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Si el psicoterapeuta fuera artista

A veces, cuando termino una sesión de psicoterapia donde me siento satisfecha, hay una energía que me recorre todo el cuerpo, pero sobre todo me palpita en el pecho con fuerza. Es esta sensación de que hay algo que se ha movido en mi paciente, un darse cuenta, una mirada distinta, hay algo que ha atravesado que posibilita entrar en el entramado de su alma y que va produciendo una sutura con distintos hilos que permiten ir poco a poco tejiendo una nueva forma de estar.

Metafóricamente es el arte de pintar sobre un delicado lienzo que ya tenía un paisaje, un retrato, una naturaleza muerta, algo abstracto, o surrealista y al retocarlo, se transforma en algo más. Así imagino que tejido y pintura se entrelazan, se vuelven uno solo.

La idea no es borrar los sucesos o solo definirlos, es empezar a gestarlos nuevamente como eventos transformadores, aunque no hayan sido placenteros, dejado una impronta o una cicatriz en lo más profundo.

Pero también hay de las otras, de esas sesiones que uno no ha podido hacer nada, donde la frustración invade el espacio y nada es como uno esperaba. Entonces se genera una sensación de insatisfacción, de frustración que cruza desde las plantas de los pies hasta la coronilla. Se produce una incomodidad, un cuestionamiento “¿qué es lo que no estoy viendo”? Aparece el reto, el ir a supervisar, el plantearse otras alternativas, el buscar la creatividad para poder responder de alguna manera a aquello que uno cree que quizá ha fallado.

Entonces aparece la sed de continuar estudiando, de prepararse más, porque se lo debemos a quien llega a consulta.

Es esta combinación entre el fracaso y logro donde se va tejiendo una urdimbre, ese telar lleno de hilos paralelos que forman la base estructural del tejido y que enlazados con la trama forman la tela. Es ahí donde se anida el espacio terapéutico y al menos yo, reafirmo cada vez que vale la pena dedicarme a esto.

La psicoterapia puede ser considerada tanto un arte como una ciencia. Existen elementos de creatividad, intuición y habilidades artísticas en el trabajo, pero éste debería basarse en un marco teórico sólido respaldado por la investigación y la práctica clínica, que me parece indispensable.

Eso no exime que se puedan usar muchas herramientas de esas que impulsan los procesos, tales como las nuevas técnicas posmodernas, pues cada caso es único y hay pacientes que responden mejor a ciertas técnicas que otros.

Entonces tenemos el telar y el urdimbre listos, el terapeuta proporciona los pinceles, el paciente trae lienzo y pintura, donde juntos comenzarán una danza de creación.

La relación entre terapeuta y cliente es una forma de arte, ya que implica la capacidad para comprender, interpretar y responder de manera creativa a las necesidades y experiencias únicas de quien consulta. Al igual que un artista, utiliza su conocimiento, experiencia y habilidades para crear un espacio seguro y colaborativo donde se pueden explorar los pensamientos, las emociones y los comportamientos.

Sin embargo, es importante destacar que la psicoterapia también es una disciplina basada en la evidencia. Se basa en teorías y técnicas, respaldadas por investigaciones científicas, para ayudar a enfrentar los desafíos psicológicos y promover el cambio positivo.

Aunque la creatividad y la intuición son indispensables, también se requiere de un sólido conocimiento teórico y una comprensión de los procesos psicológicos para brindar un tratamiento eficaz.

Así que pienso que el psicoterapeuta es un artista que se apropia del acto de la creación artística. Desde que el hombre se hizo hombre se ha servido del arte como una vía de expresión para expresar sus sentimientos, preocupaciones, temores, esperanzas; pero sobre todo para indagar sobre la realidad e intentar comprender y dominar al mundo que lo circunda.

Cada paciente es una obra y la tela donde se plasma su ser, se va pintando a brochazos en conjunto, cada lienzo aunque sea de un mismo estilo e incluso sí es del mismo autor, nunca será igual que otro.

Si la memoria guarda los recuerdos, en el impulso de los pinceles que empuñan psicoterapeuta y paciente, éstos se van transformando, van cambiando de colores, de forma. Se les agrega sentido, cuestionamiento y aparecen distintas maneras de ir preparando el camino para ir generando un cambio interno.

Cuando hablamos de psicoterapia, hablamos de que ésta cuenta con una serie de “líneas generales” y técnicas que delimitan el marco de lo que se puede hacer y lo qué no. Mostrando así una guía por donde puede uno moverse, una ética que tiene una fina hebra en la que se debe estar atento.

