una carretera que cruza por la orilla hasta llegar a Pucón. Nueve kilómetros hacia arriba el Volcán Villarrica que es uno de los más activos de Chile. Al llegar hasta donde termina la carretera de terracería de arenas volcánicas, encontramos a los últimos esquiadores iluminados por los rayos del atardecer, bajando con sus pesadas botas.

Las aguas serenas del lago Panguipulli, pasar por el pueblo de Lican Ray en el lago de Calafquen, y por último el pequeño pueblo de Caburgua recargado en la orilla de su lago. Cada espacio lleno de la belleza de un paisaje que de pronto aparece con esta dicotomía que me ha acompañado desde que llegué aquí. Cómo es posible poder estar embelesado con tanta belleza, sin dejar de sentir el dolor de sus pobladores.

En la cascada de Salto de Laja pasamos la noche arrullados por el ruido del estruendo del agua al caer con sus treinta y cinco metros de altura, majestuosa se niega a desaparecer. Después de una  sequía que ha sido un fenómeno significativo afectando al país durante varios años, especialmente desde 2010. Un período de sequía que ha sido catalogado como uno de los más severos en la historia reciente de esta zona, con una duración que se ha extendido por más de una década en algunas regiones. Parte es el cambio climático, la variabilidad natural del clima y la sobreexplotación de recursos hídricos usados para el ganado, que ahora cubre el espacio donde antes había grandes árboles. Pero aquí, pese a nosotros, la cascada está rodeada de algo que ha quedado de la vegetación nativa, incluyendo especies como boldo, espino, y sauces.

Mi mirada se agudiza al ir contando los cientos de camiones llenos de troncos ancestrales por las carreteras, rumbo a la ciudad de los Ángeles y aunque dicen que la explotación es regulada, o es fuente de intentos para mitigar el embate de los incendios abriendo brechas, no deja de dolerme, tengo una conexión especial con ellos.

La expansión de la industria forestal, que incluye varias empresas ha resultado en la usurpación de tierras que históricamente pertenecían a las comunidades mapuche. Estas empresas han establecido grandes monocultivos de pinos y eucaliptos que no son nativos, poblando los cerros para llenar los tanques de pulpa, para convertirse en el noveno productor mundial de celulosa, en territorios que las comunidades indígenas reclaman como propios.

Mientras, se necesitan millones de litros de agua para sus procesos, sobreexplotando las fuentes hídricas, resultando en escasez de agua para las comunidades locales, contribuyendo a la contaminación de los cuerpos de agua cercanos debido al uso de productos químicos en el proceso de blanqueo y producción. Los efluentes industriales con sus compuestos tóxicos, dañan a las comunidades que dependen del agua para su subsistencia, además de la pérdida de tierras agrícolas y bosques nativos.

Los mapuches tienen una rica tradición de leyendas que reflejan su conexión profunda con la naturaleza, y su resistencia ante la colonización. Una de las leyendas más significativas es la creación del mundo, donde se narra cómo los espíritus crearon la tierra, los ríos y las montañas, enfatizando el respeto por el entorno natural. En este escenario contemporáneo, me pregunto si el hombre que llegó de Europa no entendió la importancia que esto tenía, y si pasar por encima de estos principios justifica el mantener el estilo de vida que llevamos.

Durante estos días, he sentido el viento que se cuela entre los peñascos nevados de los Andes, me he perdido entre sus cielos azules, he sentido en piel el verde de los árboles, y llenado mis pulmones de los colores vibrantes de las flores en la primavera,  he sido testigo de la belleza del vuelo de los cóndores que me vinieron a ver desde las alturas, dejando una impronta en mi alma, símbolo profundo que evoca mi conexión con la tierra.

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En sus alas se apea el espíritu de lucha del pueblo chileno. Allá en lo alto, en las grandes altitudes representa la aspiración de libertad, un mensajero entre el cielo y la tierra, un ser que trasciende lo mundano, representando la fuerza, la inteligencia y la exaltación.

Y sí, también está en peligro de extinción, la destrucción de su hábitat natural, causada por la deforestación y la urbanización, ha reducido las áreas donde pueden encontrar alimento. A menudo consumen carroña contaminada con pesticidas o cebos envenenados colocados por ganaderos que los consideran una amenaza para su ganado. La caza ilegal y la persecución por parte de algunos sectores agrícolas, han contribuido a la disminución de su población. A pesar de los esfuerzos de conservación y programas destinados a proteger y reintroducir cóndores criados en cautiverio, la situación sigue siendo crítica. En varios países, como Venezuela y Colombia, el cóndor ha desaparecido o está al borde de la extinción.

Quizá pudiéramos rescatar la fuerza de la cosmovisión mapuche, para que nos enseñen el camino de regreso a nuestra esencia original, intrínsecamente ligada a la tierra, a los ríos y las montañas, para de nuevo considerándolos sagrados. Que aprendamos de su cultura y su rica tradición oral, que conozcamos sus mitos, leyendas y quizá con ellos recobremos esa espiritualidad, que enfatiza la relación entre los seres humanos y el entorno natural que tanto nos hace falta.

A pesar de los desafíos, su resistencia y conexión con la naturaleza continúan siendo pilares fundamentales de su existencia. Hoy en mi camino por su territorio honro su existencia. Inundando mi alma de reconocimiento por quienes son.

DZ

Gracias Javier, por ampliar mi mapa del mundo, por llenarlo de instantes únicos que llenan los escenarios que inundan mi alma. Son momentos que me acompañarán cuando la vida se vuelva adversa, y me toque atravesar momentos duros y difíciles, serán mis compañeros cuando necesite recordar quien soy.

A Sole, Mariela, Gabriel, la pequeña Valentina y Salvador, gracias por acogerme en su casa. A Paulina, Jorge, Daniela, Chocho, Vero y Jackie es un privilegio conocerlos y sentirme acogida por su linda familia. Me llevo los abrazos cariñosos de esos que aprietan los huesos y nos hacen sentir vivos.

A el Mono y Martin, gracias por hacerme reír hasta la médula.

Alfredo, hermoso el día en Farallones y tu tiempo para recogernos y llevarnos a tantos lugares. Ximena, Juan Carlos, Tere y Gonzalo que linda noche acompañando sus recuerdos de niños.

Ana María, mi corazón saltó al encontrar un alma gemela.

Veronica, Daniela un gusto conocerlas, deseando que todo vaya bien para uds.

A Cocol un gusto, conocer a quien robó un pedazo del corazón de Javier, me quedo con tu mirada de cariño y admiración hacia él, unos ojos que conmovieron mi alma.

Gracias, gracias, gracias a cada uno por regalarme un espacio de vida lleno de tantísimo cariño.

Nota al margen

Elicura Chihuailaf Nahuelpan autor del poema al principio de este escrito, es un destacado escritor y poeta chileno de origen mapuche, nacido el 15 de febrero de 1952 en Quechurehue, Cunco, en la región de La Araucanía. Es reconocido por su contribución a la literatura chilena y por ser un importante representante de la poesía mapuche contemporánea. En 2020, se convirtió en el primer escritor mapuche en recibir el Premio Nacional de Literatura en Chile, un reconocimiento a su vasta trayectoria y a su capacidad para integrar la tradición oral de su pueblo en una escritura poderosa que trasciende fronteras culturales.