Un modelo de psicoterapia deja muy claro casi siempre qué hacer, pero define poco el “cómo”, es decir, cómo hay que aterrizar esa realidad teórica y de principios en el caso que se tiene delante.

Para la cirugía hay técnicas, para construir un edificio también, en la cocina hay recetas. Pero el alma humana se acaricia, se le susurra para que despierte y eso requiere de maestría, de esa que se teje en la práctica, en la constante supervisión y en la necesidad del terapeuta de vaciarse y llenarse de nuevo todos los días, donde está obligado a llevar su propio proceso.

La psicoterapia no se modela; más bien es un traje a la medida, un arte que hilvana lo aprendido. La teoría es necesaria pero el terapeuta se hace en el diván, en el trabajo personal donde se suturan las heridas propias.

¿Cómo se le enseña a un escritor a que escriba? ¿A un músico que componga?

El ver el modelo, estudiar las escuelas, lo que se ha escrito, lo que se propone, no hace a un buen terapeuta; éste se construye. Se vuelve un artesano cuyo instrumento es él mismo. Éste se afina con el aprendizaje continuo, no solo en los libros y en los maestros, sino en la vivencia de la relación con cada paciente, en cada sesión.

La experiencia estética de quien toma esta profesión y la hace suya, abre una puerta para el propio conocimiento, un espejo que entra en “sintonía” con el paciente y si pone atención; le permite preguntarse a fondo sobre sí mismo.

El terapeuta no es invencible, no es perfecto, es un ser que también sufre, teme, se enamora y se equivoca. Pero va construyendo el espacio donde busca los cómos para desanudar los nudos, para reparar los desperfectos, va co-creando un abrazo estético que reconcilia los errores embelleciéndolos, siendo estos una base para el crecimiento.

Sin duda las duras experiencias donde el terapeuta traspasa las fronteras, apunta a la fina línea que marca lo que es ético y genera en los demás un aprendizaje en el cuidado que debe haber en esa relación.

Cuando ésta ya no mantiene la distancia propia del oficio, hay de inicio más allá de las normas, un desequilibrio donde uno es vulnerable y el otro podría estar abusando de su poder. La relación terapéutica se debe cuidar como un artista a sus pinceles, para no hacer daño, para no generar una relación de amistad, de cercanía, porque más adelante esto puede costarle a ambos.

Un terapeuta no debe ser amigo de su paciente. La relación se basa en límites claros y definidos. Estos establecen un marco seguro y profesional en el cual se puede brindar ayuda y apoyo al paciente. La amistad puede difuminar la fina línea y comprometer la efectividad de la terapia, incluso puede llegar a traspasar los límites hacia la intimidad. El terapeuta es humano, puede sentirse atraído por su paciente y viceversa y esto genera una iatrogenia, un daño ocasionado por el profesional a su paciente.

Para mantener la objetividad y la imparcialidad, es importante tener en cuenta que ser amigo de un paciente, puede afectar la capacidad del terapeuta para tomar decisiones y ofrecer intervenciones basadas en el mejor interés del paciente, generando sesgos o preferencias personales.

Si hay una relación distinta a la de paciente – psicoterapeuta, esto puede dificultar las transiciones y la finalización del tratamiento de manera adecuada. Puede complicar y poner fin a la relación terapéutica de manera satisfactoria y ayudar al paciente a mantener el progreso logrado en terapia.

Es importante que el vínculo entre el terapeuta y el paciente se base en el respeto mutuo y en la distancia que dicho respecto exige. Sumando la confianza y los límites profesionales como fuente indispensable. Esto garantiza que el enfoque terapéutico se mantenga centrado en las necesidades del paciente y en su bienestar emocional.

Los procesos terapéuticos son como el arte, una expresión fundamental de la creatividad humana, que abarca una amplia gama de formas y medios, y tiene la capacidad de inspirar, conmover, sanar y provocar reflexiones en quienes lo experimentan, transformando y volviendo el espacio que ocupamos lleno de nuevo asombro.

DZ

PD

Un escrito que fue tomando pedacería de algunos otros, en donde en algunos de ellos Claudia Ruiz fue pespunteando conmigo el hilo conductor que lleva la loca idea de embellecer los procesos y volverlos algo más que solo un reportaje sobre la psicoterapia y sus matices.